Infinitamente enamorada.

|Capítulo 41|

Llevo una semana buscando trabajo y aún no encuentro nada.

También llevo una larga y solitaria semana sin Esteban, aún no le he contado a nadie aunque probablemente ya lo hayan deducido.

Mi celular sonó, era Perla.

—¡Hola, Katy!

—¡Hola, Perla!

—Oye, ¿ya te aviso Esteban de la comida de hoy?

—Perla, respecto a eso... —me interrumpió.

—Seguramente no te lo dijo —bufó —el señor Leonardo nos invitó a comer hoy en su casa, sabes que es muy lindo, así que los esperamos allá.

—Perla, ¿cómo le avisaron a Esteban?

—Por teléfono, no lo hemos mirado, ¿pasa algo? —no, no pasa nada, sólo quería saber cómo está mi exnovio.

—No, no realmente.

—De acuerdo, nos vemos al rato.

—No podré ir.

—¿¡Qué?! ¡¿Por qué?!

—Luego te cuento. Que la pasen bien, me saludas a todos.

—¿Segura que estás bien, Katy?

—Sí.

—¿Podemos vernos un día de estos?

—Sí.

—De acuerdo, te quiero.

—Te quiero más —colgué la llamada.

Como me encanta martirizarme, fui por la cámara, la encendí y miré todas las fotografías que tenía con él, todas las fotografías que le tomaba.

Su cabello oscuro, su linda sonrisa, sus ojos marrones, su rostro que emanaba felicidad en absolutamente todas las fotos.

Probablemente me arrepienta de dejar ir a un chico como él, tan dulce, tan amable, tan gracioso, tan sincero, tan perfecto.

A un hombre que jamás me exigió algo, que siempre me acepto tal cual y que siempre se dedicó a hacerme feliz, quizás sea una absoluta estúpida por alejarlo pero no estoy dispuesta a obligarlo a estar en una relación en donde no pueda aportar nada, no estoy dispuesta a dejarlo sin hijos por el resto de su vida, no estoy dispuesta a atarlo por más que lo ame, por más que lo extrañe y por más ganas que tenga de ir a besarlo.

El timbre sonó, corrí de prisa a abrir y era él, recargado en el marco de la pared con una tímida sonrisa, lentes de sol y un ramo de flores.

**Esteban.**

*—Hola, bonita —sonreí.

—Hola, Esteban —se ruborizó tan tiernamente como siempre que la llamaba así.

Katherine estaba igual de preciosa que siempre, sus jeans que resaltaban la hermosa figura que tiene, su suéter rosa grande y holgado, su cabello pelirrojo, ondulado y esponjado hacen que parezca una leoncita y odio que ya no sea mi leoncita.

La he extrañado más de lo que imaginé, me siento culpable por haberle dicho todo eso aquella noche, mi intención no era hacerla sentir mal, mucho menos quería que todo esto terminara, hablé con rabia, con frustración y hablé por impulso porque nada de lo que dije fue verdad, a eso vine, a aclarar todo esto, a que dejemos nuestro orgullo a un lado y a que lo intentemos nuevamente porque lo que sentimos es más grande que cualquier otra cosa.

—Te traje esto, bonita —le entregué las flores.

—No me llames así, ¿quieres? —no quería que la llamara así porque se ruborizaba —y gracias por las flores, aunque no debías hacerlo.

—No debía, quería hacerlo —acaricié su moldeable mejilla y no puedo creer que haya resistido una semana sin mirar su piel tal blanca y sentir su olor tan dulce.

—Gracias, de nuevo.

—De nada, bonita. ¿Puedo pasar?

—No creo que sea buena idea —hizo un puchero, ¡joder, cuanto la extrañaba!

—No abusaré de ti, lo prometo —levanté las manos a manera de rendición, rio levemente y me hizo un ademán para que pasara.

Fue a poner las rosas en agua junto con las que le había dado la última vez y volvió a la sala.

—¿No vas a quitarte los lentes? —me miró atenta y con diversión.

—No, hay mucho sol.

—Está nublado, Esteban —apretó sus labios para no reír.

—Prefiero estar así, bonita.




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