Inevitable

Capítulo 0.4 - Ramé

Hace unos días leí un libro.
Uno de esos que no buscaba, pero que terminó encontrándome.
“Las cadenas del rey”, de Karine Bernal Lobo.
En una de sus páginas, la autora hablaba de una palabra: Ramé.
Significa algo precioso y caótico al mismo tiempo.

Y desde entonces, no he podido dejar de pensar que eso éramos nosotros.
Zade y yo.
Preciosos… y caóticos.

A veces pienso que amarle fue como mirar el sol demasiado tiempo: deslumbrante, inevitable, pero imposible de sostener sin quemarse.
Aun así, si pudiera volver atrás, lo haría otra vez.
Incluso sabiendo cómo terminó.

Ahora estoy aquí.
La nueva sede de NOVA parece un mundo aparte.
Todo es diferente: los pasillos, las voces, el aroma del café, incluso el aire.
No hay rastros de él en ninguna parte, y, de alguna forma, eso debería ser un alivio.
Pero a veces la ausencia también pesa.

Cada mañana llego antes de lo necesario, solo para distraerme con el sonido de las teclas y los correos acumulados.
Me repito que hice lo correcto, que necesitaba un cambio.
Y en parte, es verdad.
Ya no vivo esperando una llamada, ya no miro la puerta cada vez que alguien entra pensando que podría ser él.
Pero hay momentos —minutos tan insignificantes que nadie notaría— en los que lo recuerdo sin querer.

Como hoy.
Caminaba hacia la cafetería de la esquina cuando vi un hombre alto, traje oscuro, cabello despeinado…
Mi corazón se detuvo por un segundo.
Era el mismo porte, el mismo paso decidido.
Pero no era él.
Nunca es él.

Sonreí para mí misma, con esa sonrisa triste que uno aprende a usar para disimular lo que no quiere decir en voz alta.
Tomé un café, y mientras el vapor se disipaba, me encontré pensando en todas las veces que discutimos, reímos, nos callamos para no herir.
Zade podía ser tormenta y calma al mismo tiempo.
A veces me hacía perder la cabeza, y otras, me hacía sentir la mujer más segura del planeta.

Ramé.
Precioso y caótico.

Tal vez eso fuimos, y está bien.
Tal vez no todos los amores deben durar para siempre; algunos solo llegan para enseñarte cómo amar de verdad.
Y aunque duela admitirlo, creo que Zade fue mi maestro en eso.

Por las noches, cuando apago las luces del pequeño apartamento que ahora alquilo, dejo que el silencio me acompañe.
Es curioso: antes me aterraba la soledad, pero ahora la entiendo.
En el fondo, no estoy sola; estoy conmigo.
Y eso es algo que él me enseñó sin proponérselo.

A veces me pregunto si piensa en mí.
Si mira el cielo y recuerda aquella noche en Italia, el candado que dejamos en el puente, la promesa silenciosa de volver a encontrarnos.
Quizá sí.
Quizá no.
Pero lo cierto es que hay lazos que ni el tiempo ni la distancia saben romper.

Dicen que el destino une a las almas con un hilo rojo invisible, y que no importa cuánto se estire, nunca se rompe.
Y aunque ahora estemos en extremos distintos del mundo, algo dentro de mí me dice que el nuestro sigue ahí…
Tenso, pero firme.
Esperando el momento justo para volver a entrelazarse.

Tal vez algún día, cuando todo haya sanado, cuando ya no duela ni un poco, pueda mirar atrás y sonreír sin tristeza.
Por ahora, solo me queda aprender a vivir con lo que fuimos:
un amor Ramé, tan hermoso como imperfecto, tan real como efímero.

Y si algo me consuela, es saber que en medio del caos, fuimos nosotros.
Y eso —aunque el mundo entero cambie— nadie podrá quitárnoslo.




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