Inevitable

Capítulo 10- Viaje de trabajo

AUDREY

El aeropuerto estaba más lleno de lo que imaginé.
Gente corriendo con maletas, teléfonos sonando, anuncios constantes por los altavoces.
El caos perfecto antes de un viaje importante.

Tenía todo organizado: pasaporte, documentos, itinerario y hasta una playlist para ignorar el silencio incómodo que sabía que habría si llegaba a cruzarme con Zade.
Solo que… no contaba con el destino.
Y él, últimamente, parecía estar divirtiéndose a mi costa.

—Señorita West —me llamó Julia, una de las asistentes—, tenemos un problema.

Alcé una ceja, esperando que no fuera lo que intuía.
—¿Qué tipo de problema?

Ella tragó saliva antes de responder.
—El vuelo a París está lleno. No quedan asientos.

—¿Cómo que lleno? Teníamos las reservas desde hace semanas.

Julia bajó la mirada.
—Al parecer, la sede principal añadió a última hora parte del equipo de diseño… todos tomaron los últimos lugares.

Cerré los ojos, respirando hondo.
Ya sabía lo que venía.
Lo presentí desde el momento en que recibí ese correo de “nos vemos en París”.

—¿Y qué opciones tenemos? —pregunté, intentando mantener el tono neutral.

La asistente dudó un segundo.
—El señor Blake acaba de despegar hacia el hangar privado. Dijo que si había algún inconveniente… podía llevarla en su vuelo.

Ahí estaba.
El destino, sonriendo de lado, otra vez.

No supe si reír o gritar.
—¿Zade ofreció eso?

—Sí, señorita. Dijo textualmente “dile que es más rápido y más cómodo”.

Por supuesto que lo dijo así.
Siempre tenía que tener la última palabra.
Suspiré, mirando la pantalla de salidas: el vuelo comercial a París, lleno. El siguiente, en seis horas.
No había escapatoria.

Tomé mi maleta de mano y me ajusté el abrigo.
—Está bien, iré con él —dije al fin.

Julia me sonrió, algo aliviada, sin sospechar el huracán que me esperaba.

El trayecto hasta el hangar fue silencioso.
Al llegar, vi el jet de NOVA preparado, con su logo plateado brillando bajo la luz del mediodía.
Y, por supuesto, él esperándome junto a la escalerilla.

Zade.
Impecable, con la chaqueta negra, el reloj brillante en la muñeca y esa mirada que, aunque quisiera, nunca lograba esquivar.
No dijo nada cuando me vio. Solo una leve sonrisa.

—Parece que el destino tiene sentido del humor —murmuró, mientras extendía una mano para ayudarme a subir.

No la tomé.
Solo le lancé una mirada que, traducida, significaba no empieces.
Subí primero.
Pero, aun sin tocarme, podía sentir su presencia detrás.

---

ZADE

Sabía que aceptaría.
La conozco demasiado.
Y, si hay algo que Audrey detesta más que volar… es perder tiempo.

Cuando me avisaron que su vuelo estaba lleno, sonreí sin disimulo.
No lo provoqué, lo juro.
Solo… no hice nada para evitarlo.

Verla aparecer por la puerta del hangar fue como un golpe de aire después de semanas conteniendo la respiración.
Llevaba un abrigo beige, el cabello suelto y esa expresión entre irritada y contenida que solo ella podía hacer parecer elegante.

—Gracias por aceptar venir —dije, mientras ella pasaba junto a mí sin mirarme.

—No me diste muchas opciones, ¿no? —respondió sin detenerse.

Me reí bajo.
—Digamos que París merece una buena compañía.

—Digamos que esto es solo trabajo —replicó, dejando su maleta a un lado antes de sentarse.

El piloto anunció el despegue, y el silencio se instaló entre nosotros.
Solo se oía el ruido de los motores y el golpeteo suave de la lluvia contra las ventanas.

Durante los primeros minutos, intenté distraerme revisando informes en la tablet.
Pero cada vez que la miraba —incluso sin querer hacerlo— notaba los pequeños detalles que seguían igual: cómo movía el pie cuando estaba nerviosa, cómo jugaba con el anillo en su mano derecha, cómo se mordía el labio cuando leía.

A la media hora, el silencio se volvió insoportable.

—¿Sigues odiando volar? —pregunté, rompiendo la distancia.

Ella me miró de reojo, con una media sonrisa.
—No lo odio. Solo prefiero tener los pies en tierra firme.

—Lo sé —dije, apoyándome hacia atrás—. Antes solías dormirme en el hombro para no pensar en eso.

—No empieces con tus recuerdos —advirtió.

—¿Y si solo quiero recordarte?

Audrey soltó una risa suave, cansada.
—No hace falta que lo intentes. Ya lo haces demasiado bien.

---

AUDREY

Intentaba mantener la compostura.
De verdad lo intentaba.
Pero había algo en la manera en que me miraba, como si cada palabra suya fuera una caricia invisible, que me desarmaba poco a poco.

Nos quedamos en silencio otra vez.
Hasta que una turbulencia leve hizo que el jet se sacudiera un poco.
Instintivamente, mis manos se aferraron al asiento.

Zade lo notó.
—Tranquila, solo es una corriente de aire —dijo, acercándose un poco.

Asentí, sin mirarlo.
Pero él sí me miraba.
Podía sentirlo.

—Audrey —susurró.
Solo mi nombre.
Pero sonó distinto.
Sonó a te extrañé.

Giré la cabeza y ahí estaba: tan cerca que el aire se volvió escaso.
Su mirada bajó hacia mis labios, y por un segundo, me odié por no alejarme.
Porque no quería hacerlo.

El beso no fue planeado.
Fue inevitable.
Como si todo lo que habíamos contenido durante meses se hubiera acumulado solo para ese momento.

No hubo palabras.
Solo respiraciones cortas, manos que se buscaban con desesperación contenida y el sonido del motor como único testigo.

Me separé apenas unos centímetros, intentando recuperar el control.
—Esto… no debería estar pasando.

—Y sin embargo —dijo él, apenas rozándome el rostro con la punta de sus dedos—, está pasando.

Reí, nerviosa.
—Eres un idiota.




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