Audrey.
Hay silencios que no duelen, solo cansan.
Y últimamente, mi vida se siente así… como una pausa interminable entre lo que fue y lo que no terminó de ser.
Después de dejar a Zade, volví a intentar ser yo.
El problema es que ya no sé exactamente quién era antes de él.
El café no sabe igual.
Las mañanas son más largas.
Y a veces me descubro mirando el celular, esperando un mensaje que no va a llegar.
Nick apareció justo en medio de ese caos.
Mi ex.
El mismo que, por alguna razón, siempre encuentra la manera de reaparecer cuando todo parece desordenado.
Me escribió una tarde cualquiera, con un mensaje corto, casi inocente:
> “¿Puedo verte? Solo para hablar.”
A los dos días nos encontramos en una cafetería cerca de la sede de NOVA.
Todo fue tan… civilizado.
Nada de reproches, nada de heridas abiertas. Solo dos personas que compartieron algo y que, de alguna manera, aprendieron a seguir adelante.
Nick siempre fue bueno conmigo. Atento, correcto, predecible.
Pero eso también fue lo que nos separó.
Yo necesitaba algo más que estabilidad.
Y aunque con Zade todo fue tormenta, pasión y fuego, también fue vida.
Mientras hablábamos, me miró con esa calma que siempre le envidié.
—Te ves diferente, Audrey —dijo—. No hablo solo del cabello, hablo de ti.
Sonreí.
Y, por primera vez, no me dolió escuchar su voz.
Le dije que había cambiado, que la vida se encargó de hacerlo.
No hablamos de Zade. No hacía falta. Él estaba presente incluso en los silencios.
Cuando nos despedimos, Nick me abrazó y susurró algo que se me quedó grabado:
> “A veces amar a alguien no significa quedarte. A veces significa dejarlo ir.”
Semanas después, me escribió para contarme que lo habían remitido a la sede de NOVA en Nueva York.
Dijo que se iba feliz, con nuevos planes y cero pendientes.
Yo le respondí que me alegraba por él, y lo decía de verdad.
Esa noche llegué a casa y, por costumbre, abrí el cuaderno donde antes escribía cosas que nunca dije.
Escribí:
> “He perdido amores, pero ninguno me ha marcado como tú.
No sé si el destino volverá a cruzarnos, pero si lo hace…
Prometo no huir.”
Cerré el cuaderno, apagué la luz y me quedé mirando el techo.
Afuera llovía.
Y, por alguna razón, me gustó pensar que en alguna parte del mundo, él también estaba escuchando la misma lluvia.