—¿Tendrás problema...? —preguntó con voz temblorosa de preocupación. Era tan tierna que conmovía.
—No, no te preocupes, sé cuidarme muy bien de él, de pequeño me tocó arreglármelas para que ellos no me pasaran por encina.
Me perdí en los recuerdos, nada buenos por cierto, de pequeño fue un infierno pasar tiempo en esa mansión, con una madrastra que me odiaba. En parte la entendía, su marido le fue infiel con mi madre y tuvo un hijo bastardo, sin embargo yo era inocente del pecado de mis padres, solo un niño que no pidió nacer. Mi hermano mayor me despreciaba, me maltrataba y me humillaba, no obstante lo hizo por poco tiempo porque aprendí a defenderme de sus ataques, me superé y lo sobrepasé en todo, sin embargo nunca obtuve el reconocimiento de mi padre por mis méritos, para él no había nadie mejor que su hijo primogénito. No importó cuanto me esforzara por ganar su atención y aprobación, nada de lo que hice le importó, en la actualidad ya ni siquiera me importaba, no necesité de él para salir adelante y triunfar. En cuanto a mi madre era una sumisa, una mujer sin voluntad propia, la sombra oculta de esa familia poderosa, no hubo otro hombre en su vida, vivió para el señor Richard Miller a pesar de que la veía con poca frecuencia y con el paso de los años se escaseaban cada vez más las “visitas”. A pesar de que no le prestaba casi atención, ella seguía a sus pies. Supongo que las dos mujeres que marcaron mi vida me hicieron insensible con todas las féminas en general, nunca me importó ninguna, nadie movió mi corazón, hasta que conocí a Nayely y todo cambió. Su mirada era diferente, su dolor era palpable, su sufrimiento estremeció mi corazón de piedra y se robó mi corazón.
Creo que la amé desde el mismo momento que la ví frente al altar. Me odié por sentir esa fuerte atracción por la mujer de mi hermano y me alejé lo más que pude de ellos, pero cada vez que tenía un encuentro casual con ella, mi corazón se estremecía y los sentimientos que tanto me esforcé por sacar de mi alma, crecían sin poder evitarlo. Cómo duele amar a alguien inalcanzable. Sufrí como un loco hasta que no pude aguantar más ese suplicio y abandoné mi país natal. Me esforcé por olvidarla, no quise saber nada de ella, no obstante conservé el número que le dejé, en lo más profundo de mi ser esperé una llamada que nunca llegó. Regresé renovado después de un par de años y fue entonces que me topé con la tragedia... La seguía amando a pesar de que eché los sentimientos en el lugar más recóndito de mi mente. Y aquí estaba, a mi lado, con su cara maltratada, el cobarde de Marcus le había pegado, por suerte su columna estaba bien, de haber afectado su recuperación lo abría matado con mis propias manos.
Cuando regresé a la mansión, emocionado por la noticia de mi abogado, loco por contarle las novedades a Nayely, me informaron de su salida. En un inicio me preocupé, pero no tanto como cuando bombardeé su celular de llamadas y no contestó, creí que iba a enloquecer, las venas de mi sien palpitaban y se volvieron visibles, lo noté cuando me miré por el espejo retrovisor de mi auto. Llamé a mis guardaespaldas y me fuí directo a la mansión familiar sin perder tiempo. Sentía el corazón en la boca y una desesperación que solo sentí cuando ella estaba en el quirófano, luego de su accidente. Tenía una fuerte corazonada de que Marcus era el responsable de su repentina desaparición y no me equivoqué.
—Estoy cansada, necesito dormir —dijo con voz cansada.
—Hazlo, preciosa. Te dejaré sola para no interrumpir tu descanso.
—Gracias.
Retiré la compresa fría y la guardé en la nevera de su habitación. Volví a su lado y la besé en la frente con ternura después de arroparla bien, la miré un poco, se veía tan agotada. Quería hacer más por ella, sin embargo en este momento, lo mejor que podía hacer era dejarla descansar con tranquilidad. Apagué las luces y salí despacio. Ella no se merecía tanto sufriendo, el maldito de Marcus le había causado demasiado daño, tanto físico como psicológico. No permitiría que la volviera a lastimar nunca más, aunque fuera lo último que hiciera en esta vida.
***
Inicié el proceso de divorcio con culpa, el maldito de mi hermano tenía que pagar por todo lo que le hizo a Nayely. Un divorcio culpable por maltrato, adulterio, cautiverio y violencia doméstica. No tendría piedad con él. Había acordado con su abogado el monto de la manutención del niño y la división justa de propiedades y bienes. Nayely había sufrido y aguantado demasiado, se merecía tener sus propio capital y ser una mujer independiente; nunca cortaría sus alas, había estado cautiva por demasiado tiempo. Además solicité una custodia exclusiva para Frederick, que su madre consiga tanto la custodia física y legal del menor era mi objetivo. Había sido muy estricto con el abogado, le dejé muy claro que no aceptaba ningún tipo de negociación que favorecieran a Marcus. Hoy le llegarían los papeles de la demanda, si no es que a estas alturas le habrían llegado.
Mi celular sonó, miré en la pantalla y vi que se trataba de Marcus. Contesté de mala gana.
—Dime.
—¡Qué es esto!, estoy seguro de que tú estás detrás de todo.
—De qué hablas hermano —me hice el desentendido.
—¡Hablo del divorcio y la demanda de custodia! —gritó cabreado. Me separé el teléfono del oído y apresar que sus gritos lastimaron mis tímpanos, sonreí.
—Ah, entiendo, te llegó la solicitud...
—Te advirto que no lo concentré, jamás me divorciaré de mi esposa —bramó.
—Eso lo veremos en el tribunal —me quité la máscara.
—¡Maldito!, te voy a demandar por secuestrar a mi mujer.
—Pruébalo.
—Lo haré, me las vas a pagar —amenazó furioso.
—Te duele el rostro —me burlé.
—A tí te van a doler los bolsillos —espetó.
—Recuerda que no está bien financieramente la empresa de mi padre y tuya —le recordé con malicia, fingiendo empatía.
—No es tu asunto.
—Ah, no, pues yo tengo un contrato que dice lo contrario.
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Editado: 11.05.2022