Inevitable

Capítulo 53 - Una escapada

Zade

Han pasado tres días desde que Audrey me contó sobre su hermano.
Desde entonces, la he visto más tranquila… pero aún hay un dejo de tristeza en sus ojos.
Esa mirada silenciosa que aparece cuando cree que no la estoy viendo.

Así que decidí que necesitábamos escapar un poco del ruido.
Nada de juntas, ni redactores, ni llamadas. Solo ella y yo.

El destino no importa mucho —aunque, por supuesto, lo planeé con precisión casi quirúrgica—.
Un pequeño pueblo costero, escondido entre acantilados, donde el mar suena más fuerte que el tráfico.
Donde nadie sabe quiénes somos, y no hay cámaras, ni flashes, ni rumores.

Audrey está en la oficina cuando la llamo.

—Empaca algo ligero —le digo.
—¿Por qué? —pregunta, con voz sospechosa.
—Porque te secuestro por el fin de semana.
—Zade… —suspira, entre risas—. Tengo trabajo.
—No. Lo que tienes es exceso de trabajo —respondo, sonriendo—. Así que apaga esa laptop y deja que te robe un rato.

La escucho reír al otro lado.
Dios, ese sonido vale cualquier cosa.

---

Audrey

Cuando Zade dice que me va a “secuestrar”, sé que no hay forma de negarme.
No porque no pueda… sino porque no quiero.

Empaco algunas cosas, ropa cómoda, un vestido blanco que siempre me hace sentir ligera, y mi libro favorito.
En el auto, mientras el paisaje cambia de la ciudad al campo, miro por la ventana y sonrío.

—¿Dónde vamos? —pregunto.
—A un sitio donde el viento cura —responde él, sin mirarme.
—¿Eso existe?
—Sí —dice, mirándome de reojo—. Lo descubrí el día que te conocí.

Me río, negando con la cabeza.
A veces pienso que Zade debería escribir guiones para películas románticas.
Pero lo cierto es que… lo dice en serio.
Y esa sinceridad es lo que me desarma.

---

Zade

El viaje dura casi tres horas.
Cuando llegamos, Audrey se queda en silencio.
La casa está justo frente al mar. Pequeña, con paredes blancas, una terraza de madera y una hamaca colgante.
Nada de lujo, nada de perfección.
Solo un lugar donde el mundo parece detenerse.

—Zade… es precioso —susurra, con una sonrisa suave.
—Lo sé —respondo, mirándola a ella, no a la casa.

Dejo las maletas, preparo café, y salimos a la terraza.
El sonido del mar golpeando las rocas es hipnótico.
Audrey apoya la cabeza en mi hombro.

—Gracias —dice al cabo de un rato.
—Por secuestrarte?
—Por pensar en mí así —susurra—. Por recordarme que está bien parar un poco.

---

Audrey

El aire huele a sal.
Camino descalza por la arena mientras Zade toma fotos mías sin que me dé cuenta.
A veces lo miro, fingiendo estar molesta, pero él solo sonríe con esa sonrisa que siempre me gana.

Terminamos comiendo pescado fresco en un pequeño restaurante junto al muelle.
Zade no deja de mirarme.

—¿Qué pasa? —pregunto.
—Nada… —dice, apoyando el mentón en la mano—. Solo intento entender cómo alguien puede verse tan feliz sin saberlo.

Me ruborizo.
—¿Y tú cómo sabes que soy feliz?
—Porque cuando lo eres, te brilla la mirada —responde, tranquilo.

Me quedo callada.
Porque tiene razón.
Y porque, aunque no lo diga, lo soy.

---

Zade

Después de comer, caminamos por el malecón, con un helado en la mano.
Audrey insiste en que debemos ver el atardecer desde la colina, así que subimos.
El cielo se tiñe de naranja, violeta y oro.
Ella apoya la cabeza en mi hombro y, por primera vez en mucho tiempo, no parece tener peso encima.

—Zade —dice en voz baja—.
—¿Sí?
—Creo que necesitaba esto más de lo que creía.
—Lo sé —respondo.

Me mira, con una sonrisa de esas que se sienten más que se ven.
—Te amo —susurra.
—Tambien Te amo, mi cielo.

Nos quedamos así, en silencio, mirando cómo el sol se esconde.
Y por primera vez, en meses, siento que no falta nada.

---

Audrey

Esa noche, después de ducharnos, me acuesto sobre su pecho.
Zade acaricia mi espalda con movimientos lentos, distraídos.
No hablamos mucho, no hace falta.

El mar suena a lo lejos, como una respiración constante.

—Zade —susurro.
—Dime, amor.
—Gracias por recordarme cómo se siente la calma.

Él besa mi frente, con esa ternura que me rompe el alma.
—Gracias a ti por hacer que todo valga la pena —responde.

Y ahí, en esa casa pequeña frente al mar, entiendo algo:
no hay herida que el amor no pueda curar…
si llega con la persona correcta.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.