Inevitable

Capítulo 24 - Sin etiquetas

Zade

Nunca pensé que la paz pudiera sentirse así.
No como silencio, sino como un equilibrio raro entre su voz y la mía.
Entre sus risas y mi calma.
Entre lo que fuimos y lo que estamos siendo.

Han pasado unas semanas desde que volvimos de Italia, y todavía me cuesta creer que Audrey esté de nuevo en mi vida… sin promesas, sin etiquetas, sin la necesidad de definir nada.
Solo nosotros, siendo.

La primera vez que fui a buscarla a la sede de NOVA, todos me miraron como si el CEO no tuviera otra cosa que hacer.
Pero verla salir con esa carpeta entre las manos, la melena suelta y esa sonrisa nerviosa... valía la pena cada mirada curiosa.

—¿Otra vez por aquí, señor Morrison? —me dijo, con tono burlón cuando se acercó.
—Tal vez. —Me incliné un poco hacia ella—. Dicen que aquí trabaja una mujer que no me deja concentrarme.

Audrey me dio un golpecito con la carpeta en el pecho.
—Ridículo.
—Encantador, también podrías decir.
—No abuses.

Siempre hacemos eso: jugar, retarnos, mantener la línea entre el deseo y la complicidad.
Y aunque muchos pensarían que volvimos, la verdad es que simplemente nos reencontramos.

A veces la llevo a cenar, otras solo paso por ella para dar una vuelta por la ciudad.
Sin agenda, sin necesidad de explicar nada.
La dejo ser.
Y ella hace lo mismo conmigo.

Hoy, por ejemplo, está en su apartamento y me pidió que pasara después del trabajo.
Traje vino y su postre favorito.
No hay grandes planes. Solo el deseo simple de compartir el día.

Cuando abre la puerta, lleva una camiseta ancha y el cabello recogido en un moño desordenado.
Sin maquillaje.
Y aun así, luce como la versión más hermosa del caos.

—Llegas tarde —dice, cruzándose de brazos.
—Tráfico —respondo, mostrando la botella de vino—. Pero traje un regalo.
—Mmm… eso te salva por hoy.

Mientras servimos el vino, me doy cuenta de que el tiempo con ella ya no duele.
No es nostalgia. Es presente.
Y me gusta eso.

---

Audrey

No sé en qué momento dejé de sentirme culpable por quererlo de nuevo.
Quizás fue en Roma, o tal vez aquí, en la rutina.
En los cafés que me trae sin pedirlos, en los mensajes a medianoche, en las risas que me sueltan los nervios.

No volvimos oficialmente, pero ya no importa ponerle nombre.
Porque cuando estamos juntos, todo se siente bien.
Simple. Correcto.

Zade aparece en mi sede más veces de las que admitirá.
Dice que es “para supervisar los avances de las campañas”, pero yo sé que solo busca excusas para verme.
Y no lo niego: me encanta que lo haga.

Lo que más me gusta es que no hay prisas.
Nos damos espacio.
Hay días en los que no hablamos, y está bien.
Hay noches en las que me quedo en su penthouse y otras en las que él se queda aquí.
A veces lo veo despertar en mi sofá con el cabello despeinado y me pregunto cómo fue que llegamos aquí otra vez… tan diferentes, tan iguales.

Y cuando estamos en su penthouse, no puedo evitar molestarlo cada vez que veo las paredes color crema, los cojines de flor o las luces cálidas que yo misma elegí.

—Deberías quitar esto —le digo siempre, señalando los cojines rosas del sofá.
Él sonríe.
—Nunca.
—Zade…
—Son parte del lugar. Como tú.

A veces, cuando dice cosas así, solo atino a mirarlo en silencio, intentando no derretirme.
Pero ya es inútil fingir.
Cada gesto suyo me arrastra un poco más.

Y lo sé.
No deberíamos ir tan rápido, pero tampoco negarlo.
Así que dejamos que fluya.
Nos besamos cuando queremos, sin pensarlo demasiado.
Y cuando se despide, siempre lo hace con esa mirada que me promete algo que aún no decimos.

---

Zade

Audrey me mira diferente ahora.
Ya no hay miedo en sus ojos, ni esa distancia que solía usar para protegerse.
Cuando la tomo de la mano, no se aparta.
Cuando la beso, me devuelve el beso sin reservas.

No necesitamos hablar de “volver”.
Ya lo hicimos, de la forma más natural posible.

Una noche, mientras veíamos una película en su sofá, ella se quedó dormida sobre mi pecho.
Sentí su respiración, tranquila, confiada, y entendí que esto es el amor maduro: no el que necesita ruido, sino el que sobrevive al silencio.

Y sí, a veces me provoca volver a besarla hasta que olvide el mundo.
Pero no tenemos prisa.
Porque por primera vez, ambos estamos en el mismo ritmo.

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Audrey

Zade me mira con ese brillo que siempre me desarma.
Y a veces me pregunto si esto que tenemos ahora es real o solo un respiro antes del siguiente caos.
Pero luego recuerdo cómo me abraza, cómo me escucha, cómo me deja espacio para ser yo.
Y entonces sé que es diferente.

Una noche, mientras me ajustaba el abrigo para salir, él me sujetó del brazo suavemente.
—Audrey —susurró—. No sé qué somos ahora, pero sea lo que sea… quiero seguir así.
—Lo sé —respondí—. Yo también.

Y sin pensarlo, me besó.
Sin prisa.
Sin explicación.
Solo porque quiso, y porque yo también quería.

---

Zade

No necesito certezas, porque ella está aquí.
Riendo en mi sofá, bebiendo vino en mi cocina, dejando su perfume en cada espacio.
Audrey es caos, luz y calma al mismo tiempo.
Y si algo he aprendido, es que no hay que entenderlo todo para disfrutarlo.

Así que dejo que sea.
La dejo quedarse.
Y cuando se va, siempre deja algo atrás: un suéter, un labial, una nota en la nevera.
Pequeños recordatorios de que ya no estamos rotos.
Solo reconstruyéndonos.
Juntos.




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