Estaba en el salón de parto, llevaba muchas horas sufriendo las contracciones pero el bebé se negaba a salir. Estaba exhausta y casi al punto de perder el conocimiento.
—Ya casi está afuera, respira hondo y puja con fuerza, puedo ver la cabeza, vamos, hazlo, tú puedes—me animó el Doctor.
Hice lo que me indicó, junté toda la energía que me quedaba y pujé y grité como desquiciada. De pronto escuché un fuerte llanto y respiré aliviada. Mi bebé había nacido. Hablaban a mi alrededor pero yo los escuchaba cada vez más lejos.
—...Emorragia, ...bolsa de sangre.
Palabras sueltas lograba entender hasta que todo se volvió negro y silencio.
Desperté asustada, lo primero que me vino a la mente fue mi bebé. Miré a mi alrededor y no había nadie. Estaba en una habitación de hospital pero no era la misma dónde di a luz. Me sentía muy débil y no tenía fuerzas para hablar, menos para mover mis manos y quitarme la mascarilla de oxígeno. Me sentía importante, frágil y desvalida. Cerré los ojos y los volví a abrir cuando sentí rudos en la habitación. Busqué con la mirada y vi que era una enfermera. Retiré la mascarilla para hablarle.
—¿Dónde está mi bebé?
— Ya despertó señora, su hijo está en la encubadora, está bien, no se preocupe. Le avisaré al médico y a su familia que despertó.
Salió tras sus palabras y poco después entró mi esposo seguido del médico.
—¿Cómo te sientes querida?
—Bien.
En verdad me sentí bien. Las fuerzas me habían regresado. El médico se acercó a mí y me examinó mientas conversaba con Marcos.
—Sus signos están bien, le diré a la enfermera que le traiga a su hijo.
Comentó el doctor y luego se retiró.
—Me diste un gran susto, pensé que me dejabas para siempre.
Era tan extraño escucharlo decir esas palabras tan sentidas. Parece que el miedo a perderme lo cambió para bien. Mi alma se regocijó con la esperanza de que volviera a ser el hombre del que me enamoré. Si era así estaba dispuesta a olvidar todo lo malo y darle una oportunidad a nuestra relación por el bien de nuestro hijo.
La puerta se abrió y entró una enfermera con mi pequeño en sus brazos. Lo depositó con suavidad en mis brazos y yo lo tome con miedo como si pudiera romperlo. Era una cosita tan pequeña, tenía los hijitos cerrados y se movía a camara lenta como si fuera de cuerda y se le estuviera agotando. Su boquita era tan chiquita, su piel estaba roja. Saqué el seno derecho, que era el que más hinchado tenía y le coloqué el pezón en su boquita. Lo masejee para que soltará leche y al probarla comenzó a succionar torpemente como por arte de magia. La satisfacción que sentí al lactar a mi bebé por primera vez fue indescriptible.
—Así se hace campeón. Te las presto por ahora pera esas bubis son mías, que te quede claro.
Marcos hablaba con orgullo. Estaba emocionado, lo podía ver en sus gestos y en su tono de voz. Estaba muy feliz de ser papá.
La puerta se abrió y entró mi suegra. Me tensé al ver su expresión.
—No sirves ni para parir, nos tuviste en ascuas por más de 24 horas...
—Made, déjala tranquila que está amamantando.
Martha lo miró con extrañesa, era la primera vez que salía en mi defensa. La señora se quedó callada y fue un alivio la verdad. A nadie le gusta que lo estén maltratado todo el tiempo.
La puerta se volvió a abrir y asomó su cabeza mi querida hermana. Una alegría infinita me inundó.
—Puedo pasar—dijo cohibida.
—Para qué preguntas si ya metiste la cabeza—ironizó mi suegra.
Esa mujer no tenía paz con nadie.
—Gracias mi amor por traerme a mi hermana—le agradecí a mi marido de todo corazón.
— No me lo agradezcas a mi, dale las gracias a mi hermano que tuvo la idea y le compró un boleto de avión de ida y vuelta.
¿Su hermano? Me sorprendió tanta consideración de su parte, la que no tuvo mi marido. Me dolió que fuera un extraño y no mi esposo el que tuviera ese detalle. Aparté esa espinita para lo más profundo de mi corazón y me enfoqué en Meily, hacía muchos meses que no la veía en persona. Mi hermana se acercó cautelosa.
—Hola princesa, como estuvo el viaje.
—Increíble— respondió emocionada.
Lo podía imaginar. Nosotras tan pobres , nuca pudimos viajar.
Contemplaba a su sobrinito con ternura, absorta y extasiada.
—Ya quiero que crezca un poco para que me diga tía y jugar con él.
—Tiempo al tiempo.
Sonreí mirándola con cariño, me había hecho tanta falta.
—Me diste un susto de muerte.— exclamó de pronto, sobresaltándome a mi y al bebé—casi te vaz para el cielo a hacerle compañía a mamá.
El velo de tristeza que cubrió su rostro me oprimió el corazón.
—Estoy aquí pequeña. Siempre estaré para tí.
De cierta forma me sentí hipócrita, la abandoné cuando me casé. Siempre fuimos nosotras dos y de repente me enamoro como una estúpida, me caso ilusionada y me voy muy lejos. Nunca podré perdonarme. La vida es impredecible y los adultos tomamos decisiones aunque a veces nos alejes de los seres queridos.
—Se acabó la hora de visitas, la paciente tiene que descansar.
La enfermera que entró los sacó a todos con cortesía pero firme. Me dio risa la expresión de mi suegra, esa señora está acostada a mandar y no a qué la manden, pero los hospitales tienen sus normas.
— Sácale el aire, sabes cómo.
—Sí, gracias.
Tanto tiempo que estuve libre los dediqué a informarme sobre el parto y el cuidado del bebé. Cuando terminé la enfermera tomó a mi hijo y se lo llevó. Sentí un gran vacío.
***
Bajé del auto ayudada por mi esposo, era algo nuevo tenerlo pendiente de mí. Sonreí agradecida. Había cambiado de verdad, me miraba de nuevo con afecto. Mi hermana se bajó del asiento del copiloto. Estaba radiante, entusiasmada y curiosa por todo. Desde que salimos del hospital había estado moviendo su cabeza como un ventilador y yo observandola desde atrás.
—¡Esta es tu casa, oh! Parece salida de revistas. ¡Qué grande!
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Editado: 11.05.2022