A la mañana siguiente me di una ducha, mamá se había ido a trabajar, desayuné, escuché que el timbre sonó, abrí y me arrepentí de haberlo hecho.
—Kate, tan bonita como siempre.
—Te dije que no quería que volvieras a venir a mi casa.
—Te traje un obsequio —me dio unas flores.
—No las quiero, gracias.
—Por favor, tómalas.
—Entiende que no las quiero.
—¿Sabes qué?, ya me cansé de ser amable contigo, Katherine —me cargó y me llevó a su auto.
—¡Deja que me baje! —las puertas tenían seguro y sólo podían quitarse desde el lado del conductor.
—Lo intenté por las buenas, hermosa. No me quedó de otra.
—Sebastián, ¿qué es lo que realmente quieres?
—A ti —tomó mi mano, la besó y froté mi mano en el pantalón.
Intenté abrir la puerta del auto y aún tenía seguro hasta que él la abrió, me tomó de la mano y entramos a su casa.
—Hola, Katherine —¡joder, esto debe ser una pesadilla!
—¿Ustedes...? —los miraba fijamente.
—Así es amor —rio Sebastián —es mi cómplice.
Me cargó y subimos hasta su habitación, no es necesario ser adivino para saber sus intenciones.
—Te quiero tanto —intentó besarme pero lo empujé —está vez no te saldrás con la suya —usó tanta fuerza que finalmente me besó y tuve que morderlo o no pararía.
—¡Tú tampoco lo harás!
—Lo estoy haciendo —quitó mi suéter, pasó su asquerosa lengua por mis hombros y le escupí —¡eres una maldita! —golpeó mi rostro y apretaba mis brazos, seguramente dejará hematomas en mi piel.
—Es lo único que tenemos en común —comencé a golpearlo y a patalear pero él no se rendía.
—No me duelen tus ligeros golpes, Kate —rio —acepta que hoy te haré mía —metió sus sucias manos a través de mi blusa, desabrochó mi sostén y volvió a golpearme.
—¡No me vuelvas a tocar! —pateé su aparato reproductor, le mordí la mano y le di un fuerte golpe en sus ojos, una de la parte más delicada del cuerpo.
—¡Me las vas a pagar, zorra! —se quejaba del dolor «debí haber hecho eso antes para evitar todo lo demás»
Salí por su ventana, corrí por un largo rato, me coloqué bien mi suéter, abroché mi sostén y miré la parada del autobús, tomé el autobús para llegar a casa, no tenía dinero pero sí mi beca de transporte que afortunadamente tenía en la funda del celular, de no ser así no sé qué hubiese hecho.
Le marqué desesperada a Esteban y no me contestó hasta la décima vez «sí, conté las llamadas»
—Hola, cielo. Lamento no contestar antes, estaba bañándome amor, ¿qué pasa?
—¿Puedes venir a casa? —pregunté sollozando.
—¿Qué te pasó?,¿¡qué te hicieron cielo?!
—Sólo quiero que vengas, por favor.
—Llegaré lo antes posible, mi reina. Te amo —colgué la llamada y por la desesperación sentí que llegó después de horas.
El timbre sonó, abrí lentamente pues mis piernas flaqueaban.
—¡¿Qué te pasó, cielo?! —en cuanto abrí la puerta me fundí en su pecho, no quería que mirara mi rostro.
—Sólo necesito que me abraces —dije sollozando.
—¿Por qué no me das la cara? —no contesté —¡Katherine! —tomó mi barbilla, levantó mi rostro y por fin me miró —¡¿quién te hizo esto, amor?!
Volví a esconderme en su pecho, el único lugar que necesitaba en estos momentos para sentirme segura con su olor y su paz tan reconfortante, él me limpiaba las lágrimas, me besaba tiernamente y me miraba con mucha preocupación.
—No es nada.
—¡Katherine, dime la verdad!
Editado: 04.07.2019