Cuando John llegó a la zona desértica dejó de escuchar las voces en su cabeza, por lo que pudo descansar un poco y aliviar su fatiga mental, aunque sus heridas no habían terminado de cerrarse y sangraba un poco por sus oídos y su boca.
En cambio, ahora lo que temía no era sangrar, ahora temía desmayarse. Estaba en un desierto con miles de dunas hasta donde alcanzaba su vista, por lo que en el momento que perdiera la razón, podría desatarse una tormenta de arena y enterrarlo vivo.
Ya llevaba siete meses en el desierto, sumando el tiempo desde que comenzó a correr en el lugar donde conoció a su antepasado, Pyhryus, llevaba en total once meses.
Había estado cerca de un año sin hablar con Mike, sin alimentarse y sin dormir.
Cuando miraba hacia atrás no veía dónde había empezado, y si miraba hacia adelante, sólo podía ver un desierto que se extendía hasta el infinito. Cada vez que observaba a su alrededor, no sentía nada, ni se preocupaba por morir.
Sus ojos sin vida miraban al frente mientras avanzaba paso a paso. Aunque una parte de él quería morir, su subconsciente seguía animándolo a continuar. Cada vez que caía en una pendiente de arena, era enterrado ligeramente antes de volverse a levantar y seguir avanzando.
Su ropa hacía tiempo que se habían agujereado, ni siquiera eran aptas para un mendigo.
—Arena... arena... nadar... dardo... dormir...
Con la poca cordura que mantenía, cada vez que se aburría jugaba sólo a las palabras encadenadas. No lo hacía porque quisiera, sino para evitar perder la conciencia y no desfallecer.
—Cristal... talón... longevo... voces... cesta... tap...
Volvió a caerse por una pendiente. Aunque se había acostumbrado, cada vez que se caía cerraba los ojos y empezaba a dormirse, por lo que en situaciones así se pegaba un golpe en la cara o en el estómago.
John se levantó y se pegó un puñetazo en la cara, haciendo que sangrara por la nariz y la boca antes de desplomarse en el suelo.
Debido al dolor evitaba dormirse aunque se quedara descansando en la arena.
—Puto... cabrón... psicópata...
Insultaba a Pyhryus mientras miraba la siguiente duna.
—¿Dis... tinta?
La duna que miraba era grande incluso entre las que había visto. La mayor duna por la que había caído tenía la altura de un edificio de quince plantas. Sin embargo, la que estaba viendo en la distancia se asemejaba a un rascacielos.
John era incapaz de ver la cumbre por más que cerrara los ojos.
Con una idea en su mente, se levantó y caminó poco a poco hacia ella.
Cuanto más se acercaba, a sus ojos le parecía que se alejaba, mientras que otras veces veía que no era tan alta y tenía un templo medio enterrado.
John sin darse cuenta, había llegado al núcleo de su propia alma después de dar vueltas en círculo durante siete meses alrededor del desierto.
Al llegar frente a las puertas del templo, los portones se abrieron y dejaron que un aire frío recorriera su cuerpo.
John se introdujo en el templo, al momento siguiente mientras las puertas gigantescas se cerraban, él se dejó caer en el suelo y comenzó a roncar.
John se levantó del suelo y se estiró, haciendo crujir todos sus huesos. Los candelabros alrededor de todo el interior del templo iluminaban los cuadros de las paredes, mientras que del techo colgaba una gran lámpara de araña.
John se acercó a los cuadros y los miró uno por uno. Debajo de los cuadros estaba el nombre de cada uno.
—Ra... Yamata no Orochi... Caín... Leviatán... Lucifer... Zeus... Muerte...
Tras leer los nombres, recordó que su antepasado, Pyhryus, dijo que un hombre le robó su segundo deseo y pidió la creación de Sundrac, reemplazando a Ra.
John se dirigió al último cuadro que ocupaba toda la pared del fondo.
—Puto egocéntrico...
Sólo le basto una mirada para saber que era Pyhryus sin necesitar leer el nombre del cuadro. John miró el nombre que tenía y sólo pudo mirarlo impactado.
—¿"El más grande, poderoso, bello, divino y humilde... Pyhryus"?
En ese momento, John pensó que no sólo era egocéntrico, sino que se creía que era el centro del universo.
—¿Humilde...? ¿Ese vejestorio...?
John no podía hacer otra cosa que suspirar. Desvió su mirada a una parte del cuadro de Pyhryus que poseía unos tonos distintos de colores.
Al acercarse, John sintió que la corriente de aire provenía de una puerta oculta en el cuadro. A simple vista no se podría notar, pero una vez que se acercara a esa zona, uno podría ver líneas oscuras finas.
—Voy adentro.
John no pensó mucho si debería entrar o no. Al haber estado tanto tiempo sólo, hambriento, y cansado, su forma de actuar y de pensar empezaron a cambiar. Se empezó a dar cuenta de las cosas que no había pensado nunca.
Se dio cuenta del tiempo que pasó con Mike y la importancia de no tirar la comida.
Al recordar a su mejor amigo, John estaba dispuesto a hacer lo que fuera con tal de volver a hablar de las tonterías que hablaban.
Empujó la pared, revelando una escalera que descendía en espiral. John miró detrás de él por instinto.
—Algo no me gusta...
Los sentidos de John se agudizaron en los siete meses que estuvo en el desierto. Incluso su instinto de supervivencia se volvió fino y sensible al tener que adelantarse a las tormentas de arena.
John bajó las escaleras con una mano apoyada en la pared y la otra frente a él. Bajaba las escaleras una a una, deteniéndose y sintiendo con el pie el siguiente escalón antes de bajar el siguiente peldaño.
Cuando llegó a la última, su sangre se heló y un escalofrío recorrió su espina dorsal.
John no sabía de dónde venía esa sensación, pero sí que recordaba ese sentimiento. Era lo mismo que sentía cuando vagaba por el desierto y lo atrapaba una tormenta de arena. Acababa enterrado en la arena y casi asfixiado.
La sensación de morir al más mínimo error.
John miró hacia adelante con surcos de sudor en su frente. Dos brillos rojos lo observaban desde la oscuridad.