Inevitable

Capítulo 44 - Caos matutino

(Narrado por Zade)

Hay mañanas en las que me pregunto en qué momento perdí el control de mi vida.
Hoy es una de esas.

El despertador suena a las seis, pero no soy yo quien lo apaga.
Es Audrey, medio dormida, que se gira y lo lanza al suelo murmurando algo que suena como “cinco minutos más”.
Cinco minutos que, inevitablemente, terminan convirtiéndose en treinta.

Mientras tanto, Atlas ladra desde la sala porque quiere salir, y Chimuelo… bueno, Chimuelo decide que es el momento perfecto para escalar mi pierna.

Y no, no hablo en sentido figurado.
Literalmente trepa por mi pantalón, clavando esas uñas diminutas pero afiladas como cuchillas.
—¡Chimuelo, por el amor de Dios! —gruño, intentando despegarlo sin morir desangrado.
El maldito gato solo maúlla, se acomoda en mi hombro como si fuera un loro y empieza a ronronear.

—¿Así que esto es lo que quieres? ¿Brazos? —le digo, mirándolo de reojo.
Él me mira con esos ojos verdes y parpadea lentamente, como si me estuviera perdonando la vida.
—Eres un descaro de animal —le susurro, rindiéndome.

Cuando bajo a la cocina, el panorama es digno de una comedia.
Atlas corretea al gato, el gato salta sobre la encimera, derriba un frasco de cereales, y Audrey…
Audrey está sentada en la mesa, con una taza de café, riendo a carcajadas.

—¿Qué pasa, cielo? —pregunta entre risas, viéndome con la camisa medio abierta y al gato scorre y salta de la mesa y se queda enganchado a mi hombro, de nuevo.
—Lo de siempre —respondo con ironía—, mi vida convertida en un circo de cuatro patas.

Ella se levanta, se acerca y acaricia a Chimuelo, que instantáneamente se acomoda más contra mi cuello.
—Mira cómo te quiere —dice con ternura.
—No, no me quiere, me domina —corrijo—. Este gato tiene alma de dictador.

Atlas ladra otra vez, celoso. Audrey le lanza una galleta y el perro se calma… por tres segundos, antes de intentar robarme la tostada.
Logro salvarla en el último instante, pero el café no corre con la misma suerte.
—Perfecto —murmuro, mirando el charco oscuro en el suelo—. Un día más en el paraíso.

Audrey se ríe tanto que casi se atraganta.
Su risa llena la casa, y aunque quiero seguir con mi pose de tipo serio y amargado, es imposible no sonreír.
No hay nada más contagioso que ella feliz.

Chimuelo se estira y se acomoda en mis brazos como si fuera el rey del lugar.
Atlas se tumba al lado de Audrey, mirando al gato con resignación.
Y yo… bueno, yo me rindo.

Porque este caos es nuestro.
El gato con su descaro.
El perro con su energía infinita.
Y Audrey, con esa sonrisa que puede desarmar cualquier intento de resistencia.

Me acerco a ella, la beso en la frente y murmuro:
—La próxima vez que digas “solo un gato pequeño, Zade, ni se nota”, quiero que recuerdes esto.
—¿El qué? —pregunta, con una sonrisa traviesa.
—Que ahora vivo con un dragón disfrazado de gato —respondo, mirando a Chimuelo, que justo en ese momento me muerde el dedo.

Audrey se ríe, y yo también.
Porque al final del día, aunque me queje, no lo cambiaría por nada.
Ni el caos, ni el gato, ni la mujer que hizo que mi casa se llenara de vida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.