—No es necesario que respondas en este momento, cariño; pude ser más tarde u otro día, responde cuando estés seguro y si quieres dar una respuesta —le expliqué con ternura.
Se quedó pensativo, era una cosita tierna y preciosa. Estaba tan orgullosa de ser su madre.
—Quiero vivir contigo, mamá.
Me tomó desprevenida su respuesta tan clara. Los ojos se me nublaron por la emoción tan grande. «Mi pequeñin adorable afirmó que quería vivir conmigo.» Me levanté, con pasos inseguros llegué a su lado y lo abracé.
—Te amo, mi cielo.
—Te amo, mamá —respondió con voz angelical.
Tenía al mejor hijo del mundo, para mí lo era, lo más probable es que todas las madres crean lo mismo de sus hijos; sin embargo yo tenía razón en mi afirmación, porque a pesar de la separación y su corta edad, mi hijo me comprendía y quería estar a mi lado, aunque eso significara separarse de su padre y de sus abuelos a los que estaba acostumbrado.
***
Mi hijo estuvo a mi lado todo el fin de semana, fue una lástima que Meily no lo pudo ver antes de irse, tenía exámenes y no podía faltar, por ese motivo se fue dos días antes de la llegada de Frederick. Lo extrañaba a morir, durante el poco tiempo que estuvo aquí no se despegó de mi lado. Era lunes, apenas se había ido ayer en la tarde y me parecía que había pasado mucho tiempo, bajé para desayunar, por el pasillo me encontré con una de las mucamas y decidí preguntar por Ethan, de camino lo había llamado en su habitación, pero no contestó.
—El señor salió temprano con su secretaria.
La alusión a Anaya hizo que me asaltara una oleada de celo irreprimible.
—Salió temprano —repetí inconsciente—. ¿Y a dónde fueron?
—No sabría decirle, señorita. La joven llegó temprano y lo esperó en la sala de estar, yo personalmente le fuí a a avisar al señor, luego el bajó y se fueron sin dar explicaciones —me informó cortéz.
Ethan se fue sin avisar. Me dolía el pecho.
—¿Va a desayunar?, ¿le aviso a Anastasia que le prepare la mesa?
—No, no tengo apetito —respondí brusca y malhumorada. Sabía que estaba muy mal de mi parte, la empleada no tenía culpa de nada, pero estaba demasiado enfadada, no sé por qué o mejor dicho no debía; porque sí sabía muy bien la razón, aunque pretendiera engañarme.
—Como usted diga.
—Puedes retirarte.
—¿No necesita mi ayuda para trasladarse?—se ofreció a pesar de mi comportamiento.
—No es necesario, déjame sola.
Se marchó tal como pedí, regresé a mi dormitorio tomando el ascensor, me arreglé para salir y bajé para tomar el taxis que había pedido con antelación.
—Buenos días, joven —me saludó el chofer al llegar.
—Buenos días, señor —correspondí.
—¿La ayudo?
—No es necesario, pero gracias.
Odiaba verme torpe, en este momento odiaba todo, estaba molesta. Subí sola, con la fuente en alto. Estaba cansada de depender de alguien más. No hay nada mejor que la independencia absoluta.
—¿Hacia donde se dirige?
No lo sabía en este momento, lo único que quería era salir de aquí.
«Te fuiste sin decirme, yo también puedo hacerlo.»
—Llévame al centro, luego le digo donde me quedo.
Asintió y puso su vehículo en marcha.
Iba mirando todo el tiempo por la ventanilla, al entrar en la gran ciudad me quedé fascinada. Llevaba años en esta ciudad y no conocía prácticamente nada. Al pasar por un lugar que me gustó le pedí que se detuviera.
—Déjeme por aquí, por favor.
El taxi se detuvo, pagué con la tarjeta que me dio Ethan para mis gastos personales y comencé a descender con cuidado. Una mano me tomó por el brazo y me ayudó a salir. Era el conductor, ni cuenta me di cuando llegó a mi lado.
—Gracias.
—De nada. Qué tenga un excelente día. Si necesita mis servicios puede llamarme personalmente, aquí tiene mi tarjeta personal.
La sacó del bolsillo de la camisa y me la entregó.
—Lo tendré en cuenta.
El hombre se fue y yo inicié mi camino por la amplia acera apoyándome en mi bastón, era muy elegante con la empuñadura de oro con la cabeza de un león, fue un regalo especial de Ethan.
Caminé por un buen tiempo hasta que vi un parque, me dirigí hacía allí y me senté en la primera banca que encontré desocupada, estaba exhausta. En el camino comí algunas comidas callejeras y probé la coreana que me había llamado la atención, lo hice también para no debilitarme, andaba sola y no podía correr el riesgo de desmayarme en la calle por un bajón de azúcar.
Con el paseo turístico, porque así lo sentía, olvidé mis penas y tristezas. Miré distraída en todas direcciones, era todo tan magnífico y placentero. El parque urbano tenía mucha vegetación y daba una sombra agradable. Luego de un rato de descanso y contemplación decidí reanudar mi exploración.
Caminaba tranquila por una de las calles transitada por peatones, cuando una voz que tanto temía y odiaba heló la sangre en mis venas.
—Nayely, ¿eres tú?
¡Qué!, ¡no podía ser!, !no podía tener tan mala suerte en mi vida!
Reanudé mi marcha en dirección opuesta a la voz, quería correr, pero no podía.
—¡Espera!—exclamó demandante el dueño de la voz detestable.
Quise apresurar el paso, lo intenté, sin embargo me fue imposible. Una mano fría me tomó del brazo sin cuidado alguno.
—¡Ay!, ¡suélteme!, usted está confirmado, no soy la persona que usted cree —me defendí por instinto.
—¡Eres mi esposa, no lo niegues!
No lo pude engañar.
—No lo conozco señor, si no me suelta de inmediato gritaré —amenacé desesperada.
—Estas más delgada, pareces enferma y tienes el cabello corto, pero aún así te reconocería entre un millón de personas parecidas a ti.
—Usted está confirmado —grité alterada.
Forcejeé para liberarme de su agarre, pero fue en vano. Se acercó peligrosamente y cubrió mi boca con su mano, prácticamente me llevó arrastras frente a muchas miradas, algunas curiosas y otras indiferentes; pero nadie hizo nada, me secuestraban en público y no hubo respuesta alguna. Este mundo me decepcionaba, las personas se han vuelto demasiado indolentes hacia los demás. La mayoría viven para sí mismo, olvidando que existe un mundo fuera. Vivimos en sociedad y nos hemos vuelto asociales.
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Editado: 11.05.2022