Inevitable

Capítulo 25 - Rutina

Audrey

Nunca pensé que la rutina pudiera sentirse tan bien.
Con Zade no hay días iguales, pero hay algo reconfortante en cómo cada uno empieza y termina de forma parecida:
él con su café negro y su laptop, yo con mi té y una libreta llena de ideas que probablemente nunca use.

A veces trabajo desde su penthouse, y me gusta hacerlo.
El lugar siempre huele a su colonia y a las velas que dejé en la sala hace meses.
Me siento en el sillón, cruzo las piernas y empiezo a escribir, mientras él hace llamadas al otro extremo de la habitación.
No hablamos mucho cuando ambos estamos concentrados, pero basta con levantar la mirada y verlo ahí para que todo parezca más liviano.

A media mañana, siempre me pregunta lo mismo.
—¿Ya desayunaste algo que no sea café?
—El café también es desayuno.
—Audrey…
—Está bien, papá. Comeré algo.
—No me llames así.

Y sonríe, aunque intenta verse serio.
Siempre sonríe.

Hoy fue uno de esos días lentos, sin reuniones urgentes, sin el caos de la revista.
Él decidió quedarse trabajando desde casa y yo terminé adelantando unos artículos.
De fondo sonaba una lista de reproducción con canciones tranquilas, y a ratos, entre párrafo y párrafo, nuestras miradas se cruzaban como si no hiciera falta decir nada.

Cerca del mediodía, él se acercó a la cocina y empezó a preparar pasta.
Lo observé mientras cocinaba, moviéndose con una calma que antes no tenía.
Zade siempre fue perfeccionista, pero ahora tiene una forma distinta de estar presente, más humana, más cálida.

—Te ves bien ahí —le dije, apoyando la barbilla sobre mi mano.
—¿Sí?
—Sí. Muy doméstico. Me gusta.
—¿Doméstico? Eso suena terrible.
—Lo es. Pero te queda.

Rió, y ese sonido llenó toda la habitación.
Por un momento me vi reflejada en sus ojos: tranquila, feliz, completa.
Y me asustó un poco, porque no recordaba cuándo fue la última vez que me sentí así.

---

Zade

Audrey tiene una forma extraña de volver todo más fácil.
Llega, se sienta en el sofá, llena mi espacio de vida y lo hace parecer suyo.
De hecho, sigue burlándose de las remodelaciones.

Hoy, mientras comíamos, señaló los cojines rosados con un tenedor.
—¿En serio no los vas a cambiar?
—Ni hablar.
—Zade… esos cojines gritan yo no los compré.
—Exacto. Por eso se quedan.
—Eres incorregible.
—Y tú adorable cuando te quejas.

Me lanzó una servilleta a la cara, riéndose.
Y en ese instante, mientras la miraba reír, entendí que no necesito más que eso.
Su risa.
Su presencia.
Su desorden perfecto.

Después de almorzar, nos quedamos viendo una película que ninguno realmente seguía.
Ella se acurrucó a mi lado, con su cabeza sobre mi hombro, y jugueteó con mis dedos sin decir nada.
Yo solo la observé.
El perfil de su rostro, la forma en que pestañeaba lentamente, su respiración tranquila.

Nunca fui de los que creen en las segundas oportunidades, pero con Audrey…
con ella todo lo imposible parece razonable.

---

Audrey

Por la tarde, salimos a caminar.
Zade odia salir sin rumbo, pero últimamente se deja llevar por mis caprichos.
Caminamos por las calles del centro, con un café en la mano y el cielo a punto de llover.
No hablábamos mucho. Solo disfrutábamos del silencio.

En una vitrina vi una bufanda color vino y me detuve.
—¿Puedo probarla? —pregunté.
—Claro —respondió él, y antes de que dijera algo más, ya la estaba pagando.

—Zade, no hacía falta…
—Me gustó cómo te mirabas con ella.

No supe qué responder.
Solo me quedé quieta, observando cómo la lluvia empezaba a caer.
Y por alguna razón, sentí ganas de llorar.
No de tristeza, sino de gratitud.
Por todo lo que fue difícil y por lo que, a pesar de todo, seguimos siendo.

---

Zade

Cuando la lluvia se volvió más fuerte, corrimos hasta una cafetería.
Nos sentamos junto a la ventana, empapados y riendo como dos adolescentes.
Ella tenía el cabello pegado al rostro y las mejillas encendidas.
Y en ese momento pensé que no había nada más hermoso.

—¿Qué miras tanto? —me preguntó.
—A ti.
—Deberías dejar de hacerlo, la gente va a notar que me estás acosando.
—Déjalos notar.

Sus mejillas se tiñeron de rojo, y no supe si era por mis palabras o por el calor del café.
Le tomé la mano sobre la mesa, sin disimular.
Ya no necesitamos hacerlo.

Nos besamos ahí mismo, sin miedo a las miradas.
Un beso tranquilo, con sabor a lluvia y café.
Y supe, sin dudas, que no había vuelta atrás.

---

Audrey

A veces pienso que lo nuestro no necesita definiciones.
No somos novios, ni amantes, ni ex.
Solo somos nosotros, reconstruyendo algo que vale más que un título.

Zade me mira diferente ahora.
Ya no intenta controlarlo todo.
Solo está.
Y eso, curiosamente, es lo que más me hace querer quedarme.

Esta noche, cuando vuelva a su penthouse, seguro volveré a quejarme de los cojines rosas.
Él fingirá que me ignora, luego me abrazará por detrás y me susurrará algo que me robe la respiración.
Y así, sin grandes gestos, sin declaraciones, seguiremos creando nuestra propia versión del amor:
libre, tranquilo y completamente inevitable.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.