Inevitable

Capítulo 17 - Roma, Helado y promesas

Nunca imaginé que la felicidad pudiera sonar así.
Risas mezcladas con el murmullo del agua de una fuente, pasos sobre el empedrado antiguo, el aroma a café recién molido escapando de cada esquina.
Italia no era solo un lugar; era una pausa.
Una pausa en medio del caos que nosotros mismos habíamos creado.

Audrey caminaba unos pasos delante de mí, el cabello suelto moviéndose con el viento, el sol cayendo sobre su piel.
Tenía un helado de pistacho en una mano y la cámara del teléfono en la otra, grabando cada rincón como si quisiera guardar todo el país en su memoria.

—¿Qué? —dijo al notarme mirándola.
—Nada —mentí.
—No sabes mentir, Zade.

—Tal vez —admití, acercándome—, pero si te dijera la verdad, te reirías.

Ella arqueó una ceja, divertida.
—Inténtalo.

—Estoy empezando a pensar que Italia se ve más bonita solo porque tú estás aquí.

Rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír.
—Eres imposible.
—Y tú demasiado fácil de admirar.

Seguimos caminando.
La ciudad entera parecía un cuadro, y ella… ella era la única que no necesitaba marco.

Nos detuvimos frente a una librería antigua. Audrey entró sin decir palabra, recorriendo los estantes con los dedos, tocando los lomos de los libros como si pudiera leer las historias solo con el tacto.
Yo me quedé viéndola, sabiendo que ese gesto —tan simple, tan suyo— era una de las razones por las que no podía olvidarla.

—Mira esto —dijo, sacando un libro polvoriento—. Es una edición de Cumbres Borrascosas en italiano.
—Trágico y apasionado. Muy tú.
—¿Y tú qué lees últimamente?
—Correos, reportes, presupuestos —respondí con una sonrisa—. Historias mucho menos interesantes.

Ella rió, esa risa que siempre me desarma.
—Prométeme que un día vas a dejar de trabajar tanto.
—Solo si me prometes que vas a dejar de huir.

Audrey bajó la mirada.
No dijo nada.
Pero su silencio fue una promesa más fuerte que cualquier palabra.

—★‹🍦· ❤️‍🩹›★—

Al caer la tarde, caminamos hasta el puente.
El mismo donde el viento sopla con fuerza y los candados tintinean como si guardaran secretos.
Nos quedamos en silencio un rato, mirando el río.
No necesitábamos hablar.

Ella se acercó un poco, lo suficiente para que su hombro rozara el mío.
—Zade…
—Mmm.
—No sé a dónde nos lleva esto.
—Yo tampoco.
—Pero no quiero arruinarlo intentando entenderlo.

La miré.
Y entendí que, por primera vez, no buscaba controlarla ni retenerla.
Solo estar ahí, con ella, en ese instante.

Tomé su mano.
Su helado casi derretido.
Su sonrisa medio escondida.

—Entonces no lo arruinemos —dije.
—Hecho.

Y ahí, con el atardecer reflejándose en el agua y el murmullo de la ciudad a lo lejos, supe que no necesitaba nada más.
Ni explicaciones.
Ni certezas.
Solo a ella.
Solo este momento.

Roma se quedó con nosotros.
Y aunque mañana volviera el ruido, el trabajo y la distancia, algo me decía que después de este día… nada volvería a ser igual.




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