Audrey
No sé en qué momento el ruido volvió.
Quizás siempre estuvo allí, escondido, esperando a que bajara la guardia.
Esta mañana me desperté con el teléfono vibrando sin parar.
Mensajes, notificaciones, etiquetas, titulares.
Y, en medio de todo, un nombre que ya había aprendido a ignorar: el mío.
> “El magnate multimillonario, Zade Morgan, vuelve con su ex novia después de casi un año separados.”
“Audrey Williams, quien sufrió un accidente automovilístico hace poco, parece haber retomado su relación con el empresario.”
“Fñuentes cercanas aseguran que ambos viven juntos desde hace semanas.”
“Hemos intentado conseguir entrevistas, pero simplemente es casi imposible.”
Casi imposible.
Esa parte me hizo reír.
No es que sea imposible… es que ya no quiero hablar. No de mi vida, no de mi relación, no de lo que duele ni de lo que sana.
Cuando bajé al salón, Zade estaba sirviendo café, y en la pantalla del televisor se proyectaban las mismas fotos que inundaban internet.
Nosotros, saliendo del centro de rehabilitación.
Yo con muletas, él con su mano en mi espalda.
Y otra, más reciente, en la feria, riendo.
Levanté una ceja.
—Bueno, al menos salí bien en esa.
Zade soltó una carcajada.
—¿Eso es lo único que te molesta?
—No. Pero si voy a ser portada, que sea una donde no parezca que estoy a punto de desmayarme.
Él apagó el televisor sin decir más y me acercó una taza.
—No tienes que leer nada de eso, Audrey.
—Lo sé. Pero prefiero saber lo que dicen antes de que empiecen las teorías locas.
—Ya las empezaron —dijo, con esa calma suya que siempre me desarma—. Según una, estás embarazada.
—¿Qué? —casi escupí el café—. ¡Por favor! Apenas puedo subir escaleras sin que me duelan las costillas.
—Lo sé —rió él, y me dio un beso en la mejilla—. Bienvenida de nuevo al circo.
Ese día decidí salir igual.
No me escondo más.
Zade insistió en acompañarme hasta la entrada del edificio de NOVA.
La rehabilitación me deja un poco adolorida, pero puedo caminar distancias cortas sin muletas si voy despacio.
Los flashes empezaron en cuanto cruzamos la puerta del auto.
Voces, preguntas, el sonido metálico de las cámaras.
Y aunque el instinto fue retroceder, respiré hondo.
—¿Cómo te sientes después del accidente, Audrey?
—¿Han vuelto oficialmente?
—¿Piensan casarse pronto?
Cerré los ojos un segundo y recordé a la Audrey de hace un año: la que se habría puesto a temblar, que habría huido o llorado.
Pero no.
Esta vez sonreí, di las gracias por el interés y seguí caminando.
Sentí la mano de Zade rozar la mía, discreta, sin forzar.
No dijo nada. No tenía que hacerlo.
Su silencio bastaba.
En la oficina, todo el mundo ya había visto las noticias.
Algunos disimularon, otros me miraron con esa mezcla de curiosidad y respeto que siempre me resulta incómoda.
Aimee —mi asistente— se me acercó con una sonrisa traviesa.
—Eres tendencia número tres en redes.
—¿Por qué no número uno?
—Porque hay un escándalo político más grande que tú.
—Vaya decepción —bromeé.
Nos reímos, y por primera vez en mucho tiempo, el ruido no dolió tanto.
Durante la tarde, me encerré en mi oficina a revisar artículos.
Afuera, la ciudad seguía girando, los autos sonaban, la vida continuaba.
Y pensé en todo lo que habíamos pasado: la distancia, el accidente, el miedo, las reconciliaciones.
No era un cuento de hadas.
Era una historia humana. Con errores, cicatrices y segundas oportunidades.
Y aun así, los titulares se empeñaban en simplificarlo todo.
“Vuelve con su ex.”
Como si todo lo vivido entre medio no contara.
Tomé el celular y abrí una de las revistas.
Habían usado una foto de nosotros en la feria: Zade sosteniéndome la mano mientras yo gritaba en una montaña rusa.
El texto decía:
> “Lo que empezó como un amor fugaz parece haberse convertido en una relación sólida. Fuentes cercanas aseguran que la pareja planea mantener un perfil bajo, aunque su conexión es más evidente que nunca.”
Cerré la pantalla.
No estaban tan equivocados, en realidad.
—★‹📰›★—
Al llegar a casa, Zade estaba en el balcón, con un libro en las manos y el atardecer cubriéndolo todo en tonos dorados.
Me acerqué despacio.
—¿Viste las últimas noticias? —pregunté.
—Intenté no hacerlo.
—Dicen que planeamos casarnos.
—¿Ah, sí? Qué interesante.
—También dicen que estamos esperando un hijo.
—Bueno, uno de dos no suena tan mal.
—¿Cuál?
—El matrimonio. Lo otro podría esperar un poco.
Me reí, apoyándome en su hombro.
—No les des ideas.
—Demasiado tarde —dijo, besándome el cabello—. Ya saben más de nosotros de lo que nosotros mismos sabemos.
Nos quedamos en silencio un rato, viendo cómo el sol desaparecía detrás de los edificios.
Y pensé que, al final, los titulares podían decir lo que quisieran.
El verdadero titular estaba ahí mismo, en lo que no se veía:
En las risas que compartíamos, en los silencios cómodos, en la forma en que él me mira como si no existiera nadie más.
Esa noche, antes de dormir, recibí un mensaje de Valentina con una foto.
Era una página de una revista digital con el título:
> “Audrey Williams: resiliencia, amor y segundas oportunidades.”
Debajo, una nota breve decía:
> “A veces, la historia más valiente no es la que comienza, sino la que vuelve a empezar.”
Me quedé mirándola largo rato.
Y sonreí.
Porque, por primera vez en mucho tiempo, me sentí en paz con todo lo que éramos, incluso con lo que el mundo veía.