Infectados

Prologo

— ¡Hey tu, niña! — Grito el hombre que estaba tenido en la cama. Bufe molesta, siempre era lo mismo. Sin mediar palabra hice caso a su llamado volteándome y caminando hasta el con la cabeza gacha.

— ¿Qué desea amo? — Hable como era debido, siempre mostrando respeto y mostrando lo agradecida que estaba. Y aunque fuese una vil mentira lo hacía porque no quería ganarme más golpes que pudiesen afectarme.

El hombre sonrió satisfecho dejando a la vista una hilera de putrefactos dientes. —Tráeme una copa de vino de la bodega— Hizo una leve pausa para recorrer con asco mi cuerpo. Frunció los labios con disgusto y aparto la mirada en el televisor de la pared. — ¡Y que sea rápido! — Demando con fuerza en su voz. Asentí y tras una leve reverencia partí hacia la bodega.

(...)

Saque el mejor vino de la despensa sin reparar en su nombre. Lo destape sacándole el corcho y procedí a servirlo en una copa de cristal tan pesada como la botella de vino. Inmediatamente el aire se lleno del olor del vino añejo que me recordó aquella primera vez en probar aquel licor. Recuerdos vienen a mí sobre el amargo sabor al llenar mi boca y quemar mi garganta como si de metal fundido hablase. También recuerdo los sollozos que comprimía con aquel dolor, junto con un par de golpes que le siguieron cuando escupí el vino en la blanca y felpuda alfombra manchándola de un rojo tan oscuro como la sangre.

Trague en seco recordando que alguien aguardaba por mí y que mas me constaba de no hacerlo enojar. Apurando el paso llegue en pocos minutos a la habitación, con ayuda de mis pies empuje la puerta que se abrió paso para dejarme entrar. Con sumo cuidado y bajo la atenta mirada de aquel hombre sobre mi coloque la copa en la mesita de noche a un lado de la cama junto con la botella de este. Hice otra pequeña reverencia a modo de despedida y, dándole la espalda me dispuse a salir.

— ¿A dónde crees que vas niña mocosa?— Mi cuerpo palideció con su grito. Me gire lentamente tan blanca como un papel y con la mirada en el suelo.

—Me retiro mi amo— Conteste tragando el nudo que se había empezado a formar en mi estomago.

El frunció el ceño en desacuerdo y con un fuerte tirón jalo de las cadenas que apresaban mis muñecas y tobillos. Mi cuerpo se tambaleo cayendo duramente contra el suelo, el metal de las cadenas se adhirió mas a mi piel rojiza quemándola en el intento y dejando ver la primera gota de sangre que se derramaba de entre estas.

Vi en cámara lenta como todo sucedía, ¿la verdad? Aun sigo buscando alguna explicación a lo que sucedió y porque me paso eso a mí.

Entre sollozos y suplicas de mi parte que nunca fueron oídas por mi maltratador algo en mi, en ese momento empezó a cambiar. Tal vez fue por la adrenalina o el intenso dolor en mis muñecas al rojo vivo que mi hizo reaccionar pero en ese momento sentí como algo dentro de mí se rompía y como un nuevo y oscuro deseo se adueñaba de mi ser. Mis sollozos pararon al igual que mis suplicas, el dolor que antes sentía desapareció y ahora sentía unas inmensas ganas de liberar mi ira.

Mis ojos se transformaron de un azul profundo a un violeta pálido quienes no tardaron en fijarse con odio en el dueño de mis pesadillas. Mi otro yo sonrió desde el suelo de una forma tan aterradora que mi agresor dejo de jalar de aquellas cadenas para mirarme espantado. Ahora todo me daba vueltas, tenía unas inmensas ganas de reír y eso fue lo que hice. Sin poderme aguantar más ansias destroce con una fuerza sobrehumana las cadenas que me habían retenido desde los nueve años sintiendo, después de todo este tiempo, una profunda alegría de al fin sentirme libre.

Me levante con una agilidad que hasta ahora había desconocido ¿Pero que importaba? ¡Era Libre! Mire los restos de cadena en el suelo repudiando aquel metal con todas mis fuerzas.

—Ya no seré tu esclava papá— Afirme con tanta calma que hizo enfurecer a mi padre.

— ¡Cómo te atreves niña malagradecida!, ¡sin mí no eres nadie! Eres igual a tu madre una completa ra…

No lo deje terminar, ya había escuchado lo suficiente y tenía mis razones para no seguir escuchando.

Yo no era como mi madre…

Apreté su cuello con fuerza elevando su cuerpo en el aire. Lo zarandee de lado a lado disfrutando de su dolor, poco a poco veía como sus ojos se opacaban perdiendo la vida que tanto estaba empeñada en terminar. Pero algo me detuvo, un pensamiento más oscuro llego a mi mente opacando todos mis sentidos. Mi sonrisa se expandió divertida viendo como la sanguijuela a mis pies se retorcía en busca de aire. Me arrodille estando a su altura y fue inevitable no posar mis ojos en su blanco cuello. Las ganas de verlo morir incrementarlo y sin pensarlo más me lance a su cuello justo cuando de mis encías se asomaron dos agujas blancas y afiladas que traspasaron su piel sin esfuerzo.

Debería sentir asco, pero al contrario. La sangre era lo mejor que había probado, era como el licor en mi sistema, me embriagaba y me hacía sentir satisfecha. Nada se comparaba con lo que estaba sintiendo en este momento.

La sangre…Sabia a gloria.

Solté el cuerpo sin vida entre mis manos, una profunda y vacía mirada gris conecto con la mía dejándome un vacio de paz.




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