Infectados

V E I N T E

Hades, un poco aturdido y con los sentimientos hechos polvo decidió hacer lo único que podía hacer en ese momento: Poner a salvo a sus seres queridos. Con extrema agilidad busco un carro o algo que le sirviera de transporte para aquellas dos chicas. No tardó en encontrar a uno de los extremos del muro un Jeep militar que por más impactos de bala que tuvo aún serbia.

Con sumo cuidado aparco el coche cerca de los desfallecidos cuerpos. Pese al silencio que había en el lugar Hades no tuvo más opción que mirar a los lados con sospecha. Si era cierto que durante la pérdida de control de Raven y el ataque de los Saitzans había muerto muchas personas incluyendo a una muy grande cantidad de soldados, militares y superiores. Sin embargo algo ahí no cuadraba, podía ser paranoia se repetía así mismo Hades concentrándose en el único ruido ahí presente: El motor del Jeep. Pero el pensamiento de que todo estaba muy en calma resultaba extraño y sospechoso.

Sin perder más el tiempo subió al Jeep el cuerpo de Raven y de la misteriosa niña llamada Leanne. Se montó al vehículo y antes de partir un pensamiento lo invadió:

¿Dónde estará Benjamín?

Se preguntó mientras que con la mirada recorriendo aquel campo de batalla buscaba un cuerpo en sí: El de Benjamín. Al no verlo por ninguna parte pensó que en algún momento de la batalla huyó, pero se recordó aquella herida que su lobo había ocasionado y temió lo peor. Pese a los nervios que recorrían su ser, pisó el acelerador y salió disparado de aquel lugar atestado de muerte. Sin ver hacia atrás pensó en todas las personas inocentes que murieron por actos tan egoístas de los que ellos llamaban superiores, pensó en todos los niños que no podrán crecer gracias a una bala perdida o los colmillos de su especie. Pensó en toda la sangre derramada ese día y en las pesadillas que tendría al caer la noche. Pensó en los muros y el olor a muerte que inundaba ese lugar, sin duda alguna nadie volvería a pisar la costa donde los muros se hallaban, nadie volvería a morir por las injustas razones de los mortales. Sin saberlo, una promesa se había forjado en el interior de Hades.

Una promesa que tarde o temprano el haría cumplir.

(...)

La noche cayó justo cuando Hades llevaba por la mitad del camino hacia su destino. El Jeep protestaba con cada piedra que las desgastadas llantas pisaban y los ojos, dorados y relucientes de Hades empezaban a cerrarse de agotamiento. No hacía más de siete horas que había abandonado los muros y no más de 3 que había anochecido. Calculo que el lugar al que quería llegar no estaba tan lejos y se obligó a sí mismo a no detenerse. Pero hace tantas horas que llevaba en marcha y lo único que le preocupaba era la duración de la gasolina que contenía el Jeep.

Acostumbrado ya al silencio y de vez en cuando los cánticos de algún animal se introdujo aún más en el bosque esquivando algunos árboles que le impedían el paso. Para su suerte el carro había resultado ser un todo-terreno y pasar sobre la maleza y ramas que el bosque tenía era pan comido. Estiró su cuerpo sin soltar el volante, los hombros hace rato que le dolían y sus párpados reclamaban con fuerza un descanso.

— ¿Necesitas ayuda? — Se sobresaltó ante la presencia de la aniñada voz, la pequeña cuyo rostro se contrajo en una mueca de diversión.

—Eres una niña, no puedes conducir— bufo Hades calmando los acelerados latidos de su corazón. La pequeña en un gesto infantil le jalo la oreja con lo que parecía reproche.

—No soy una niña— murmuró cruzando sus pequeños bracitos. Hades no tardó en esbozar una pequeña sonrisa ante la ternura que desborda aquel ser. Divertido ante la pequeña masa que bufaba y de vez en cuando le sacaba la lengua decidió seguirle el juego.

—Es verdad no eres una niña— la pequeña lo miró con desconfianza mientras asentía. — ¿Cuantos años dices que tienes? — siguió preguntando Hades mientras la pequeña ante tal interés relajo su expresión y se concentró en el.

—Cinco, siete, ¿diez? — siguió hablando mientras la pequeña lo volvía a fulminar con sus expresivos ojitos color cielo.

—Tengo 11 y para tu información cumplo 12 la próxima semana— la pequeña sacó pecho orgullosa. Hades no resistió, y en pocos segundos explotó en carcajadas que resonaron por el bosque. —Eh?, de qué te ríes zoquete, acaso tengo un moco en la cara? — lo encaro la pequeña mientras el lobo seguía retorciéndose de risa. Las tiernas mejillas de Leanne se incendiaron en un rojo tan fuerte y sus ojos pasaron de ser azules a aquellos Agua marina. De pronto, Hades se quedo embobado en aquellos ojos cuyos zafiros resplandecían. Pasaron dos segundos hasta que la pequeña volvió en sí con una sonrisa de suficiencia marcada en su rostro, Hades, desconfiado cada vez que podía la miraba de reojo con sospecha encontrándose a la pequeña riéndose en silencio o tapándose la boca. De pronto el chiste de la edad de la pequeña quedó en segundo plano.




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