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Para un guerrero de las hordas, matar era fácil. Exterminar a cada bestia repugnante era una tarea que realizaba con precisión, sin titubeos. Y, siendo sincera, me gusta. Es lo único que me gusta en este mundo tan decadente y mediocre. Las gotas de lluvia caen del cielo oscuro, mientras camino por las calles mojadas, observando cómo los curiosos, esos despreciables humanos, nos miran desde las sombras, ignorantes en su patético teatro de inocencia. Creen saberlo todo, y ni siquiera pueden defenderse a sí mismos.
Cómo los aborrezco. Ese hedor que desprenden, esa peste humana que impregna el aire como carne en descomposición, me da ganas de desgarrarles la garganta y ver cómo la sangre fluye hasta la última gota. Son una plaga insulsa, una mancha en este mundo, igual que los licántropos a los que he sido enviada a erradicar.
La sensación de sus ojos siguiéndome, creyendo que tienen el control, me hace sonreír de manera torcida. No tienen idea de cuán frágiles son. Ni siquiera merecen mi desprecio. Y sin embargo, aquí estoy, caminando entre ellos, resistiendo la tentación de destruirlos uno por uno, tal como lo haría con los licántropos que aún se esconden entre las sombras.
Sigo con la vista a Zell. Él asiente, una señal de que tenemos algo de información, aunque sea mínima. Al menos hay movimiento. Él va por aire, yo por tierra. A los pocos metros, un tipo robusto corre hacia las profundidades del túnel de Sordell. Detrás de él, otros cuatro hombres, igual de corpulentos. Si no los conociera tan bien, si su hedor no me llegara directo al olfato, podría haber jurado que eran humanos. Pero no lo son. Son bestias, basura maloliente que no merece más que la muerte.
Camino rápidamente para acortar la distancia. Zell se mantiene a unos 500 metros sobre ellos, listo para atacar desde las alturas si es necesario. Mi visión escotópica me permite ver con claridad en la oscuridad más densa. Dos de ellos se desvían hacia el este. Los otros dos desaparecen de mi campo visual, pero su aroma permanece. Huelen a perro mojado, a carne rancia.
Un gruñido profundo suena a mis espaldas. Anticipo el ataque antes de que ocurra. En un movimiento fluido, giro sobre mis talones y coloco mi arma directamente en la boca de la criatura. Aprieto el gatillo, y la bala de nitrato de plata atraviesa su cráneo, esparciendo sus sesos por el aire en una explosión grotesca. El cuerpo cae de rodillas frente a mí, inerte, con la mandíbula destrozada y la lengua colgando.
El segundo ya viene. Lo escucho, lo huelo. No me doy tiempo para pensar. Trepo por la pared del túnel con una agilidad antinatural, impulsándome hacia atrás. En pleno salto, lanzo dos pequeñas bombas molotov DC hacia su abdomen. Apenas tocan su piel, explotan, desgarrando carne y hueso. El licántropo grita en un sonido gutural, un aullido de dolor que me produce una oscura satisfacción. Se tambalea unos segundos, persiguiéndome con desesperación, pero sus intestinos comienzan a salir de su abdomen, colgando como serpientes ensangrentadas. Finalmente, explotan en una lluvia de vísceras, bañando el suelo y las paredes del túnel en sangre y trozos de carne.
Me detengo un segundo para admirar el caos que acabo de desatar. La sangre aún caliente mancha el suelo, mientras los restos de lo que una vez fue una bestia temblorosa se dispersan a mi alrededor. El hedor de la muerte es intenso, pero en vez de repulsión, me trae paz.
"Dos menos", susurro para mí misma, y continúo mi camino, buscando a los otros dos que, por ahora, siguen con vida.
El hedor nauseabundo llega a mi nariz, y me impulsa a moverme con rapidez. Corro a toda velocidad, saltando sobre charcos de lodo y esquivando obstáculos con agilidad sobrenatural. El aire frío de la noche me corta la piel, pero lo ignoro. La caza es lo único en mi mente.
Cuando llego al lugar, no me sorprende lo que veo. Zell, eficiente como siempre, ha reducido a uno de los licántropos a un amasijo de carne y huesos destrozados esparcidos por el suelo. La sangre aún fluye, oscura y espesa, manchando el pavimento y su rostro. Sus ojos, brillando de satisfacción, reflejan la luz de las farolas cercanas.
El segundo licántropo no tuvo mejor suerte. Zell sostiene en sus manos las jabalinas de cola de wyrm, esa característica arma suya, y las ha usado para desmembrar al otro oponente. Lo ha hecho pedazos, y ahora los restos inertes del licántropo se encuentran esparcidos en un charco de su propia sangre. Zell exhala con satisfacción, limpiando parte de la sangre que le salpica el rostro.
"Te tardaste ", murmuro con un tono seco. No es necesario decir más. Ambos sabemos que esto es lo que hacemos mejor: destruir.
Doy vuelta sobre mis talones, el eco de mis pasos resonando en el túnel vacío. La adrenalina aún corre por mis venas, pero sé que hemos terminado aquí. Es hora de irnos.
Subo nuevamente, dejando atrás el caos y la muerte que hemos desatado. No siento remordimiento, no siento nada. Solo la satisfacción fría y precisa de haber cumplido con lo que se nos encomendó. Otro día en la interminable guerra.