Llegué al hospital desesperado. Dejé el auto mal parqueado, que se lo llevara la grúa, me importaba un comino. Tenía que dar mi consentimiento para que operaran a Nayely. Su vida era lo único importante para mí en estos momentos. Llegué a información jadeando, apenas podía hablar.
La atenta mujer me dio la orientación que necesitaba, llegué a la oficina del Doctor y una enfermera me dijo que pasara.
—¿Usted es el esposo de Nayely?
Preguntó el Doctor en cuanto entré, dejando de lado lo que estaba haciendo y centrando toda su atención en mí.
—Soy el hermano...
—No importa, no podemos perder el tiempo.
No me dejó terminar de decir que era el hermano de su esposo. Pero tampoco me ocupé de aclarar el malentendido. Lo único que me importaba era la salud de Nallely, me importaba un pito que creyera que yo era su hermano o su padre.
Me extendió una carpeta con documentos legales y me explicó lo que tenía que hacer, cuando terminé de hacer todo lo reglamentario, pregunté por lo que de verdad me importaba.
—¿Cómo está ella, Doctor?
—La paciente está en estado crítico, nesecita de carácter urgente dos operaciones. Primero será operada por cirugía general y luego por neurocirugía.
Me impacté, el asunto era más grave de lo que podía imaginar.
Me hablaba mientas caminaba hacia la salida. Yo lo seguía como un mendigo desesperado pidiendo limosnas.
—¿Pero saldrá bien?—pregunté con temor.
—No puedo garantizar nada, haremos todo lo posible por preservar su vida, no puedo perder más tiempo, el quirófano está listo. Cuando termine le podré informar mejor de su condición.
—Salvarla doctor se lo ruego, no importa cuanto tenga que pagar.
El hombre aceleró el paso presuroso, sin responder. Sabía que hablar de dinero en un momento así era algo vacío, pero lamentablemente, en este mundo que vivimos para que te atiendan bien y cuentes con los mejores servicios hay que pagar, claro que hay sus excepciones, lo reconozco. Lo seguí y me detuve frente a la puerta del salón del quirófano, lo observé desaparecer tras la puerta, hasta aquí podía llegar, no podía traspasar esas puertas, y lo más triste, no podía estar con ella en este momento crítico. Lo único que podía hacer era esperar, rezar y confiar en los médicos.
Caminé hacia la pared e impacté mi cabeza en el duro cemento, sentí un hilo de sangre caliente rodar por mi frente y ví caer la gota sobre mi blanca camisa.
Dios mío, ¿porqué le pasó esto a ella?, ¿cómo fué?, ¿qué hacía ella tan tarde en la calle? No le encontraba lógica a nada. Un rayito de luz me iluminó la mente, quizás no era ella, podría tratarse de una fatal equivocación. Quizás le habían robado sus documentos y su móvil. Cualquier cosa era mejor que aceptar que fuera Nayely la que estaba en tal estado.
Las lágrimas se me escapaban a raudales. Nunca había llorado, no que yo recuerde. Supongo que todo niño llora, debo haberlo hecho pero era demaciado pequeño para recordar. Mi padre siempre me decía que los hombres no lloran, siempre fue muy estricto conmigo. Crecí con naturaleza fría por las circunstancias, ocultando mis emociones en lo más profundo de mi ser. Me forjé tanto así que llegué a creer que no tenía corazón, no sentía por nada ni por nadie hasta que conocí a Nayely...
Las horas se sentían eternas, creía que el tiempo corría solo para mí. Estaba a punto de abrir una santa en el suelo, caminaba de un extremo al otro con impaciencia, una y otra vez. De vez en cuando desviaba el curso y buscaba un café express en la máquina. Estaba a punto de taladrar la puerta del quirófano con mi mirada. Quisiera tener vista rayo x para poder ver lo que estaba pasando en su interior.
Miré una vez más la hora en mi reloj exclusivo, con detalles de diamantes. En momentos como este es cuando uno comprende que el dinero no puede comprar una vida. ¡Más de 12 horas llevaba Nayely en cirugía! Rogaba para que pudiera soportarlo y que todo saliera bien.
Las benditas puertas se abrieron, me enfoqué en el Doctor que me atendió, él prometió que al terminar me explicaría la situación.
El hombre se veía exausto, era lógico. Los médicos cirujanos son héroes en el anonimato. Cuando llegó a mi altura se detuvo. No podía leer en su expresión si traía buenas o malas noticias. Tampoco quería adivinar, quería que me hablara claro. Sentía que los ojos me ardían porque el sudor de mi frente se colaba en ellos, saqué un pañuelo y me saqué la cara.
—La paciente está estable en estos momentos, las cirugías salieron bien pero está en un coma profundo, quizás no despierte...
Dejé de escuchar, el mundo se m vino en cima. Sentí un escozor molesto en mis ojos.
—Pero no pierda las esperanzas, su hermana tiene un factor a su favor, es joven.
—¿Y si despierta quedarán secuelas?
Pronuncie esas palabras en estado de pánico.
El daño cerebral es considerado, quizás no pueda hablar, o tenga amnesia. Su columna vertebral está afectada. No reacciona a ningún estímulo. Nesecita una cirugía de columna y si todo sale bien, mucho tiempo de rehabilitación.
¡Por dios, ¿cómo le pudo pasar esto a ella?!, a una joven madre, a una chica noble. Toda esta información era demasiado para soportarlo.
—¿Lo siento mucho por no tener buenas noticias sobre tu hermana, ten fe, ella sigue viva. Mientras haya vida, hay esperanzas.
El cirujano se fue y yo me quedé parado en el mismo lugar como si me hubiera transformado en una estatua de piedra.
Cuando me permitieron verla me quedé paralizado, por primera vez en mi vida estaba asustado y las piernas me temblaban, sentía que no eran capaces de sostenerme y que en cualquier momento se quebrarían. Caminé con pasos torpes e indecisos hasta la puerta doble, me quedé paralizado, aún conservaba la esperanza de que no fuera ella, suspiré profundo y entré.
Verla conectada a tantos aparatos que la mantenían con vida me dejó en estado de trance. El mudo se me derrumbó.
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Editado: 11.05.2022