Influencer por accidente. La anti-romantica.

Pabellón y Benedetti.

Camila estaba sentada en su escritorio, editando un nuevo video donde hablaba de los tipos de hombres que te dicen “no estoy listo para una relación” pero sí están listos para pedirte Uber Eats con tu cuenta.

Tenía una camisa de Piolín puesta, aunque ella no podía negar que ese es su dibujo animado favorito, ya que casi en su totalidad de ropa lo llevaba, el cabello recogido en un moño que gritaba “no me peiné, pero estoy funcional”, y una taza de café con leche que ya iba por su tercera recarga.

Mientras renderizaba el video, revisó MiMore y tenía cinco mensajes nuevos, pero todos con la misma energía de:

“hola, linda, ¿qué haces tan sola?”
Camila los leyó, los clasificó mentalmente como “copia y pega emocional” y los ignoró.

—¿Por que son así los hombres? —murmuró molesta.

Pero cuando vio el nombre de LeoTech, algo en ella se activó. No era emoción. No era ansiedad. Era… una curiosidad nivel tranquila. Como cuando ves una película sin saber el final, pero te gusta cómo está contada.

Porque es que Leo no le hablaba como los demás. No le decía “eres diferente” sino que lo demostraba. No le preguntaba por su signo. Tampoco le ofrecía flores virtuales ni promesas con emojis.

Sino que este hombre le hablaba como si la entendiera. Como si supiera que detrás del sarcasmo había una mujer que había amado, fallado y aprendido a reírse para no llorar.

Camila cerró la app, se estiró y miró el techo.
—¿Será que este tipo me cae bien porque no me quiere vender nada amoroso? ¿O será que estoy tan rota que cualquier cosa que no suene a cursilería me parece oro?

Sofía entró con una bolsa de pan y cara de “traigo carbohidratos y chismes”.

—¿Qué haces?

—Editando. Pensando. Dudando —dijo suspirando.

—¿Otra vez con el tipo de la app? —Sofía la miro divertida, aún recuerda como la noche anterior la pilló escribiendose con ese tal Leo.
—Ajá. No entiendo cómo me cae tan bien. Los demás me dan flojera, pero... Él no.

Sofía se sentó a su lado.
—Quizas es porque no te está buscando. Solo te está hablando, suena como más un amigo que alguien interesado en el amor.

—¿Y si soy yo la que ya no cree en el amor? ¿Y si todo esto es una coraza? Es que... —Camila se detuvo, mientras miraba fijamente la pantalla antes de continuar.

—Sofía ¿Y si no es coraza sino un filtro? Como el de Instagram, pero emocional.

Sofía la miraba de manera divertida.

—¿Y si me estoy autoengañando?

—¿Y si te callas y comes pan con queso? —pregunto Sofía que quería reírse a carcajadas.

Camila rió.

—Eso sí es amor verdadero.

—Si, si, este amor jamás te abandona, toma, come mujer —Sofía le pasó unos panes de queso.

—Ya está listo el video.

—¡Oh! mi niña ha crecido —exclamó Sofía—. Ahora sabe editar sus propios videos.

—Tampoco soy tan bruta, mija. —Camila se río mientras le daba al botón de enviar.

Y subió el video. En él decía:

> “A veces uno no sabe si está soltera por elección o por trauma. Pero mientras lo averiguo, aquí estoy: con mi café, mi Piolín y mi delivery emocional. Porque el amor no tiene manual… pero yo sí tengo Wi-Fi y criterio.”

Los comentarios explotaron en cuanto este estuvo disponible en las redes.

💬 “Camila, eres mi terapeuta con empanadas.”

💬 “Me pasa igual. ¿Y si solo estamos cansadas de que nos mientan bonito?”

💬 “La frase del día: ‘El amor no tiene manual, pero yo sí tengo Wi-Fi y criterio.’”

Camila apago la computadora, se recostó en el sofá y pensó:

«Quizás sea eso, y no estoy rota. De seguro solo estoy en pausa. Y puede ser que… LeoTech es el tipo que no quiere arreglarme. Solo escucharme y por eso conectamos perfectamente»

Días después la habitación de Camila estaba en su modo habitual: luces cálidas, una taza de café medio vacía, y Sofía sentada en la cama con el celular en modo grabación. Camila, en pijama y con una mascarilla de pepino en la frente, hablaba como si estuviera dando una clase magistral sobre citas fallidas.

—¿Tú te acuerdas del tipo, ese que me llevó al cafetín de Los Palos Grandes, aquella vez que viajamos a Caracas? —dijo Camila, mirando a la cámara con expresión de “prepárense para esto”.

Sofía soltó una carcajada detrás del lente.

—¡Claro que me acuerdo! El que te recitaba a Benedetti como si estuviera en un recital de poesía y tú solo querías comer.

—Exacto. El tipo me miraba con ojos de “eres mi musa” y me decía: “No te salves, no te quedes inmóvil al borde del camino…” —Camila imitó su tono dramático, con una mano en el pecho—. Y yo, con el estómago sonando como tambor de San Juan, tuve que interrumpirlo para pedir una empanada de pabellón, porque el hambre me mataba.

Sofía se dobló de la risa.

—¡Y lo peor es que el mesonero te preguntó si querías guasacaca y tú dijiste “sí, pero sin poesía, por favor”!

Camila se encogió de hombros, mirando a la cámara con cara de “yo no tengo la culpa”.

—Mira, yo respeto a Benedetti, pero si tú me invitas a comer y me das versos en vez de carne mechada, estamos mal. El amor no se construye con metáforas cuando hay hambre.

Sofía detuvo la grabación, editaron el video y luego lo subió a redes con el título:

“Camila y el poeta del pabellón: una historia de amor no correspondido (por el menú)”

Y minutos después…

El video explotó. Comentarios, likes, reposts. La gente no solo se reía, sino que empezaron a compartir sus propias citas fallidas con el hashtag #PabellónAntesQuePasión.

> “Yo también salí con un tipo que me recitaba Neruda mientras yo pensaba en las tajadas.”

> “Camila tiene razón. El pabellón es el verdadero lenguaje del amor.”

> “Si no me lleva a comer empanada de pabellón, no es amor. Es teatro.”

Incluso una cuenta de comida venezolana compartió el video con la frase:

“En momentos románticos, el pabellón tiene que estar presente. Confirmamos.”




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.