Caminaba por las calles sin rumbo alguno. Después de mi arranque de locura ayer había escapado de ese lugar ocultándome detrás de una capa que ocultaba la repentina apariencia que había adquirido después de…matar a mi padre. Aun no sabía bien que había pasado pero si de algo estaba segura era que mi cuerpo ansiaba volver a sentir ese delicioso liquido en mi boca y llenarme de él hasta saciar mi sed. Incluso estaba dispuesta a sacrificar a otra persona solo para complacer mis deseos.
Sin darme cuenta dos pequeños colmillos habían emergido de mis encías y sobresalían de mi labio siendo muy evidentes. Lleve la muñeca a mi boca tapando los colmillos y rogando que nadie los viera.
—¡Atención todos! —Exclamo una voz masculina a lo lejos, inmediatamente todas las personas a mi alrededor detuvieron su andar y se centraron en aquella voz. Curiosa, me acerque un poco a la multitud reunida en la plaza mareándome con los distintos aromas que emanaban de sus cuerpos.
¿Sera que me estaba volviendo loca?
Pensé situándome en la esquina de la plaza y observando los rostros serios y curiosos de los habitantes del muro.
Como odiaba esa palabra…
Un gran estruendo resonó por la plaza interrumpiendo mis pensamientos. Supe que algo estaba mal cuando vi las caras reflejantes de seriedad y miedo, con cautela y aguantando la respiración camine abriéndome paso por la multitud hasta llegar al centro donde un enorme periódico del tamaño de mi cuerpo abarcaba toda la puerta de la casa del senado. Una sonrisa cínica se formo en mis labios y sin saber el porqué de esta acción partí de la plaza sin mirar atrás.
(...)
Un año después:
—Que se supone que haces— me detuve en plena acción observando sorprendida a la persona a mi lado. Sonreí mostrando mis blancos y afilados colmillos manchados de sangre.
— ¡No seas aguafiestas Ben!, estaba en plena fiesta. —mi mirada se paso al cuerpo sin vida tendido en mi regazo, observe con burla su cuello donde dos agujeros rojos resaltaban con su pálida piel.
—Te estás descontrolando Raven, con este ya son 13 muertes ¿Qué quieres? ¿Terminar con lo que los Saitzans empezaron? —recrimino cruzando sus brazos intimidándome con su altura. Bufe poniéndome de pie dejando la cabeza caer al suelo emitiendo un sonido sordo. Observe su rostro notando que esta vez, si hablaba en serio.
Un puchero adorno mis labios en suplica, las cuales fueron enormemente ignoradas por él. — ¡No es justo Ben! —replique como niña pequeña. —Últimamente mi cuerpo no se sacia como antes, es como si una extraña fuerza me obligara. —fruncí el ceño recordando aquel nudo en mi garganta y el extenso dolor que le siguió.
—Solo no ataques a más personas, buscaremos una solución a esto. Lo prometo—Hablo sujetando mis manos con cariño. Asentí observando sus ojos de diferente color que me hacían sentir segura. De pronto, un recuerdo vino a mi mente intoxicando mi cerebro y mi corazón.
—Somos monstros Benjamín, no hay cura ni razón de vivir para nosotros— Mi voz se quebró con las últimas palabras. Benjamín pasó sus fuertes y definidos brazos a mí alrededor en un abrazo tan cálido que solo término por sacar las lagrimas que me negaba a derramar. Oí el suspiro del susodicho en mi oído, al igual que yo Benjamín era un Niño maldito, un ser monstruoso que acababa con la vida con los más débiles y que se alimentaba de sus almas. Que no tenía sentimientos y que todas las muertes que ocasionaba era por puro placer. Benjamín al igual que yo somos seres despreciados por toda la raza humana, odiados y esclavizados desde nuestro nacimiento, obligados y tratados de la peor manera posible ¿Y solo porque? Por su absurdo miedo, su orgullo y su indiferencia.
Benjamín me acerco más a su cuerpo de forma protectora. El era lo único bueno que tenia ahora, mi rayo de luz, mi razón de vida.
—Tienes razón— Hablo dándome la razón. Sabía que pronunciar esas palabras eran como dagas en su corazón, una tras otra clavándose en su pecho. Pero esas palabras solo punzaban en nuestros corazones por una sola razón que los dos sabíamos cual era: La verdad.
—Somos Monstruos.
(...)
Con el paso de los días la situación empeoraba, las muertes eran más frecuentes y la sed de sangre se convertía en un tortuoso deseo insaciable. Obligándonos a abandonar la zona este para irnos a zona sur, donde ni el mismísimo Satanás se metería en caso de decidirlo. Pero éramos Monstros y nada podía pasarnos…o eso, era lo que pensábamos.
Allí sentada desde el anaranjado tejado de la casita donde habitábamos me encontraba pensando en nuestro futuro ¿Qué habíamos hecho para merecer tanto odio? Ni yo misma tenia la respuesta, pero sea lo que fuese lo estaba pagando en esta vida. Los gritos femeninos no se tardaron en oír. Siempre era lo mismo ¿Por qué no podía solo ignorarlo y seguir con mi vida? Caí del techo con suma elegancia recordándome el toque de una pluma: ligera y suave.