Inevitable

Capítulo 18 - Entre susurros y el sol de Roma

Audrey

El sol se cuela por las cortinas de lino, pintando la habitación de un dorado suave.
Abro los ojos despacio, sintiendo el peso de las sábanas sobre mi piel y el calor que aún permanece a mi lado.
Zade está ahí, dormido, con una mano extendida hacia mí, como si incluso en sueños temiera que me alejara.

No debería quedarme mirándolo tanto tiempo, pero lo hago.
Su respiración tranquila, el desorden de su cabello, la forma en que sus pestañas rozan su mejilla… todo me resulta insoportablemente familiar.
Y peligroso.

Recuerdo la noche.
No los detalles, sino las emociones: el impulso, la calma después, el silencio que compartimos.
Y cómo, por un momento, me sentí de nuevo en casa.

Me giro un poco y él se mueve, abriendo los ojos.
Sonríe.
Esa sonrisa.
Esa maldita sonrisa que me desarma cada vez.

—Buenos días —murmura con la voz ronca.
—Buenos días —respondo bajito, intentando sonar normal.

Él se acerca sin decir nada más, y nuestros labios se encuentran en un beso lento, perezoso, de esos que no buscan nada más que prolongar el momento.
Solo eso.
Respirar juntos.

—¿Dormiste bien? —pregunta entre beso y beso.
—Más de lo que esperaba.
—Eso suena a milagro.

Le doy una sonrisa cansada y me aparto suavemente, buscando su camisa sobre el sillón.
Me la pongo sin pensarlo, los botones quedando torcidos, y camino hacia el baño.
Antes de cerrar la puerta, lo miro una última vez.
Está ahí, recostado, con esa expresión entre divertida y seria, como si pudiera leer mis pensamientos.

El agua empieza a correr.
Y mientras el vapor llena la habitación, no puedo evitar sonreír.
No sé si estoy cometiendo un error.
Pero por ahora, no quiero pensar en eso.

—★‹☀️›★—

Zade

Audrey desaparece entre el vapor del baño y me quedo mirando el techo, con una sonrisa idiota en la cara.
Podría intentar fingir indiferencia, pero sería inútil.

Aún puedo oler su perfume mezclado con las sábanas.
Aún puedo escuchar su risa bajita cuando intentó buscar mi camisa y se tropezó con la maleta.
Y aún puedo sentir su piel, como una huella que no se borra.

Audrey tiene esa habilidad de aparecer en mi vida y desarmar todo lo que creía tener bajo control.
No hay mujer que me haya hecho perder el equilibrio como ella.
Ni una sola.

A veces pienso que podría pasar una vida entera descifrando sus silencios y aún así me seguiría sorprendiendo.
Y lo peor —o lo mejor— es que no quiero dejar de intentarlo.

El sonido del agua cesa.
La puerta se abre y ella sale envuelta en vapor, una toalla cubriéndola, el cabello húmedo cayendo por sus hombros.
Y yo… simplemente la miro, sabiendo que cualquier palabra sobraría.

Audrey se cruza de brazos, sonriendo con ese gesto que siempre me anuncia problemas.
—¿Qué miras?
—Un milagro, probablemente.

Ella rueda los ojos y se acerca, dejando un beso rápido en mi frente.
—Deja de decir tonterías y vístete, tenemos una reunión con el equipo en dos horas.
—¿Y si no quiero moverme?
—Entonces llegarás tarde, señor editor en jefe.

Se aleja riendo, y yo pienso, mientras la veo salir por la puerta, que podría acostumbrarme a verla así todas las mañanas.
Que si el destino existe… tal vez esto sea lo más parecido a encontrarlo.




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