(Narrado por Zade)
No fue fácil averiguarlo.
Audrey jamás mencionó su cumpleaños, y si no hubiera sido porque le pregunté a Emma —su amiga del trabajo—, jamás lo habría sabido.
Treinta segundos de silencio incómodo después, Emma solo dijo:
—No le gusta hablar de eso, pero es el 13 de septiembre.
Y luego cambió de tema tan rápido que entendí que había algo detrás.
Aun así… no podía dejarlo pasar.
No soy de los que ignoran fechas importantes, y menos si se trata de ella.
No le preparé una fiesta, ni una cena elegante con velas (sé que eso la haría querer escapar por la ventana).
Solo algo pequeño.
Algo nuestro.
Así que pasé toda la mañana armando la sorpresa.
Un pastel pequeño color rosa, con una simple frase en el centro: Happy Birthday, my love.
Lo acompañé con un collar de oro blanco con pequeños diamantes rosados —brillan igual que sus mejillas cuando sonríe— y una pila de libros que llevaba meses mirando en escaparates pero nunca compraba porque “no eran una prioridad”.
Mentira.
Todo lo que la hace feliz es una prioridad.
Cuando terminé, observé la caja: flores blancas y rosadas alrededor, el pastel al lado del collar, y los libros envueltos con cinta de satén.
Nada exagerado.
Nada que la hiciera sentirse expuesta.
Solo un pedacito de calma, como ella me enseñó a amar.
La verdad, estoy nervioso.
No sé por qué tengo la sensación de que este día significa más de lo que parece.
—★‹🎂· 🪦›★—
(Narrado por Audrey)
13 de septiembre.
Veintitrés años.
No me emociona.
Nunca lo ha hecho.
Desde los trece, detesto esta fecha.
Porque fue ese mismo día, hace diez años, cuando mi hermano mayor murió en un accidente.
Recuerdo el sonido del teléfono, la voz temblorosa de mi madre, el silencio que se instaló en casa.
Desde entonces, los cumpleaños dejaron de tener sentido.
Nunca se lo he contado a Zade.
No porque no confíe en él, sino porque… no es algo que quiero revivir.
Cada vez que alguien dice “feliz cumpleaños”, una parte de mí vuelve a esa tarde.
A la sensación de vacío.
Pero hoy, cuando llegué al penthouse, lo encontré de pie en medio del salón, con esa sonrisa torpe que pone cuando intenta ocultar que está nervioso.
Sobre la mesa había una caja azul marino con flores y una pequeña torta rosada.
Me quedé quieta, sin saber qué decir.
—Antes de que digas algo —empezó él—, sé que no te gustan las fiestas ni las sorpresas… pero prometo que esto no cuenta como ninguna de las dos.
Sonreí.
Porque sí, era tan él.
Me acerqué. Dentro de la caja había un collar precioso, delicado, con diminutos diamantes rosados que parecían atrapados en luz.
Y al lado, un montón de libros envueltos con cinta.
Mis libros favoritos.
Los que había estado evitando comprar desde hacía meses.
No pude evitar reír, ni tampoco contener las lágrimas.
—¿Cómo supiste? —pregunté.
—Tengo mis métodos —respondió, encogiéndose de hombros.
Lo abracé sin decir nada.
No sabía cómo explicarle que ese simple gesto significaba más de lo que él podía imaginar.
Que en diez años, era la primera vez que alguien lograba convertir este día en algo que no dolía.
Él me miró con esos ojos sinceros, y solo dijo:
—Feliz cumpleaños, cielo.
No respondí con palabras.
Solo apoyé mi cabeza en su pecho y lo dejé abrazarme, sintiendo cómo el peso de todos esos años se volvía un poco más liviano.
Por primera vez, en mucho tiempo, el 13 de septiembre no dolió tanto.