John despertó en el sótano, tumbado. En sus manos mantenía la pulsera y el colgante que le otorgó Pyhryus, utilizando sus escamas.
Subiendo las escaleras poco a poco, John intentó recordar cuanto tiempo había estado en el interior de su propia alma, cuanto había corrido para llegar donde estaba Pyhryus.
John suspiró al pensar en Pyhryus. Él nunca pensó que vería morir a alguien, pero al ver a Pyhryus en ese estado, sabía que había usado lo poco que le quedaba de vitalidad aún siendo un remanente de su alma.
Antes de abrir la puerta, John se quedó mirando la puerta un momento, después miró la pulsera hecha de escamas negras. John no supo porque, pero una lágrima se deslizó de su mejilla y cayó sobre la pulsera antes de ponérsela. Cuando la pulsera hizo contacto con su piel, se introdujo en el interior de su muñeca, dejándole algo parecido a un tatuaje tribal de color negro.
John abrió la puerta, pero no era el mismo que entró para probarse.
Guilea lo miró desde la cocina cuando John salió, haciendo que sus ojos brillaran, como si estuviera a punto de romper a llorar. Aunque lo recibió con una sonrisa.
—¿Tienes hambre?
John miró a Guilea. Desde que la conoció, cada vez que la miraba, su corazón palpitaba más rápido que de costumbre y su mente se quedaba brevemente en blanco. Aunque no hizo falta que John dijera nada, al escuchar la pregunta, su estómago rugió indicando su respuesta.
Guilea solo le sonrió y, tras unos minutos, llenó la mesa del comedor con diferentes tipos de comida, tanto dulce como salada.
En una pequeña montaña a pocos kilómetros de distancia de la casa de John, tras una repentina ráfaga de aire, Arthur aterrizó en el suelo.
En la falda de la montaña, había varias máquinas y personas que controlaban sus monitores. En las pantallas se mostraban las capacidades de Arthur.
Arthur continuó y, usando sus manos desnudas, logró arrancar un árbol de sus raíces. Tras varios minutos, Arthur saltó y aterrizó en la falda de la montaña.
—¿Y bien?
Un científico se acercó a Arthur con un papel en sus manos.
—Tanto su velocidad como su fuerza han aumentado señor. Aunque...
El científico no siguió, sino que miró a las personas detrás de él.
—Continúa.
—Verá señor, entre mis ayudantes corre un rumor, seguramente infundado, de que la llamada Bruja de la Naturaleza está en esta ciudad.
Tras esas palabras, Arthur se giró y miró a cada persona.
—Esa bruja está en la ciudad, pero no debéis temerla. Mañana es el día en el que Sundrac aparecerá, y yo también estaré, por lo que si no se va de esta ciudad, la ejecutaré yo mismo con la espada santa Excálibur.
Al acabar su discurso, Arthur caminó y se fue de nuevo a la montaña. Detrás de él podía escuchar los vítores y clamores de todas las personas.
Cuando llegó a la cima, miró a toda la ciudad.
—¿Asustado?
Arthur miró detrás de él por encima de su hombro. La que le había hablado era Lucy.
—¿A qué debería temerle? ¿A esa bruja?
—No.
—¿A Sundrac?
Lucy caminó y se acercó a él antes de contestar.
—Ni de lejos.
—¿A quién entonces?
Lucy sonrió y lo miró, aunque su sonrisa parecía la de una persona demente.
—Al Protector nuevo... al nuevo monstruo, ¿o debería decir al dragón?
Arthur agarró del cuello a Lucy, aunque se deshizo en sus manos y volvió a aparecer detrás de él.
—¿Tratas a todas las damiselas igual?
Arthur levantó su mano hacia el cielo, haciendo que apareciera un círculo mágico con el emblema de un león con una corona. Del círculo descendió el mango de una espada, y tras ser agarrada por Arthur, la apuntó hacia Lucy.
La espada tenía el mango dorado, y en su hoja había incrustaciones de varias piedras preciosas.
—Yo soy un Rey, tengo sangre noble, no tengo miedo de un monstruo.
Lucy simplemente lo miró y sonrió.
—Tu alma muestra otra cosa...
Los ojos de Lucy brillaron con un verdor fantasmal, casi como si pudiera atravesar el alma de Arthur.
—Mi prueba fue matar a un dragón.
—Extraño... porque entonces podrías haber matado a Sundrac hace años.
Arthur se abalanzó contra Lucy y clavó su espada en su vientre. Aunque al igual que cuando la agarró, Lucy se deshizo y volvió a aparecer detrás de él.
—Además, ahora que he comprobado tu espada, estoy segura... esa espada está lejos de ser Excálibur, dudo incluso de que sea un arma sagrada.
Arthur no pudo hacer otra cosa que morderse la lengua. Si intentaba matar a Lucy, ella se desharía a sí misma y volvería a aparecer detrás de él, por lo que le era imposible callarla.
—¿Qué es lo que quieres?
Arthur soltó la espada en su mano, al dejar de hacer contacto con él, la espada se convirtió en luz y desapareció.
Al escuchar la pregunta, Lucy miró a la ciudad.
—Quiero a John. Si me lo entregas vivo, haré lo que quieras.
Cuando escuchó el nombre de John, Arthur apretó los puños y aguantó su rabia interna.
—Tenía planeado matarlo esta noche si lo encontraba, pero te lo daré a ti. ¿Qué es lo que le harás?
Lucy lo miró con frialdad, casi como si lo pudiera matar en un instante.
—Eso no es de tu incumbencia. Tú solo tienes que traerlo conmigo, a cambio, podría hacer que Guilea se enamore locamente de ti.
Lucy lo miró mientras extendía su mano, en la cual había un corte que la hacía sangrar.
—Supongo que si usas un Pacto de Sangre me puedo fiar de ti esta vez.
Arthur se quitó el guantelete en su mano derecha y se cortó la palma con una daga en su cinturón antes de estrecharle la mano a Lucy. Cuando la sangre de ambos se juntó, la herida en sus palmas se cerró, siendo reemplazada por un tatuaje de un ojo rojo.
Tras comerse varios platos de diferentes tipos, John solo eructó y dejó que su cuerpo cayera en el respaldo de la silla.
—Tenía la sensación de que no había comido en años.
Guilea solo le sonrió antes de que retirara todos los platos y se los llevara a la cocina.
Mientras fregaba, John se acercó detrás de ella furtivamente y sacó el colgante que le dio Pyhryus. Lentamente, se lo colocó a Guilea alrededor del cuello, aunque al darse cuenta, Guilea se giró.
—Es algo que me dio Pyhryus, pero te voy a dar el colgante porque te has portado bien conmigo y... y...
-¿Y...?
Guilea deseaba con todo su corazón que John dijera las palabras que ella quería escuchar. Un "te amo" o un "te quiero" la llenarían de felicidad, pero sabía que todavía era pronto, el alma de John todavía no había logrado la resonancia multiversal que unía las almas de todos los John de diferentes universos, eso quería decir que no tendría los recuerdos de ella en otros universos.
Aunque a diferencia de lo que creía Guilea, el alma de John se había reforzado bajo la tutela de Pyhryus, haciendo que su alma poseyera un poco de resonancia multiversal.
John se empezó a dejar llevar. Poco a poco, sus labios y los de Guilea estaban cada vez mas cerca, solo a unos pocos milímetros de distancia.
Guilea se mantuvo sonriente todo el tiempo. Aunque sabía que el primer beso siempre era muy vergonzoso, también le daba esperanza.
En el último momento, el timbre de la puerta sonó, haciendo que John reaccionara y su cara se pusiera roja antes de ir corriendo a abrir la puerta.
—Mi pequeño John...
Guilea suspiró al decir el nombre de John mientras mantenía sus manos unidas en su pecho, tocando el colgante.