Inevitable

Capítulo 35 - Un paso a la vez

Zade

Han pasado treinta y dos días desde que volvió a casa.
Treinta y dos días en los que he aprendido más sobre paciencia y amor que en toda mi vida.

Audrey empezó la rehabilitación hace una semana.
Duele.
A veces, la veo apretar los dientes, aferrarse a las barras del centro de fisioterapia con los nudillos blancos y el ceño fruncido.
A mí me toca quedarme detrás del vidrio, sin hacer nada, sin poder quitarle ese dolor, solo observando cómo lucha contra él.
Y, aún así, cada vez que termina, me mira y sonríe como si hubiera ganado una guerra.

—Un paso a la vez —me dice siempre, antes de salir.
Y cada vez que la escucho, me convenzo de que esa frase no es solo para su pierna, sino para los dos.

Hoy la tarde está tranquila.
Ella está sentada en el sofá, con la pierna apoyada sobre un cojín y la laptop en las piernas, revisando artículos para la próxima edición de NOVA.
Yo estoy en la cocina, haciendo café —aunque en realidad llevo diez minutos mirando la cafetera sin saber qué estoy haciendo—, porque cada vez que la miro, se me va la concentración.

—¿Otra vez vas a dejar hervir el agua hasta que se evapore? —pregunta desde el sofá.
—No. Bueno… sí, quizá.
—Eres un desastre —se ríe.

Su risa.
Dios, si supiera lo que esa risa me hace.

—¿Cómo va el trabajo? —pregunto, acercándome con las dos tazas.
—Bien. Aunque me cuesta concentrarme, no por ti —aclara, levantando la mirada con esa sonrisa traviesa—. Es que aún me canso rápido.
—Normal. Es parte del proceso.
—Odio los procesos.
—Lo sé. Pero te están haciendo bien.

Dejo una taza frente a ella, y cuando intento besarla, me jala del cuello del suéter.
—¿Sabes que si sigues tan atento me voy a malacostumbrar, cierto?
—Ya es tarde para eso, cielo.

Por la tarde, la llevo a su rehabilitación.
El lugar es luminoso, con olor a desinfectante y a voluntad.
La fisioterapeuta la recibe con una sonrisa y yo me quedo en la esquina, observando, sin meterme.

Audrey da su primer paso sin muletas.
Uno.
Solo uno.
Pero basta.

Sus labios tiemblan, mezcla de dolor y orgullo.
Aplaudo sin pensarlo, y ella me lanza una mirada que dice “por favor no me hagas llorar aquí”.

Al salir, le abro la puerta del auto y la ayudo a sentarse.
—¿Te duele mucho?
—Sí. Pero más dolía no poder hacerlo. —Me mira, y ahí está otra vez esa luz suya que no se apaga ni cuando todo duele.

Durante el trayecto de regreso, se queda mirando por la ventana.
La ciudad brilla, la gente camina sin mirar atrás, los semáforos cambian.
Y ella, con la mirada perdida, parece pensar en todo y en nada al mismo tiempo.

—¿Qué pasa? —le pregunto.
—Solo pienso… que nunca había valorado tanto algo tan simple como caminar.
—Y ahora lo haces más hermosa que nunca —digo sin pensarlo.
Ella ríe bajito.
—Eres un tonto.
—Un tonto enamorado, sí.

—★‹🚑💻›★—

Audrey

Nunca creí que un solo paso pudiera hacerme llorar.
No de tristeza, sino de alivio.
La fisioterapia duele, quema, a veces me hace temblar. Pero también me recuerda que sigo viva, que cada músculo que tiembla está sanando, que cada lágrima es parte del camino.

Y lo mejor de todo es que Zade está ahí.
Siempre.
En silencio, sin presionarme, sin llenarme de palabras vacías.
Solo está.
Y eso es más de lo que jamás había pedido.

De vuelta en casa, me acomodo en el sofá con mi portátil y una taza de café que él preparó.
Sabe horrible.
Pero no tengo el corazón para decírselo.

—¿Te gusta? —pregunta, esperanzado.
—Muchísimo —miento descaradamente.
—Lo sabía. Tengo talento natural.
—Sí, talento para hacer cosas imbebibles. —Nos reímos.

Me encanta que volvamos a reír así.
Sin miedo, sin tensión.
Solo siendo nosotros.

Por la noche, mientras él cocina —bueno, intenta cocinar—, lo observo desde la mesa.
Tiene la camisa remangada, el cabello despeinado y la expresión concentrada como si preparar pasta fuera una misión de vida o muerte.
Y por alguna razón, me parece la cosa más adorable del mundo.

—¿Sabes qué es lo más raro? —le digo.
—¿Qué?
—Que a pesar de todo lo que pasó, no cambiaría nada.
—¿Nada?
—Nada. —Lo miro a los ojos—. Porque si cambiaras algo, tal vez no estarías aquí. Tal vez yo no estaría aprendiendo a volver a caminar. Y tal vez no sabríamos cuánto nos necesitamos en realidad.

Zade se queda callado.
Luego deja la cuchara en la encimera, se acerca y me besa la frente.
—Eres más fuerte de lo que crees, Audrey.
—No, solo tengo buenos motivos para serlo.

Después de cenar, vemos otra película.
Sí, Crepúsculo otra vez.
Ya ni protestó.
Solo me mira, resignado, y a mitad de la historia termina abrazándome como si no pudiera evitarlo.

Siento su respiración en mi cuello, el calor de su pecho detrás del mío.
Y pienso que, a pesar de las cicatrices, las muletas, los moretones que aún duelen… estoy completa.
Porque él está aquí.

—¿Sabes algo, Zade? —susurro.
—¿Qué pasa?
—Cuando pueda volver a correr, lo primero que haré será ir a la playa contigo.
—¿Y si te caes?
—Tú me recoges.
—Trato hecho.

Nos reímos bajito, y en ese instante entiendo que la felicidad no se encuentra, se construye.
A veces con lágrimas, a veces con pasos lentos, pero siempre juntos.

---

Zade

Cuando se queda dormida, me acerco y acomodo la manta sobre sus piernas.
La miro unos segundos.
Su respiración es tranquila, y en sus labios se dibuja una sonrisa pequeña.

Y ahí lo sé:
No hay nada que no haría por verla así todos los días.

No necesito que corra, ni que vuelva a saltar, ni que todo sea perfecto.
Solo quiero seguir viendo esa fuerza suya que no se rinde, esa luz que no se apaga.




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