Infamia

CAPÍTULO 4

Jasper.

Seis horas antes.

El campamento era un caos a esas horas de la noche. Algunos salían a cocinar y comer y otros, como yo, a recibir indicaciones de Ian sobre lo que sería nuestra guardia. Nos repartió diferentes locaciones y nos recordó cuánto tiempo estaríamos bajo el frío otoñal, pero yo me preocupaba más por estar solo y aburrido por muchas horas.

—Les deseo suerte, muchachos —dijo nuestro líder, sonriente a más no poder—. Pasaré a verlos con comida y abrigos, o por si llegan a necesitar algo. Estoy a su disposición, ¿de acuerdo?

No le creía ni una sola palabra. No sabía si por envidia por tener ese prestigioso puesto o simplemente porque ninguno de nuestros dirigentes anteriores se había interesado en lo más mínimo por nuestra integridad física, pero de momento no confiaba en él.

Ian nos condujo a nuestros puntos a través del bosque, saltando rocas y haciendo el menor ruido posible por si había alguien en las cercanías. Poco a poco fuimos disminuyendo en cantidad hasta que me dejaron en mi marca, completamente solo entre la penumbra.

Tomé asiento en las raíces sobresalientes de un árbol y suspiré, en la espera de que algo pasara. Que un animal se acercara a hacerme compañía, que Ian cumpliera con su palabra y apareciera con comida, o lo que fuera… Pero todo se mantuvo igual de tranquilo y aburrido por las primeras dos horas. El panorama recién pareció cambiar cuando la vocecita de Mylo apareció dentro de mi cabeza.

“Del uno al diez, ¿qué tan aburrido estás?”, me preguntó. Casi podía imaginármelo sonriendo, con tal de picarme al estar cumpliendo esa clase de castigo.

Puse los ojos en blanco y resoplé fuertemente, como si pudiera oírme.

“Muy gracioso, cara de rana”, le dije, molesto. Junté mis manos sobre mi regazo y miré al frente, hacia los árboles. “¿Cómo sigue Nyx?”

“Por ahora, bien. El hechizo parece estar funcionando”, respondió. “¿Ya cenaste?”

Ante esa incógnita, mis tripas se quejaron fuertemente. Me llevé una mano al estómago para frotarlo y disipar el malestar, aunque fue en vano.

“Ian aún no pasa con la comida”.

“Pues, en el campamento no está. Seguro irá enseguida, no te preocupes y trata de que tus órganos no se coman a sí mismos”.

Decirlo era tan fácil para él…

Afortunadamente, el chico de cabellos rojos se abrió paso entre la oscuridad pocos minutos después. Era chistoso verlo así, tan cargado de provisiones; parecía pequeñito, casi diminuto. Pero, igualmente, había una sonrisa amable bajo esos ojos cansados que me irritó un poco más. ¿No podía simplemente ser detestable y ya? Así sería más fácil sobrellevar mi enojo. Sin embargo, yo también era una persona bondadosa y sabía que no podía dejarlo con todo eso.

Me tragué parte de mi molestia y me levanté del suelo para ayudarlo, haciendo que mi buena acción fuera recompensada por un par de sándwiches y una cantimplora de agua fresca.

—¿Cómo llevas la guardia? —me preguntó, dejando las cosas sobre la tierra para descansar un momento.

—Genial. No es nada que no se pueda manejar —respondí antes de echarle el primer mordisco a mi comida, que se asemejó a la gloria—. Es extraño que no haga frío hoy, ¿no?

Extrañamente, esa noche de otoño, casi invierno, no se sentía tan terrible como la anterior. No había necesitado ponerme guantes, cosa que me hacía sentir desnudo e incómodo por llevarlos siempre.

—Por como pintaba la situación estos días, sí. Demasiado. —Colocó sus manos en su cintura y asintió, reflexivo—. Los chicos que estuvieron aquí anoche la pasaron peor. Como el lago está empezando a congelarse, creímos que se adelantaría la nevada.

Una pequeña sonrisa tiró de mi comisura derecha.

—Supongo que estoy de suerte.

Ian me devolvió el gesto y se acercó para darme un rápido apretón en el hombro. Avisó que iría a ver a los demás guardias temporales y, tras darle mis agradecimientos por las provisiones, me dejó solo nuevamente. Lo único que podía hacer ahora era esperar a que volviera dentro de unas horas.

Regresé a mi lugar en el tronco e intenté contactarme con Mylo mientras terminaba con mi bocadillo, pero fue un trabajo en vano por varios minutos. No importaba cuánto me hubiera esforzado en llamarle mentalmente, no me dio señales de vida; eso me hizo pensar en que no entendía la conexión entre Ivy y él, que la tenían súper fácil y a diario. La clásica justificación de “pensar fuerte” que siempre me daban no valía aquí, pues yo ya había gritado más de cien veces por mi amigo y ni así apareció su vocecita.

Para mi desgracia, no pude comenzar a quejarme de la ausencia de Mylo cuando escuché un ruido en las cercanías que me alertó. El ambiente cambió notablemente en cuestión de segundos y estaba seguro de ya no estar solo, lo sentía. Levanté la cabeza de mi comida y el suelo y comencé a observar a mi alrededor minuciosamente en busca de algo que confirmara mis sospechas, pero no había nada. Nada, al menos, a simple vista; lo que fuera que se escondía tras los arbustos, había quebrado una rama no voy lejos de donde estaba. 

Dejé mis pertenencias en el suelo y me erguí cuidadosamente para comenzar a caminar, tanteando el terreno. Un segundo crujido se escuchó detrás de mí; giré sobre mis talones tan rápido que, por un instante, olvidé de dónde provino, pero eso no me impidió que llevara mi mano hasta mi bota para tomar mi daga. No sabía si era un animal o una persona, pero en cualquiera de las situaciones necesitaba estar protegido hasta no asegurarme que estaba fuera de peligro.




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