Infierno Escarlata

Capítulo 27

El destino golpeó muy duro a Racktylern. Pero las cosas para el Reino del Norte no fueron mejores… habían perdido aquel asalto, y las escoltas fueron erradicadas.

Se alzaron las espadas luego de la victoria. Solo les faltaba robar suministros, y partir hacia el bosque.

Alain fue asistido de inmediato. El grupo de rebeldes que llegó a tiempo para salvarlo lo cuidó como nunca. Lo subieron a un carromato, que se llevarían junto con el botín, y lo dejaron descansar mientras los sanos terminaban de empacar.

En poco tiempo las bocas se llenaron, y el fin de la hambruna empezaba a ser una posible opción.

—Debemos regresar pronto —dijo Edith—, cuando Octabious se percate de que lo asaltamos, enfurecerá.

La chica se sentó cerca de Alain, mientras le acariciaba la frente y lo observaba. Sintió un fuerte alivio al verlo vivo, y se tumbó a su lado.

—Gracias por salvarme, Edith. —Rompió el silencio—, salimos victoriosos después de tantas peripecias.

—Descuida —respondió ella—, volvería a hacerlo si fuera necesario. —Le sonrió. No dijeron nada por unos segundos, hasta que Edith volvió a hablar—. ¿Qué era eso que necesitaba saber antes de que murieras?

El chico se puso rojo cual tomate, sin saber que decir.

—Que eres una increíble guerrera —improvisó.

Edith sonrió, pero su mente imaginaba otra respuesta.

—Muchas gracias —contestó, sonriente.

—Esas heridas en tu cuerpo ¿Han de dolerte? —preguntó él, viendo como esta se frotaba la muñeca a cada rato.

—No… fueron simples rasguños —le dijo—, nada de qué preocuparse.

Si bien era cierto, lo que a Edith le dolía era la conciencia. Conciencia de saber que, por su culpa, quizás varias familias inocentes quedaron dolidas.

Y no podía olvidar la sangre y los gritos. Fue como una marca, un tatuaje eterno en su piel, que le recordaría de por vida cuan cruel era el ser humano, y en lo que debería convertirse si quería ganar esa guerra.

El resto del viaje se lo pasaron conversando y comiendo. Habían robado tres carromatos enteros de suministros, que le sentarían excelente a la comunidad de Racktylern. Desde pan, frutas, espadas y hasta las armaduras de los soldados muertos.

Milosh y Blazh iban en el carruaje de al lado, viendo al rubio y a la pelirroja reír. No tenían prisas, por lo que ellos también aprovecharon a conocerse un poco mejor.

—¿Por qué decidiste salir de la seguridad de Mithanur? —preguntó Milosh.

—Libertad —respondió mientras se deleitaba con un trozo de queso—, mi pueblo era pesimista, y yo necesitaba aires nuevos.

—Pero, ¿no es peor ahora? Digo... —Suspiró el duque—, antes no debías enfrentarte a la muerte, y ahora matamos a personas. Blazh, hemos matado personas.

El pelirrojo suspiró.

—Espero que la guerra termine pronto, es horrible —contestó él—. Milosh, trata de no pensar en… —no pudo terminar de hablar.

—En que acribillé a un hombre con mis flechas, y lo maté. Sí, es fácil de olvidar —susurró, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.

Por instinto, Blazh llevó su mano a la del pelinegro, en un acto de confianza.

—Entre todos nos ayudaremos a superarlo. Sé que podremos.

Quedaron en silencio por un par de minutos, hasta que Blazh quiso seguir la conversación:

—Dime. —Giró la mirada hacia el duque—, ¿Edith y tú sois muy apegados? Noto que os lleváis de maravilla.

—¡Claro! —respondió—, siempre hubimos sido apegados, pero desde que supimos la verdad nuestra relación mejoró.

—¿Qué verdad? —Se acomodó a un lado del pelinegro, mientras le convidaba unas uvas.

—Que somos hermanos.

Blazh se sorprendió, y Milosh no pudo evitar sonreír.

—No tenía idea…

—Bueno, nosotros tampoco —dijo el duque—, es una larga historia.

Fue entonces que le contó todo. Milosh era detallista, por lo que no olvidaba nada.

Desde su primer encuentro en el ducado, las desventuras con el puma hasta el viaje rumbo a Austro. Se sentía feliz contándole su pasado, y Blazh escuchaba con atención.

Poco a poco, los jóvenes fueron conociéndose más, hasta que algo los detuvo.

El sueño.

Quedaron desplomados entre las verduras, acurrucados por el poco espacio, y durmieron el resto del camino. En algunas horas más llegarían a Racktylern, ansiosos por compartir el alimento, y sin saber que algo peor se les venía encima…

—¡Ahí vienen! —Se oyó un grito, y de inmediato el guardia bajó de su atalaya para abrir la puerta.

Escucharon pisadas, sonidos metálicos y algunas voces. Entre los árboles la vista era escasa, pero tenían certeza de que eran ellos.

Se acercaban los salvadores, que en pocos segundos desempacaron los suministros y repartieron la comida para saciar el hambre.



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En el texto hay: fantasia, misterios, aventura epica

Editado: 20.07.2022

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