Inevitable

Capítulo 12- El desayuno

El restaurante del hotel olía a café recién molido y pan tostado.
La luz del sol entraba por los ventanales, reflejándose en las copas de cristal, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que podía respirar.

Después de la reunión de anoche, lo único que quería era silencio.
Un desayuno tranquilo.
Lejos de miradas que me pusieran a prueba, lejos de Zade.

Pedí un cappuccino, abrí mi portátil y traté de concentrarme en los correos acumulados.
Pero en cuanto escuché sus pasos acercarse, supe que mi intento de calma había terminado.

—Vaya —su voz era grave, relajada, como si nada—. París parece sonreírte hoy.

Levanté la vista y ahí estaba él, impecable, con una camisa blanca arremangada hasta los antebrazos y ese aire de dominio que no necesitaba demostrar.
Sin pedir permiso, se sentó frente a mí.

—Zade… esta mesa está ocupada —murmuré, intentando sonar firme.
—Perfecto. —Tomó una servilleta, la dobló con calma—. Justo lo que buscaba.

Sus ojos azules se movieron lentamente sobre mí, sin disimulo.
Me crucé de brazos, fingiendo indiferencia, aunque por dentro una parte de mí ya estaba ardiendo.

—Dormiste bien, Audrey? —preguntó con ese tono que siempre escondía algo más.
—Sí. —Mentí.
—Curioso —dijo, inclinándose hacia adelante—, porque yo no. No podía dejar de pensar en nuestra reunión de anoche.

El café se me quedó a medio camino de los labios.
—Fue solo trabajo —repliqué, seca.
Él sonrió, y ese gesto bastó para desarmarme.

—Trabajo —repitió, bajando la voz—. Si así quieres llamarlo.

Sentí el calor subirme al cuello.
Él lo notó, claro que lo notó.
Era experto en eso: en llevarme justo al borde y quedarse ahí, sin cruzarlo… hasta que decidía hacerlo.

—Estás jugando —susurré.
—¿Y tú? —preguntó, sin apartar la mirada—. ¿No lo haces también?

No supe qué responder.
Así que lo único que pude hacer fue cerrar el portátil y levantarme.
—Voy a mi habitación —dije, más para escapar que por necesidad.

Tomé el pasillo, mis pasos resonando sobre el mármol.
No miré atrás.
No tenía que hacerlo.
Sabía que él venía detrás.

El aire del pasillo se volvió distinto, más denso, como si la ciudad entera contuviera el aliento.
Llegué a la puerta de mi habitación, busqué la tarjeta en el bolso, pero antes de alcanzarla, lo sentí detrás.

Demasiado cerca.

—Audrey… —susurró mi nombre como una advertencia y una súplica al mismo tiempo.

Giré lentamente.
Y lo vi.
La mirada peligrosa.
Las manos que, aunque aún no me tocaban, ya me tenían prisionera.

No dije nada.
Él tampoco.
Solo el silencio… y esa tensión que se volvió insoportable.

Y entonces, el mundo dejó de existir.

Treinta minutos después

El vapor del baño empañaba el espejo.
El agua aún corría en la ducha, pero yo ya estaba fuera, envuelta en una toalla, con el corazón desbocado.

No sé en qué momento dejé de resistirme.
Ni cuándo empezó exactamente.
Solo sé que ahora, mientras el agua gotea por mi piel y mis piernas tiemblan, no puedo dejar de pensar en él.

Me miro al espejo.
Mis mejillas siguen sonrojadas.
Mis labios… marcados por algo que no debería haber sucedido.

Apoyo las manos sobre el lavamanos y respiro hondo.
Intento recuperar el control, la compostura, esa Audrey que siempre tiene una respuesta para todo.
Pero ahora no.
Ahora solo puedo pensar en su voz, en la forma en que dijo mi nombre antes de que todo se apagara.

Zade Morgan era peligro.
Y yo acababa de abrirle la puerta.




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