Audrey
Roma huele a historia.
A piedra vieja, a sol cayendo sobre los muros, a murmullos que se pierden entre el viento.
Camino junto a Zade por el borde del Coliseo, con el eco de los turistas y las cámaras alrededor, pero para mí el mundo se reduce a sus pasos al lado de los míos.
No sé exactamente por qué acepté venir.
Tal vez porque ya estoy cansada de fingir que no me importa.
O porque, en el fondo, quiero entender en qué punto dejamos de ser “nosotros”.
—Está igual que en las fotos, ¿no? —dice él, mirando hacia el horizonte.
—Sí… pero más imponente —respondo, sin mirarlo.
—Como tú.
Sonrío apenas. Esas palabras antes me hacían temblar.
Ahora solo me descolocan.
No sé si es ternura o nostalgia.
Seguimos caminando.
Zade guarda las manos en los bolsillos. Yo abrazo mi abrigo, intentando protegerme del viento, pero más aún, de la conversación que sé que viene.
—Audrey —empieza él, con voz baja—.
—Lo sé —digo antes de que termine.
—¿Sí?
—Que vas a hablar de lo que pasó.
Nos detenemos frente a una arcada del Coliseo. La piedra tiene ese color entre miel y gris que solo aparece con los años.
Zade suspira.
Y entonces, lo dice.
—No entendí por qué me dolió tanto —confiesa—. Sabía que no me habías engañado. Nunca lo creí, no así.
—Entonces ¿por qué tanto enojo? —pregunto, girándome hacia él.
—Porque prometiste no volver a hablar con él, Audrey. Y lo hiciste igual.
No sé qué responder.
Trago saliva, miro al suelo.
—Le respondí por educación, Zade. Solo eso. No quería sonar grosera ni darle motivos para seguir escribiendo.
—¿Y no podías decírmelo? —su voz suena más dolida que enfadada.
—Tal vez no quería otra pelea.
Hay un silencio que corta el aire.
El ruido del viento se cuela entre nosotros.
Y por primera vez, no huimos de la incomodidad.
—Tienes razón —digo finalmente—. Prometí no hacerlo y lo rompí. No fue por falta de amor. Fue torpeza, miedo… costumbre, quizás. Pero jamás te fui infiel.
Él asiente despacio.
Sus ojos, tan grises, parecen más suaves esta vez.
—Lo sé. Nunca dudé de eso.
Sus palabras me toman por sorpresa.
Lo miro, y por un instante, siento que la herida empieza a cerrarse.
Porque lo más doloroso de todo fue que nos dejamos herir por algo que, en realidad, nunca tuvo peso.
—Entonces ¿por qué terminamos? —pregunto, casi en un susurro.
—Porque no confiábamos el uno en el otro —responde—. Porque yo no supe escuchar y tú no supiste explicarte.
Tiene razón.
Y duele.
Me acerco un poco, apenas un paso.
—No quiero volver a pelear por lo que ya no existe —digo—. Pero si algún día decidimos intentarlo otra vez, quiero que sea diferente. Que no tengamos miedo de hablar.
Él me mira, largo rato.
Y en ese silencio, sé que me está prometiendo algo, aunque no diga las palabras.
—★‹⚔️›★—
Zade
Nunca imaginé que hablar de eso dolería menos de lo que dolió guardarlo.
La veo frente a mí, con la luz del atardecer dibujándole el perfil, y pienso que hay algo profundamente simbólico en esto: dos personas entre ruinas, intentando entender qué parte de su historia aún puede salvarse.
Cuando le digo que no dudé de su fidelidad, veo cómo se le humedecen los ojos.
Y me doy cuenta de que eso era lo que ella necesitaba escuchar desde hace meses.
Yo también cometí errores.
Dejé que la desconfianza pesara más que lo que sabía de ella.
Y Audrey… Audrey siempre fue demasiado orgullosa para defenderse cuando sentía que ya la había juzgado.
—No fue el mensaje lo que me dolió —le digo al fin—. Fue la promesa rota. No por lo que dijiste, sino porque creí que ya habíamos superado eso.
Ella asiente, con esa serenidad triste que la hace ver más fuerte.
—Yo también lo creí. Pero parece que ambos necesitábamos aprenderlo a la mala.
Caminamos un rato en silencio.
No hay necesidad de más explicaciones.
El perdón, a veces, no se pronuncia; se siente.
Cuando nos detenemos frente al Coliseo, el cielo está pintado de naranja y vino.
El viento mueve su cabello, y sin pensarlo, lo acomodo detrás de su oreja.
Ella no se aparta.
—¿Y ahora qué? —pregunta en voz baja.
—Ahora seguimos caminando —respondo—. Sin promesas rotas. Sin pasado que nos grite al oído.
Ella sonríe.
Y por primera vez en mucho tiempo, no hay tensión entre nosotros, solo calma.
—★‹🌪️›★—
Ambos
Seguimos caminando, sin tocarse, pero tan cerca que los hombros casi se rozan.
No hace falta decir nada más.
El pasado ya no duele tanto.
Roma sigue viva a nuestro alrededor, llena de historia, de cicatrices, de belleza que resistió el tiempo.
Y quizá eso somos nosotros también:
ruinas que aprendieron a sostenerse, aun después del derrumbe.