(Narrado por Audrey)
Han pasado tres meses desde aquella noche en Roma.
Tres meses desde que el Coliseo fue solo nuestro y desde que el “sí” salió de mis labios temblorosos, marcando el inicio de todo lo que alguna vez soñamos.
Hoy, mientras el mar golpea suavemente contra las rocas y el aroma a sal entra por las ventanas abiertas, me cuesta creer que esta sea mi vida.
Nuestra vida.
Zade y yo compramos otra casa en la costa italiana, una con ventanales grandes, y vista al mar, es simplemente preciosa, un refugio con paredes color arena y balcones cubiertos de buganvillas.
Perfecto para nosotros.
Aquí las mañanas huelen a café, a pan recién hecho y a su perfume mezclado con el mío.
Aquí el mundo parece detenerse.
Atlas y Chimuelo están tan acostumbrados al sonido del mar que duermen casi todo el día.
Atlas ocupa la mitad del sofá y Chimuelo ha decidido que su cama es el pecho de Zade —o mi teclado, dependiendo de su humor—.
Y yo… bueno, yo sigo intentando escribir, entre risas, besos interrumpidos y caricias que terminan donde no deberían.
Porque, sí… hemos estado muy activos últimamente.
No sé si es el aire del mar, o si simplemente no sabemos amar de otra manera.
Cada vez que me mira, siento lo mismo que la primera noche: ese temblor en el estómago, esa certeza de que pertenezco aquí, con él.
Zade suele decir que nuestra relación es “una mezcla de caos y eternidad”, y tal vez tenga razón.
Pero esta vez no hay miedos, ni despedidas, ni silencios llenos de reproches.
Solo nosotros dos aprendiendo a vivir, a equivocarnos menos y amarnos más.
Y cuando por las noches me abraza, medio dormido, y murmura que no puede esperar a verme con el vestido de novia, me da risa y vértigo al mismo tiempo.
Nuestra boda será en tres meses.
Y a veces me parece irreal pensar que ese hombre que un día me rompió el corazón ahora será mi esposo.
Acaricio el anillo en mi dedo —el diamante rosa brilla con la luz del atardecer— y sonrío.
Todo está bien.
Todo, por fin, está en calma.
Camino hasta la cocina, preparo un té y miro por la ventana hacia el mar, dejando que la brisa me enrede el cabello.
Y justo ahí, entre la rutina y la paz, un pensamiento me cruza tan rápido que me quedo quieta.
Hago una cuenta mental.
Repaso los días.
Y mi sonrisa se congela un poco.
No me ha llegado el periodo.
Hace dos semanas que debería haberlo hecho.
Me apoyo en la encimera, con el corazón golpeándome el pecho, y una pregunta se cuela entre mis pensamientos, suave pero tan poderosa que me deja sin aire.
¿Y si estoy embarazada?
Nota de la autora:Leen el tercer libro, porque nada es lo que parece.
—Kath Monroe.