(Perspectiva intercalada)
Zade
Roma.
La ciudad donde el caos tiene su propio ritmo, y donde ella y yo, entre ruinas y promesas, aprendimos a comenzar de nuevo.
El Coliseo se alza frente a mí, iluminado bajo una luna casi perfecta.
Todo está en silencio, vacío, como lo pedí.
Nadie. Solo ella y yo.
Me paso la mano por el cabello mientras espero.
Siento los latidos en la garganta, las manos temblorosas.
Yo, que podía enfrentar a cualquiera sin dudar, ahora tiemblo por una sola persona.
Audrey.
Cuando escucho sus pasos detrás de mí, mi corazón reconoce su ritmo antes que mis ojos.
Giro, y ahí está.
Con un vestido color marfil que baila con el viento, con esa mirada curiosa que siempre logra detenerme el mundo.
—Zade… ¿qué es esto? —pregunta, sonriendo, con esa mezcla de sorpresa y ternura que me mata.
—Solo un lugar —respondo, dándole la mano—. Uno donde prometí que volveríamos cuando todo estuviera bien.
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Audrey
El aire romano huele a historia y promesas antiguas.
Pero nunca imaginé que él haría esto.
El Coliseo… vacío. Solo para nosotros.
La luna reflejada sobre las piedras. El eco de mis pasos. Su mirada.
Cuando tomo su mano, siento que vuelve a temblar como aquella primera vez que me besó.
Y sin entender del todo, mi pecho se llena de algo tibio, de esa calma que solo él me da.
—Zade, esto es… —susurro, pero mi voz se rompe.
Él me aprieta la mano y me guía al centro, donde una pequeña luz ilumina el suelo.
Y ahí, justo donde me detiene, hay una rosa roja.
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Zade
La miro.
Y recuerdo todo.
El aeropuerto, las cartas que nunca envié, el primer beso en su apartamento, los silencios, las discusiones, el miedo a perderla.
Todo.
Respiro hondo.
—Audrey… —comienzo, pero tengo que tragarme la emoción para seguir—.
Cuando te conocí, no imaginé que ibas a desordenarme la vida.
Eras calma y tormenta a la vez. Caos y perfección.
Ella sonríe, pero sus ojos ya brillan.
—No sabía cómo amarte sin romperme un poco, pero lo hice igual.
Y cuando te perdí… entendí lo que realmente eras para mí: hogar.
Esos meses sin ti fueron un castigo, Audrey.
Porque todo me sabía a ti. Cada ciudad, cada café, cada canción.
Todo fue...inevitable.
Doy un paso más cerca.
—Y ahora que te tengo otra vez, sé que no quiero que ninguna pelea, ningún miedo, ni ningún maldito orgullo nos separe otra vez.
Quiero que envejezcas conmigo, que sigamos cometiendo errores, que sigas poniendo películas de Crepúsculo mil veces si eso te hace feliz.
Quiero todo.
Pero solo si tú me lo permites.
Saco la pequeña caja dorada del bolsillo.
Ella se queda inmóvil, con las manos temblando.
La abro.
Y el reflejo del diamante rosa se mezcla con la luz de la luna.
—Audrey Morrison… ¿me dejas compartir mi vida contigo, incluso cuando el mundo vuelva a caerse?
...
Audrey
Por un segundo, todo se detiene.
El aire, el ruido de la ciudad, mi propio corazón.
Solo él, de rodillas frente a mí, con esa sonrisa temblorosa y los ojos llenos de amor.
Y entonces lloro.
Porque es él.
Porque lo esperé, incluso cuando juré que no lo haría.
Porque sé que si digo que sí, mi vida jamás volverá a ser igual.
Me arrodillo frente a él, sin importarme nada más, y le tomo el rostro entre las manos.
—Sí, Zade —susurro, riendo entre lágrimas—.
Sí, mil veces sí.
Él me besa.
Y el Coliseo, testigo de siglos de historia, parece contener la respiración.
El anillo brilla entre mis dedos cuando la luna lo alcanza, y una brisa leve nos envuelve.
...
Zade
La abrazo tan fuerte que casi temo romperla.
Pero ella se aferra igual.
Y ahí, entre ruinas antiguas y promesas nuevas, entiendo que no necesito nada más.
Ella es mi principio, mi error más hermoso, y mi eternidad más cierta.
Y cuando me mira y sonríe con los ojos hinchados de lágrimas, sé que no hay vuelta atrás.
Audrey Morrison será mi siempre.