Infectados

T R E S

 

Cada año, en cada luna llena las bestias despiertan con su inmensa sed de sangre asechando los enormes muros que los separan de aquellas débiles personitas llamadas humanos. Cada año los líderes de los muros reúnen a los Niños Malditos exiliándolos de estas paredes y dejándolos a su suerte en la inmensidad del mundo. Nadie sabe qué es lo que les pasa al atravesar estas paredes, pero si de algo están seguros es que una vez que ellos salen, nunca vuelven a regresar.

Todos nos encontrábamos en una fila vertical a las puertas del muro. Nuestras ropas seguían siendo las mismas de siempre solo que esta vez mis diminutos short se han convertido en un ajustado pantalón de cuero negro. El viento soplaba con fuerza moviendo las capas que portábamos a la vez. Todos y cada uno de los aquí presente éramos los indicados para esta misión:

Capturar  a un Saitzan 

Con rostros serios y miradas sin brillo nos encaminamos a la puerta del muro que lentamente había comenzado a abrirse. La noche había caído aumentando la posibilidad de que los Saitzans anduviesen cerca. Las reglas eran simples:

  1. No dejar que ningún Saitzan se acercara a los muros
  2. Abandonar los muros sin derecho a volver
  3. Vivir como los exiliados que ahora somos
  4. Y por ultimo pero más importante, nunca ponerse del lado de un Saitzan.

El viento soplo con más fuerza impactando en mi cara que quedo al descubierto al caerse el gorro que la tapaba. Los ojos felinos de distintos colores fueron como faroles, brillantes y hermosos. Guarde la lanza que me habían otorgado como mi arma especial en la cinturilla de mi pantalón. Benjamín a mi lado hizo lo mismo con rapidez. El tiempo corría y no podíamos desperdiciarlo.

—Yo voy a donde sea contigo Raven, así que no me olvides.

Asentí mirando sus orbes que brillaban de una manera extraña. Sonreí sujetando su mano con fuerza.

—Nunca Ben…Nunca.

(...)

El bosque se sentía solo a mis pies. Ningún animal haciendo su habitual cantico, solo las ramas al quebrarse sobre nuestro paso resonaban como eco en una cueva. Hace horas que habíamos abandonado el muro, pero aun así estaba un poco paranoica. No quería enfrentarme a ningún Saitzan y a su manada de perros falderos.

—Deberíamos descansar.

Asentí de acuerdo subiéndome al árbol más alto de la zona. Benjamín me siguió sin cuestionar nada, ambos sabíamos que por la noche dormir en el suelo no sería una opción y más hoy. Que la dichosa luna llena se burlaba en nuestros rostros. Me acurruqué en la rama apoyando mi espalda contra el tronco del árbol, la capa cubría a la perfección mi cuerpo camuflándome de los depredadores.

— ¿Qué haremos mañana? —pregunto Benjamín con voz adormilada, me sentí culpable ya que gracias a mi habíamos corrido parte de la noche sin ningún descanso.

—Trataremos de conquistar el mundo— Benjamín rio de mi mal chiste hasta que se sumió en su sueño, yo por mi parte deshice mi sonrisa observando con mis violáceos ojos el resplandor de la luna. ¿Qué haría mañana? Me pregunte sonriendo sarcástica, después de todo no había mucho de donde elegir. Suspire mirando desde la alta rama la copa de los arboles, todo un mar verde ante mis ojos. Sin ninguna población y sin muros, solo… nos teníamos a los dos. Suspire mirando al suelo sin poder dormir.

Tampoco es como si lo necesitara…

Pero en el fondo sabia porque queria comportarme como un mortal...yo queria ser uno tambien.

Suspiré antes de saltar del árbol y caer de pie en el suelo. Esta seria otra noche en la que no dormiria. Sin ningún ruido, ni dolor por el impacto seguí caminando. Cada vez mi cuerpo se aceptaba como lo que era: Un monstro. Camine aburrida pasando entre los altos pinos, a medida que avanzaba las horas pasaban y el sol iba apareciendo iluminando el desolado bosque. Repentinamente mis pasos cesaron, olisquee el aire sintiendo mis pupilas dilatarse y mis encías doler para dar paso a las dos agujas filosas denominadas colmillos.

Esquive ramas y troncos cada vez con más prisa, un hambre voraz se había adueñado de mi dejando mi lado razonable junto a Benjamin. A lo lejos una ancha espalda se vio entre tanta maleza, de su cuerpo desprendía un extraño olor a lavanda junto con hierbabuena. ¿Un venado? De tan solo pensarlo mi lengua salio deslizandose por mis labios. Era extraño pero aquel olor combinado con la sangre del animal lo hacia una rara y atrayente combinación. El olor a sangre fresca venia desde ese lugar inundando mi sistema. Mi fuerza de voluntad se fue tan rapido que termine cediendo. Por inercia me tire hacia aquel cuerpo dispuesta a devorarlo.

A beber de su sangre...

Mis colmillos fueron a su yugular ansiosos de probar aquella exquisita sangre. Cegada por mí deseo no fui consciente de que aquel cuerpo se había girado tan rápido y de manera sobrehumana agarrando al mío y arrinconándome contra el suelo. Confusa por el impacto abrí mis ojos conectándolos con unos brillantes amarillos que me escaneaban de una manera indescifrable.




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