Audrey
Llegar al hotel fue como soltar un suspiro que había estado reteniendo desde hacía días.
Roma parecía más tranquila desde la ventana del auto, las luces pasaban lentas, y Zade mantenía una mano en el volante y la otra entrelazada con la mía.
No hablamos. No hacía falta.
Al subir al piso de la suite, él abrió la puerta con ese gesto relajado que siempre tiene cuando está en su territorio.
El olor a su perfume llenó el aire, y por un segundo sentí esa familiar punzada en el pecho, como si todos los recuerdos se encendieran de golpe.
—Puedes dormir aquí —dijo Zade, dejando las llaves sobre la mesa y encendiendo las luces tenues de la habitación.
—¿Y tú dónde vas a dormir? —pregunté, cruzándome de brazos.
—Depende… —su sonrisa ladeada apareció, la de siempre— de si piensas seducirme o no.
Rodé los ojos, aunque no pude evitar reír.
—Eres un idiota.
—Sí, pero soy tu idiota —respondió, con una calma tan descarada que me dieron ganas de lanzarle algo.
Y eso fue exactamente lo que hice.
Un tacón voló por el aire directo a su pecho.
Zade lo esquivó apenas, riendo como si disfrutara cada segundo.
—¡Ey! Cuidado, eso podría ser un intento de homicidio.
—Solo intento recordarte que no todo gira a tu alrededor —le dije, fingiendo estar seria mientras iba hacia la maleta.
Saqué mi pijama, una camiseta blanca suelta y unos shorts. Me giré sin pensarlo, cambiándome frente a él.
Zade no apartó la mirada, pero tampoco hizo ningún comentario más. Solo me observó con esa expresión que conocía bien: una mezcla de ternura y deseo contenido.
Cuando terminé, le lancé una mirada de advertencia.
—¿Qué? —preguntó, fingiendo inocencia.
—Nada, solo... deja de mirarme así.
—¿Así cómo?
—Como si te estuviera tentando.
Él sonrió.
—Porque lo estás haciendo.
Negué con la cabeza, aunque una risa se me escapó.
A veces olvidaba lo fácil que era caer de nuevo en esa burbuja con él.
—Vamos a ver una película antes de dormir —dije, intentando cambiar de tema.
Zade alzó una ceja.
—Por favor, dime que no vas a poner lo mismo de siempre…
—Crepúsculo.
—Dios mío… —suspiró, llevándose una mano a la frente.
—Shh, respeto las obras maestras —le respondí, subiendo al borde de la cama con el control en la mano.
Él se tiró junto a mí, resignado, con esa media sonrisa que usaba cuando se rendía ante mis caprichos.
Apoyé mi cabeza en su hombro y sentí cómo su respiración se acompasaba con la mía.
Durante un rato, no hubo palabras, solo el brillo de la pantalla y la risa inevitable cuando repetí los diálogos de memoria.
Zade rodó los ojos y murmuró algo sobre “esto siendo tortura emocional”, pero no se movió.
Ni siquiera cuando, sin darme cuenta, terminé quedándome dormida sobre su pecho.
—★‹🎬›★—
Zade
Podría fingir que odio estas películas.
Podría decir que es por Audrey que las soporto, pero mentiría.
Lo cierto es que me gusta ver cómo se ilumina su rostro cuando aparece una escena que le encanta, cómo recita las líneas sin equivocarse, cómo se emociona como si fuera la primera vez.
Esa inocencia suya siempre me derrite, aunque no lo admito.
Cuando me lanzó el tacón, me reí más de lo que debería.
Es tan impredecible, tan suya, que cada gesto termina por robarme la calma.
Ahora duerme sobre mi pecho, con la respiración suave, y siento que el mundo podría detenerse y yo no lo notaría.
Paso una mano por su cabello, despacio, sin despertarla.
A veces pienso que el verdadero lujo no está en los viajes, ni en los autos, ni en el poder.
Está en esto.
En tenerla cerca.
En escuchar su respiración mezclarse con la mía mientras una película olvidada sigue corriendo de fondo.
Sonrío sin querer.
Tal vez lo nuestro no necesitaba un nuevo comienzo.
Solo necesitaba una pausa… para volver a recordarnos cómo se siente estar en casa.