Noviembre tardío — otoño de 1615.
Devastación.
Las puertas eran forcejeadas, y el soplar de vendavales nevados lograban crispar la piel de todos.
El aire azotaba cada rincón del castillo, dejándolo vulnerable ante cualquier ataque: estaban cayendo.
Desde que Katerina envenenó la comida, muchísima gente había muerto. Cuerpos congelados yacían esparcidos por las calles de Arnau, hechos hielo.
Pocos habían sido los verdaderos sobrevivientes, quienes se aferraron a la vida.
¿Qué había sucedido en aquel lugar?
Las primeras bajas se dieron por la comida, pero, tras pasar los meses, las plagas, olores y descomposición de cuerpos comenzaban a afectar a los vivos. En un desesperado intento por sobrevivir, muchos sucumbieron a la suciedad.
Aria fue una de las primeras en caer, y los vivos seguían recordándola en sus helados corazones.
De la multitud tan grande había, solo quince quedaban en pie: Milosh, Adeus, Rosalba y varios discípulos.
Conrad y Aspen cayeron. El médico y su aprendiz, ahogados en conocimiento, no le ganaron a la muerte.
Y cuando el destino planeaba algo, era imposible escapar de él.
Los últimos se hospedaron en el palacio, se protegieron gracias a los muros de adoquín macizo. Tenían comida, calefacción, abrigo y compañía.
Pero, como todo, acababa.
Lo abundante pasó a escasear, junto con la esperanza de vivir.
Hace ocho meses la comida se agotó, obligándolos a comer cosas desagradables: frutos congelados, restos de comida y algún animal salvaje.
La familia más afectada, aunque poco creíble, fue la de duques.
El pasar de tener cada uno de los privilegios gastronómicos, a alimentarse de animales salvajes, era un reto para los duques y el ya maduro Milosh.
Todo el peso se acentuaba, mayoritariamente, en Rosalba.
La mujer estaba devastada, tan desnutrida por no comer que muchos la confundían con un muerto viviente: su piel se asemejaba al cuero, duro.
Además, sus ojos se tornaban blanquecinos, indicando que poco a poco esta perdía la vista. Y ni hablar de su indumentaria… sucia y repleta de escallas.
Milosh lo logró asumir después de mucho tiempo, su madre moriría pronto.
Estaba débil, no podía caminar ni conciliar el sueño, tenía la mirada descarrilada y aun se resignaba a comer.
No podía hacer nada más que contemplar como el tiempo se la llevaba, pero todavía guardaba la chispa de esperanza.
El lamento de la duquesa provocaba que su hijo emprendiera viajes en busca de animales corpulentos. Aunque detestara matarlos, debía hacerlo por un bien mayor
Pero conseguir comida era más difícil de lo que esperado, ya que debía atravesar el castillo por el sistema de túneles subterráneos, puesto que, si abrían la puerta principal, serían cazados por verdugos que Katerina había enviado.
Al parecer, poseía dos tipos de soldados. Los que mataron a Odhilia, que tenían yelmos negros, y los que estaban en Arnau, que los tenían blancos, para camuflarse en la nieve. Portaban arcos, alabardas y dagas que colgaban de sus tahalíes.
No les importaba a quién debían matar, fueran campesinos o duques… y aún menos sabiendo que, quien comandaba las ordenes, era la amante de Octabious.
Los forcejeos en la puerta no cesaban, ya no les quedaba tiempo: era hora de escapar y dejar atrás sus vidas, su hogar.
Ya nada sería lo mismo para Arnau, aquel día marcaría un antes y un después. Lo que una vez hubo sido un cálido ducado a pesar de sus temperaturas, se convirtió en una tierra desolada.
—Hijo, Milosh. —Rompió el silencio Adeus mientras tiritaba—, no debes moverte, se hallan en el techo —susurró para que no fueran escuchados.
Adeus optó por apagar llama que los alumbraba, debía hacer lo imposible para salvar a su gente. Y fue allí cuando, de repente, toda la sala cedió a la oscuridad y frío extremo.
Rosalba daba sus últimos suspiros, pero, a pesar de ello, no dejarían que muriera sola.
—Habremos de escabullirnos por el alcantarillado —dijo el pelinegro—, ingresar solo es posible si se hace desde dentro, podremos rehuirlos —concretó.
Todos siguieron al muchacho, Rosalba colgaba de los hombros de su marido e hijo, juntos la llevaron hasta las escaleras y con mucha agilidad hicieron que esta las bajara.
Estaban juntos, en grupo lograrían escapar de allí.
Daban pasos lentos para no provocar ruido. Milosh sacó una antorcha que había preparado tiempo atrás, y la encendió.
La luz podía hacer que se viera mejor, pero podía traer consecuencias trágicas.
—Bien, estamos cerca —susurró uno de los pobladores algo entusiasmado.
Siguieron los túneles hasta llegar a un punto en donde había tres entradas, Milosh sabía cuál elegir: conocía muy bien el lugar.
Editado: 20.07.2022