Inevitable

Capítulo 21- Lo que aún late

Zade

Roma de noche parece suspendida en un sueño.
Las luces doradas, el murmullo del río, los pasos perdidos entre calles que huelen a café y a historia.
Caminamos sin rumbo, sin pensar en horarios ni en nada que no sea esto: su mano rozando la mía cada pocos segundos, como si el universo la empujara a buscarme sin que se dé cuenta.

No hablo.
No necesito hacerlo.
Solo la observo.

Audrey tiene ese brillo en los ojos que siempre me desarma.
Ese que aparece cuando intenta ocultar que está emocionada, cuando quiere parecer firme pero se le nota el alma en la mirada.

Nos detenemos en un puente, el viento mueve su cabello, y en ese instante, no puedo callarlo más.
—Gracias —le digo, rompiendo el silencio.
Ella me mira, sorprendida.
—¿Por qué?
—Por llegar a mi vida… y revolucionarlo todo.

Audrey arquea una ceja, divertida, pero no dice nada.
Yo sigo, con la voz más baja, casi un susurro.
—Eras el caos que necesitaba. La razón por la que dejé de ver todo en blanco y negro. Cambiaste mi forma de pensar, de sentir, de entender lo que es realmente amar a alguien.
Hago una pausa.
Sus ojos tiemblan.
—Y sí, a veces dolió. Pero no cambiaría nada de lo que vivimos, porque incluso en el dolor, eras tú. Siempre tú.

Ella sonríe, aunque la voz le tiembla un poco.
—Deberías ser poeta o algo por el estilo —dice, con esa ironía suave que solo ella puede usar sin romper el momento.

Sonrío. No puedo evitarlo.
La atraigo hacia mí y la abrazo, fuerte, como si intentara guardar ese instante para siempre.
Siento cómo su respiración se mezcla con la mía, cómo el corazón me late más rápido al tenerla tan cerca.

—Te extrañé —murmuro contra su cabello.
—Yo también te extrañé —responde sin pensarlo, y esa confesión me deja sin aire.

Me separo un poco solo para mirarla.
Las lágrimas brillan en sus ojos, pequeñas y tercas, negándose a caer.
Le tomo el rostro entre las manos, con cuidado, y paso los pulgares por sus mejillas.
—No llores, cielo —le digo despacio.
Y antes de que pueda responder, acerco los labios y dejo un beso en la punta de su nariz.

Ella sonríe.
Y yo pienso que, si alguna vez existió una definición perfecta de paz, está justo aquí, en este momento.

—★‹🌕›★—

Audrey

Zade siempre ha tenido esa forma tan suya de hablar, como si el mundo se detuviera solo para escucharlo.
Y esta vez no fue diferente.

Cuando dijo que le agradecía por haber llegado a su vida, sentí un nudo en el pecho.
Porque yo también debería agradecerle a él… por quedarse, incluso cuando lo más fácil hubiera sido irse.

Mientras lo escuchaba, cada palabra suya me iba desarmando un poco más.
“Eras el caos que necesitaba”, dijo.
Y no sé por qué, pero quise reír y llorar al mismo tiempo.

Me salió la broma sin pensarlo.
—Deberías ser poeta o algo por el estilo.
Era mi manera de suavizar lo que en realidad quería hacer: abrazarlo y no soltarlo jamás.

Él sonrió, esa sonrisa medio ladina, medio dulce, que tanto extraño, y entonces me rodeó con los brazos.
Su abrazo siempre fue mi refugio, incluso cuando no quería admitirlo.
Cerré los ojos y me permití, por primera vez en mucho tiempo, sentir sin miedo.

—Te extrañé —le escuché decir, tan cerca que sentí las palabras en la piel.
—Yo también te extrañé —respondí antes de que mi mente intentara detenerme.

Entonces me miró.
Con esos ojos que me conocen mejor que yo misma.
Me tomó el rostro con ambas manos, tan suave, tan despacio, que todo lo que dolía pareció desvanecerse.

Y cuando me besó la nariz, no pude contener la sonrisa.
Una lágrima escapó, terca, pero no de tristeza.
Era alivio.
Era el comienzo de algo nuevo.

Nos quedamos así, quietos, con Roma respirando a nuestro alrededor y la sensación de que, después de tanto tiempo, habíamos encontrado otra vez el camino de regreso.




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