Infinitamente enamorada.

|Capítulo 25|

Sabía lo que me había pasado y estaba segura que difícilmente saldría viva, llevaba la inyección vacía, de nada me servía así, ¡soy una tonta! ¿Cómo se me ocurrió guardarla vacía?
—Cielo, no puede pasarte nada malo —habló mi chico con mucha preocupación y amor.
—No olvides que te quiero —dije sin saber si me había escuchado pues mi rostro comenzaba a hincharse, sé que no es momento para pensar en esto, pero ¡qué jodida vergüenza que me mire a punto de morir!
Por fin llegamos al hospital, Esteban me tomó en sus brazos, me besó el rostro repetidamente y al entrar al hospital, mi chico gritó cuán demente.
—¡Necesita ayuda! —las enfermeras llevaron una camilla de inmediato, me subieron en ella y se dirigieron a urgencias.
—¿Qué le pasó?
—¡No lo sé! —Gritó furioso —¡ayúdenla de inmediato!
—Estamos haciendo lo que está en nuestras manos, joven.
Mis vías respiratorias se estaban cerrando, lo supe en el momento en que sentí una opresión en mi cuerpo, siento que estoy muriendo y no es ninguna clase de broma.
**Esteban.**
*Katherine cada vez se ponía más morada y sus quejidos aumentaban. No sé, no entiendo que sucedió.
Me siento un maldito egoísta, Katherine quería irse de ese tétrico lugar y no hice nada porque nos fuéramos, no puedo ni pensar en que pasará si llega a sucederle algo malo, ella es mi vida entera.
—Hasta aquí puede llegar, joven —dijo la enfermera.
—¡Es mi novia!
—Lo lamentamos, debe esperar aquí para poder ayudar a su novia.
—¡Debo entrar, me necesita! —grité frustrado.
—¿La ama?
—Más que a mí jodida vida.
—Entonces quédese aquí, recuerde que todo esto es por ella —asentí.
Comencé a dar vueltas preocupado por toda la sala de espera, las enfermeras salían pero no me decían nada, mi corazón necesitaba estar junto al de ella, así que decidí entrar sin importar las consecuencias.
Mi niña estaba inconsciente, los doctores le inyectaban algo que desconocía.
—No puede estar aquí, debe salir —me dijo el doctor.
—¡Es mi novia, debo estar aquí! —exclamé tirando de mi cabello.
—Dejaré que este aquí por la situación de su novia aunque sea poco profesional.
—¡Joder, gracias!
—Señorita, póngale una bata quirúrgica, un cubre bocas y todo el equipo de protección necesario para poder estar aquí —la enfermera asintió y me llevó a un pequeño vestidor.
—¿Qué tiene mi novia?
—Sus vías respiratorias se están cerrando y si sobrevive será un verdadero milagro, lo lamentamos mucho.
—¡¿Lo lamentan mucho?! —quería matar al doctor la cuestión era que si lo mataba no podría salvar a mi chica —¡si mi novia empeora, lo mataré!
—Doctor —musitó la enfermera.
—Déjalo, todos nos pondríamos así si nuestra pareja se estuviese muriendo.
—Última vez que menciona esa palabra, o no responderé —dije jodidamente furioso —¿qué tiene mi novia?
—¿De verdad no sabe? —negué —su novia es alérgica a la picadura de insectos, en este caso le picó un mosquito —lo miré anonadado, ¿mi chica estaba tan mal por un simple mosco de mierda? —se lo que está pensando, es una alergia muy poco común —asentí —debió haberse inyectado epinefrina, a menos que no supiese de su alergia.
—Llevaba la inyección sin recargar.
—Ya veo —frunció el ceño —nosotros ya le administramos los medicamentos suficientes, solo es cuestión de que su cuerpo los acepte y de esperar.
—¿Puedo quedarme?
—Sólo un momento y con la enfermera aquí —asentí.
—Perdóname por no conocerte, cielo —besé su frente —todo esto es mi culpa —no me importó llorar como un niño pequeño —por favor, despierta, tenemos muchas cosas que hacer, muchos sueños por compartir, no te vayas cielo —acaricié sus nudillos y besé su mano.
Mi chica comenzó a convulsionar, Dios mío, no por favor.
—Debe de salir —negué —¡doctor! —el doctor corrió a la habitación.
—¿¡Cómo carajos voy a salir sabiendo que mi novia está en riesgo?!
—Facilítenos el trabajo y salga —dijo el doctor.
—Mi niña está muriendo, ¡no me iré!
—¿Llamamos a seguridad? —preguntó una enfermera y el doctor asintió.
—Ni siquiera con mil hombres saldré de aquí.
El doctor comenzó a moverse de inmediato, ni siquiera sé que hacía, el doctor es él, no yo.
Tenía un miedo que nunca había sentido en toda mi vida, no podía pensar en mis horas, mis días, mis semanas, mi vida sin Katherine y no estoy hablando con egoísmo, pero sin ella me muero, sin ella no vale de nada vivir porque ella ha cambiado mi vida en todos los sentídos.*
[Estaba en una carretera, habían dos caminos, en uno estaba Carlos y en el otro Esteban esperándome fuera de sus respectivos autos.
Demonios, esto lo he mirado en las películas, ¿estoy muerta?
—Te extraño y te amo muchísimo, pequeña —dijo Carlos —no sabes lo feliz que me hace verte tan entusiasmada con tu relación con Esteban —sonrió y se le marcaron sus hoyuelos, los que tanto amaba de él.
—Estoy tan feliz de verte —quería sentir su cálida piel chocar contra la mía.
—Espera, bonita —asentí —te amo y quiero estar contigo, quiero tocarte, abrazarte, besarte pero no podré hacerlo, no hasta que decidas.
—¿Decidir?
—Estás muriendo, mi vida.
—¿¡Qué?! —tartamudeé y confirmé mi pensamiento inicial.
—Cielo, no puedo escoger. No ahora, no así —dije frustrada.
—Ve con tu actual novio, recuerda que soy feliz aunque estés con él. Tomes la decisión que tomes seguiré amándote igual, nunca olvides que eres, fuiste y serás el amor de mi vida, pequeña —se acercó cuidadosamente a mí y me besó tiernamente como siempre lo hacía.
Mierda, ¡lo extrañaba tanto que no me molestaría en quedarme! «pero, ¿y mí flaquito?», no sé qué hacer.
—Cielo —Esteban me atrajo hacía él —vámonos.
—Ve, mi amor —dijo Carlos.
Me senté en medio de ambos, lloré desenfrenadamente, me faltaron muchas cosas por vivir con Carlos, también quería vivir otras más con Esteban.
—Debes de convencerla —le dijo Esteban a Carlos —por favor, hermano.
—Bonita —Carlos levantó mi rostro —te amo y por eso quiero que te vayas con él, él es la salida en este momento.
—Carlos, te amo —lo abracé con toda la fuerza que había en mi ser.
—Te está esperando tu flaquito —su voz se entrecortó —si llega a dañarte te juro que volveré por ti, bebita —sonrió tan coqueto como siempre —siempre te amaré —besó mis labios, subió al auto, lo encendió y se fue.
Esteban me tomó de la mano, entramos al auto y lo miré avergonzada, por unos instantes preferí a Carlos que a él y eso me convierte en una verdadera basura.]
Di un largo respiro y me levanté de la cama.
—¡Bomboncito! —me recibió Esteban con lágrimas en los ojos y una sonrisa gigantesca.
—¡Dejen de administrarle el medicamento! —dijo el doctor —es un milagro que este viva señorita, sus vías respiratorias estaban totalmente bloqueadas.
—Gracias por salvarme, doctor —musité levemente pues así me lo permitía mi rostro hinchado.
—Estudié durante muchos años, la gravedad con la que llegó al hospital sólo indicaba una cosa, usted moriría —tragó saliva para seguir hablando —quizás el amor que ustedes dos se tienen es la razón por la que sigue viva, señorita.
—Fue gracias a usted, le debo la vida —negó.
—Se la debes a él —apuntó a Esteban —necesito atender a mis demás pacientes, no bajes la guardia, Lola —la enfermera asintió —compermiso.
—Doctor —dijo Esteban.
—Gracias y lamento haberle dicho todo eso.
—Descuida —sonrió el doctor y se marchó.
—¿Qué le dijiste? —lo miré a los ojos.
—Nada —respondió divertido.
—Esteban, dime que le dijiste.
—Que si no te recuperabas lo mataría.
—¡Esteban! —bufé —no debiste ser tan grosero.
—¿Qué querías que le dijera? —me miraba confuso —me asustaste demasiado, bomboncito.
—Perdóname —acaricié su rostro.
—Perdóname tú a mí, debimos irnos de ahí, cielo.
—No tengo nada que perdonarte, flaquito—jugué con su cabello.
—No sabía de tu alergia y lo lamento como no tienes idea.
—Deja de preocuparte, flaquito, ya estoy bien. Además lamento no haberlo mencionado, hasta risa me da tener esa alergia —meneé la cabeza con diversión.
—Katherine, sin ti me muero y nunca me perdonaría si algo te hubiese pasado —se acostó en mi pecho y comenzó a llorar.
—Corazón, todo está bien —con las pocas fuerzas que tenía levanté su rostro y besé sus labios levemente —gracias por amarme tanto.
—Gracias por llegar a mi vida, bomboncito, te amo.
—No fuiste antes no fuiste después, no fuiste en un momento equivocado, fuiste a tiempo. A tiempo para que me enamorara de ti y eso jamás te lo dejaré de agradecer, gracias.
—Algunas personas escriben, bailan o hablan bonito, pero tú… querida mía, tú existes.
—Mario Benedetti —suspiré —me encanta ese autor.
—Y tú, me encantas a mí, bomboncito —besó lentamente mis labios.
Mis sentidos no estaban del todo bien por tanta medicación, debido a eso llegó un momento en el que no supe más de mí.
**Esteban.**
*Mi niña se durmió después de endulzarme el oído con sus palabras.
Acaricié su cabello ondulado y suave, acaricié su tersa piel helada como un cubo de hielo, sus labios me incitaban a querer matarla a besos.
Mirarla dormida tan tierna y tranquilamente me hacían amarla aún más, es un ángel en mi vida, Katherine no se compara con ninguna mujer, sé que lo he dicho mil veces pero ella es diferente en todos los aspectos y por eso me enamoré tan perdidamente desde que la miré.
Mi celular sonó, de nuevo era Anahí.
—Hola, amorcito —dijo con el mismo tono de voz que cuando éramos novios.
—Creí que te había dejado las cosas claras.
—Te llamé porque seguramente tu niñita tonta ya está dormida —rio —ya puedes dejar de fingir, Esteban.
—No estoy fingiendo, te dije que no quiero nada contigo, Anahí.
—¿Ni una noche express?
—¡Nada!
—Sólo unos besos, extraño tus besos formando un camino por cada parte de mi cuerpo, simplemente te extraño.
—Joder, eso ya quedó en el pasado.
—Quizás ahorita estés cegado por el "amor" que le tienes a esa niñita, cuando vuelvas a ser el hombre del que me enamoré, me contactas, tenemos muchísimo que hablar con la cama —colgué la llamada.
Anahí fue mi primer amor, con ella pasé momentos increíbles, siempre fue mi apoyo y con ella aprendí muchísimas cosas, cuando me dijo que se marcharía de la ciudad perdí la cabeza, pensé que jamás volvería a "amar", ahora me rio de ese Esteban del pasado, ni siquiera sabía lo que era amar, eso me lo ha ido enseñando Katherine día con día.
Volví a la habitación con mi niña y quede dormido a las horas.*
Me despertó la luz solar que atravesaba por la pequeña ventana de la habitación, un olor a medicamentos se impregnó en mis fosas nasales, me senté cuidadosamente en la camilla y me dispuse a admirar cada detalle de la habitación totalmente blanca. Había un pequeño sillón en donde estaba mi chico, alado de mi se encontraba el administrador de suero, del otro lado el cardiograma, frente a mí se encontraba una pequeña mesa de metal, el hospital estaba verdaderamente limpio y pese a eso, un hospital nunca será acogedor por más limpio que este o por más bien que sea el trato del personal. Por esa razón me quite la aguja de mi vena y quite los electrodos del cardiograma, me levanté cuidadosamente y desperté a Esteban acariciando su cabello.
—Buenos días, flaquito.
—Buenos días —frotó sus ojos —¡cielo, vuelve a la cama! —abrió sus ojos como platos al caer en cuenta de que estaba de pie.
—No lo haré, ya no quiero estar aquí —hice un puchero.
—En esta ocasión no será como que quieras, bomboncito —frotó su nariz con la mía —vuelve a la cama.
—No lo haré —me crucé de brazos —flaquito, ya vámonos.
—Necesitas seguir en observación, amor.
—Ya estoy bien, ya no estoy tan hinchada.
El doctor entró y nos miró molesto, más a Esteban.
—¿Ya puedo irme, doctor?
—¿Por qué se desconectó, señorita? —me analizaba furioso.
—Es incómodo —levanté los hombros desenfadada —además, míreme, ya me encuentro bien. ¿Puede darme el alta?
—Señorita, ayer estaba muriendo, no puedo dejarla ir así como así.
—Doctor, no puedo seguir aquí, entienda que me hace más daño la estadía aquí.
—La miro muy bien, le haré unos estudios y si todo sale bien, podrá irse.
—Gracias —sonreí.
—Hey, no se te olvide que aquí está tu novio — habló el celoso de Esteban y reí.
Me hicieron los estudios necesarios y ya estaba fuera de peligro, afortunadamente llegamos a tiempo al hospital, sin embargo me dieron una buena dosis de inyecciones por si llegaba a suceder de nuevo. Fui a cambiarme y nos marchamos de ahí.
Desde que pasó lo de Carlos, los hospitales me parecen de lo peor, hay tantas lágrimas, frustraciones, pérdidas en estos lugares. Los hospitales guardan lo peor y mejor del ser humano, ahí se marca un antes y un después de la vida ya sea por nuestra vida propia, por la de familiares o por la de nuestras parejas sentimentales, como fue mi caso, un hospital te puede volver a la vida o puede matar la esperanza de estar con ese ser querido en un instante.
—¿Vamos a desayunar, bomboncito? —mi niño me sacó de mis lagunas mentales.
—Vamos, flaquito.
Esteban encendió el auto, manejó durante un rato, el aire fresco que chocaba contra mi rostro me hacía sentir más viva y agradecida que nunca por esta nueva oportunidad.
Llegamos al hotel y mi niño me miró empático.
—No nos quedaremos aquí, mi niña —besó mi frente —únicamente, iré a recoger nuestras cosas.
—De acuerdo.
Esteban volvió con mi mochila.
—Revisa si no te falta nada, cielo —inspeccioné mi mochila y todo se encontraba bien.
—Todo está en orden, flaquito.
—Entonces, vámonos, bomboncito.
Llegamos al restaurant, mi chico abrió la puerta, tomó suavemente mi mano y me ayudó a bajar como siempre lo hacía.
Entramos al restaurant que estaba construido con ladrillos, las mesas eran de madera, había una pared con arte rupestre, me sentí muy bien, recordé cuando íbamos a visitar a mis abuelitos en México, sin duda alguna este lugar jamás se me olvidará.
—Es muy lindo.
—¿Eso crees, amor? —asentí —me alegra poder llegar a un lugar menos tenebroso.
—Entendí esa referencia —reímos al unísono.
Escogimos una mesa cerca del aire acondicionado y esperamos a que llegara la mesera para tomar nuestra orden.
—Buenos días, sean bienvenidos.
—Gracias —sonreí.
La chica nos dio el menú, sabía lo que ordenaría y casi podía deducir lo que ordenaría Esteban.
—¿Listos para ordenar? —asentimos.
—La orden de pan francés con fruta y una malteada.
—El desayuno #2, hot cakes y un café muy cargado, por favor.
—Enseguida —sonrió la chica y se marchó.
—Me tenías muy preocupado, cielo.
—Ya no pienses en eso, ¿sí?
—De acuerdo, bomboncito.
—Mírame, ya estoy bien —sonreí —tú me salvaste —le di un beso en la punta de su nariz.
—Hice lo que debía de hacer, amor, entiende que no puedo estar sin ti.
—Ya lo creo —solté risitas.
Nuestro desayuno llegó, los platos eran demasiado grandes, miré petrificada a Esteban.
—No sabía que estarían tan grandes, cielo —levantó los hombros riendo.
Partí mi pan, le agregué miel y me dispuse a probarlos.
—¡Está delicioso!
—Tú eres un manjar exquisito, bonita —por reírme el pan se fue por mi garganta cuando aún no terminaba de masticarlo.
Esteban se levantó y me dio pequeños golpes en la espalda.
—Levanta los brazos, amor —asentí y por fin pude respirar.
—Eres un tonto —pegué una grande bocanada de aire, reí y le di un sorbo a mi bebida.
—Perdóname, amor, sólo quería hacerte saber lo bella que eres —besó mi mejilla.
Terminamos de comer, dimos un pequeño paseo por el jardín que había afuera del restaurant y me pareció un buen momento para tomar algunas fotografías.
—¿Puedo retratarte?
—Es mi turno de tomarte fotografías, amor.
—Me gusta tomar, no que me las tomen.
—Cielo, por favor.
—Sólo por esta ocasión.
—Si, mi niña —le di la cámara —sonríe —obedecí —ahora mira hacía el restaurant y sonríe levemente, ¡perfecto!
Me sorprendía lo bueno que era para tomar fotografías, miraba como agarraba la cámara y tenía una buena perspectiva de lo que quería.
—Eres bueno tomando fotografías, flaquito.
—Lo aprendí de la mejor —besó mis labios.
Terminó de tomarme las fotografías, le pedimos a una señorita que nos tomara una foto juntos y regresamos al auto para dirigirnos a casa, mañana todo volvería a la normalidad.
Sonaba una canción en la radio, Esteban subió el volumen y comenzamos a cantar.
—¿Y dónde está el arsénico amooor?
—Ayer quería matarte a besos, hoy ya no.
—¿Y dónde está el arsénico?, ohh.
—Ayer quería bajarte el cielo, hoy ya no.

Esteban orilló el auto, subió todo el volumen, salimos del auto y comenzamos a bailar cuán dementes en medio de la calle.
—¿Te das cuenta de que parecemos unos dementes?
—Y, ¿qué importa, cielo? —besó mis labios —no importa lo que parezcamos o seamos, mientras estemos juntos —me ruborice.
La canción se terminó, luego de muchas horas de camino, llegamos a nuestra ciudad y después a mi casa.
—Gracias por todo, flaquito.
—Espero poder pasar muchos más meses así, junto, a ti.
—Espero lo mismo —sonreí.
—Te amo, mi niña.
—Te vas con cuidado, ¿de acuerdo?
—Sí, bomboncito —me besó y entré a casa.
Saludé a mamá y me lancé a la cama a dormir una vez más agradecida por tener a ese chico en mi vida y sobre todo por seguir viva.
[...]




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