Inevitable

Capítulo 45 - Después del caos

(Narrado por Zade)

La casa por fin está en silencio.
Atlas duerme en el sofá, patas arriba, con un ronquido que no parece de un perro de su tamaño.
Chimuelo está en su cama —bueno, en teoría—, porque sé que en cuanto apague la luz aparecerá encima de mi almohada, estirado como si pagara arriendo.

Audrey está recostada sobre mi pecho, jugando distraídamente con los botones de mi camisa.
Tiene el cabello suelto, húmedo todavía del baño, y huele a Vainilla.
Ese aroma siempre consigue desarmarme.

—¿Sabes que Atlas y Chimuelo van a destruir esta casa antes de fin de mes? —digo, rompiendo el silencio.
Audrey ríe bajito, esa risa suave que me hace olvidar cualquier cosa.
—No seas exagerado —responde—. Solo necesitan un poco de entrenamiento.
—¿Entrenamiento? —alzo una ceja—. Uno come mis pantuflas y el otro trepa mis piernas. Lo próximo será una conspiración para echarme de mi propia casa.

Ella levanta la cabeza y me mira, con esa sonrisa que se le forma en la comisura cuando intenta no reírse.
—No los odias tanto como dices.
—No. Pero tampoco los amo como tú, cielo.
—Mentira —susurra, acomodándose otra vez sobre mi pecho—. Si no los quisieras, no dormirían los dos en tu lado de la cama.

No puedo evitar reírme.
—Solo porque no quiero que tú duermas apretada.
—Claro, claro. Qué noble de tu parte.

Hay un momento de silencio.
Solo se escucha el reloj del pasillo, el viento golpeando suavemente las ventanas y la respiración tranquila de Audrey.
Acaricio su espalda despacio, con la yema de los dedos, y me quedo mirando el techo.

—A veces pienso en lo mucho que cambió mi vida desde que llegaste —le digo en voz baja—. Antes todo era trabajo, reuniones, silencio…
—Y pizza congelada —añade, con una sonrisa soñolienta.
—Exacto. Y pizza congelada —repito, riendo.
—Ahora tienes ruido, pelos de gato, besos, abrazos y caos —susurra, sin abrir los ojos.
—Y a ti —digo simplemente.

Audrey levanta la vista, me mira con esos ojos que parecen luz, y sonríe.
—Eso último es lo único que importa, ¿no? —pregunta.
—Sí —respondo sin dudar—. Lo único que importa.

Ella se acomoda mejor, entrelaza sus dedos con los míos, y me susurra con voz cansada:
—No sé qué hiciste conmigo, Zade, pero me gusta.
—Te devolví el caos que tú me diste —bromeo.
—Entonces estamos a mano —responde, riendo apenas, antes de quedarse en silencio.

Siento cómo su respiración se vuelve más lenta, más profunda.
Se ha dormido.

La observo unos segundos, con la luz tenue de la lámpara reflejándose en su piel.
Y no puedo evitar pensar en todo lo que hemos pasado: las peleas, las separaciones, el miedo, el accidente…
Y ahora esto.
Una noche tranquila.
Sin lujos.
Sin planes.
Solo ella, respirando sobre mi pecho, y el sonido suave del gato moviéndose por la habitación.

Cierro los ojos y sonrío.
Porque por primera vez en mucho tiempo, tengo la certeza absoluta de que estoy exactamente donde debería estar.




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