(Narrado por Audrey)
Últimamente siento que el tiempo corre distinto.
Los días se me van entre risas, trabajo, ladridos, ronroneos y los brazos de Zade.
Y, honestamente, no me quejo.
Desde que nos mudamos a esta casa, todo se siente diferente.
No sé si es la luz que entra por las mañanas, o el simple hecho de despertarme y verlo a mi lado, con ese cabello despeinado y la cara de niño que solo muestra cuando duerme.
Tal vez sea eso.
O tal vez sea que, después de tanto caos, por fin todo parece tener sentido.
Las cosas entre nosotros… han estado bastante intensas.
Digamos que hemos estado muy activos, si se entiende la insinuación.
Supongo que después de todo lo que pasamos, ambos teníamos demasiado amor contenido —o energía acumulada, según Zade—.
Y no puedo negar que me encanta.
Hay algo en él que me enciende con solo mirarlo, y creo que él lo sabe perfectamente.
A veces me pregunto si en medio de tanta pasión, no estaremos tentando un poco al destino.
Zade bromea con que pronto habrá “una versión mini de Audrey corriendo por la casa”.
Yo finjo no escucharlo, pero por dentro sonrío.
Chimuelo, por su parte, se ha declarado oficialmente el dueño de Zade.
Duerme todas las noches en su pecho, justo donde antes solía dormir yo.
Y no importa cuántas veces intente moverlo: el gato lo mira con esos ojos verdes brillando en la oscuridad y él simplemente se rinde.
El espacio que era mío, ahora pertenece a una bola de pelos que ronronea.
—Ese gato te robó —le dije anoche.
—Tal vez solo sabe que tengo buen gusto —me respondió, sonriendo con esa arrogancia encantadora suya.
Mientras tanto, Atlas se convirtió en mi compañero de sueños.
Apenas apago la luz, se sube a la cama y apoya su cabeza en mi almohada.
Respira profundo, como si me cuidara mientras duermo.
Zade dice que parecemos dos osos hibernando, y quizá tenga razón.
Entre trabajo, mascotas y nuestras escapadas de fin de semana, la vida se siente plena.
Nos reímos mucho.
Discutimos por tonterías, claro, como cualquier pareja.
Pero siempre terminamos arreglándolo con una mirada o un beso… o algo más que no debería decir en voz alta.
A veces lo observo cuando no se da cuenta.
Está en la cocina, concentrado en no quemar las tostadas, y pienso:
Este hombre cambió todo.
Mi vida, mis planes, mi forma de ver el futuro.
Y aunque no hemos hablado de compromisos, ni anillos, ni promesas grandes… hay algo en sus ojos que me lo dice todo.
Zade ya es mi hogar, incluso sin decirlo.
Y en el fondo, sé que lo nuestro apenas comienza.