Inevitable

Capítulo 42 - Un hermano, dice...

(Narrado por Zade)

La casa, por fin, está en silencio.
Una hazaña digna de celebrar con fuegos artificiales y una copa de vino.

Atlas duerme hecho un ovillo sobre su cama, roncando suavemente, mientras Audrey y yo descansamos en el sofá.
Ella está recostada sobre mi pecho, con el cabello suelto y las piernas sobre mis rodillas, jugando con mis dedos distraídamente.

Es una escena tranquila.
Perfecta.
Hasta que abre la boca.

—Estuve pensando… —dice, y ya sé que nada bueno puede salir de esa frase.
—Mmm, no me gusta ese tono. —bostezo—. Siempre que dices eso, terminas cambiando mi vida de alguna manera.
Ella sonríe.
—No exageres. Solo pensé que Atlas necesita un hermanito.

Abro un ojo.
—¿Un qué?
—Un hermanito.
—Audrey, por favor, el perro todavía cree que la basura es un parque de diversiones. ¿Quieres sumarle un humano?
—No un humano —responde, divertida—. Un gato.

La miro, incrédulo.
Un gato.
Un. Gato.

—Eso es una broma, ¿verdad?
Ella niega, con esa calma peligrosa que me hace temer por mi salud mental.
—No lo es. Sería lindo, Zade. Atlas tendría compañía cuando nosotros trabajamos.
—¿Compañía? ¿Un gato? Audrey, eso no es compañía. Eso es… un enemigo natural.
Ella ríe.
—No puedes odiar a todos los gatos del planeta.
—No los odio a todos. Solo a los que existen.

Audrey suelta una carcajada, y aunque intento mantener mi cara seria, me cuesta.
—Piensa en lo adorable que sería —dice—. Un pequeño gatito, blanco, dormido encima de Atlas.
—O encima de mis trajes, dejando pelo en todo.
—Podrías acostumbrarte.
—Podría mudarme —replico, seco.

Ella me da un pequeño golpe en el pecho, divertida.
—Vamos, Zade. ¿Dónde está tu espíritu paternal?
—Se lo comió el perro cuando mordió mis pantuflas.

Ríe tan fuerte que casi despierta a Atlas.
Y ahí está el problema.
Cada vez que ríe así, me desarma. No puedo negarle nada.

Suspira y apoya el mentón sobre mi pecho.
—Lo pienso en serio. Me gustaría que esta casa tenga más vida.
—Ya tenemos suficiente caos —respondo, acariciando su espalda—. Tú, yo, y una bestia que cree que es un bebé gigante.
—No es caos, Zade. Es hogar.

Esa palabra me deja en silencio.
Hogar.
Suena tan simple… y al mismo tiempo tan enorme.

La miro. Sus ojos brillan bajo la luz cálida del salón, y siento esa paz rara que solo aparece cuando ella está cerca.
Podría vivir mil días así, con ella en mis brazos, hablando tonterías sobre perros y gatos y el futuro.

Respiro hondo.
—Audrey…
—¿Mmm?
—Si traes un gato a esta casa… —digo en tono solemne—, prometo fingir que lo tolero.
Sus labios se curvan en una sonrisa triunfante.
—¿Eso significa que sí?
—Eso significa que me estás manipulando con tu ternura otra vez.
—Funciona siempre —responde con una risita.

Atlas, como si entendiera que hablamos de él, levanta la cabeza y suelta un ladrido suave.
Audrey le acaricia la cabeza.
—¿Viste, bebé? Pronto tendrás un hermanito.
—Ni hablar. —Me cruzo de brazos, aunque ya sé que he perdido esta batalla.
Ella se recuesta otra vez, satisfecha.
—Te amo, gruñón.
—Y yo a ti, peligrosa.

Cierro los ojos mientras ella se acomoda en mi pecho y Atlas suspira al otro lado del sofá.
Y aunque me niego a admitirlo en voz alta, me sorprendo pensando… que quizá, solo quizá, un gato no sería tan mala idea.

Quizá.

Pero jamás se lo diré.




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