Camila se quedó mirando el celular como quien acaba de recibir una citación judicial. El mensaje de Leonardo era claro: él viajaría a Barquisimeto.
El corazón le dio un brinco, pero su cara seguía en modo “no me importa”. Aunque por dentro, estaba más nerviosa que cuando se montó en el Transbarca y el chofer dijo que no tenía cambio.
Se levantó de golpe, caminó por la habitación como tigra enjaulada y murmuró:
—¿Qué hago ahora? ¿Qué digo? ¿Y si me ridiculiza? ¿Y si me hace quedar como una loca que odia todo?
Sofía, que estaba sentada en el borde de la cama comiéndose una mandarina, la miró con calma de filósofa oriental.
—Ajá, ¿y si te hace quedar como la reina de las frases ácidas? Eso es lo que tú eres, Camila. La gente te sigue porque dices lo que nadie se atreve.
Camila se dejó caer en la silla, con las manos en la cara.
—No quiero que me vea nerviosa. Yo tengo que entrar a esa entrevista como si fuera la presidenta del club anti-match.
Sofía se levantó de un brinco.
—¡Exacto! Vamos a ensayar. Yo soy Leonardo, el CEO caraqueño con traje italiano. Tú eres Camila, la anti-romántica de Barquisimeto. Dale, suéltame una frase.
Camila respiró hondo, se acomodó el cabello y dijo con voz firme:
—El amor moderno es como el Wi-Fi de Cantv: cuando más lo necesitas, se cae.
Sofía aplaudió.
—¡Eso! Eso es oro puro. Dale otra.
Camila pensó un segundo y soltó:
—Si tu app me empareja con otro poeta de Benedetti, te demando por daños emocionales.
Sofía se dobló de la risa, casi se atraganta con la mandarina.
—¡Perfecto! Esa la tienes que usar.
Camila empezó a reír también, aunque todavía sentía el nudo en el estómago.
—¿Y si me pongo muy agresiva? Es que...
—No vale, tú lo que tienes es que ser tú. Ácida, pero graciosa. Que la gente diga: “Camila no cree en el amor, pero me hace reír más que un meme de Barquisimeto.”
Camila asintió, aunque todavía dudaba.
—Está bien. Pero ahora necesito el outfit. No puedo ir vestida como si fuera a comprar harina Pan en el abasto.
Sofía abrió el clóset y empezó a sacar ropa como si estuviera en un desfile improvisado.
—Mira, opción uno: jeans ajustados, franela negra con la frase “No creo en el amor” y chaqueta. Eso es muy tú.
Camila hizo una mueca.
—Demasiado obvio.
—Opción dos: vestido rojo, porque nada dice “anti-romántica” como usar el color del amor para burlarte de él.
Camila se miró en el espejo, dudando.
—Eso puede funcionar… pero me vería como si fuera a una cita, y esto es una entrevista.
Sofía sonrió con picardía.
—¿Y qué tal si es las dos cosas?
Camila le lanzó una almohada.
—¡No digas eso! ¡Estas loca!
Finalmente, Sofía sacó una tercera opción: pantalón palazzo beige, blusa blanca con mangas sueltas y unos zarcillos grandes que parecían abanicos.
—Este es el look “seria pero con chispa”. Ni muy formal, ni muy casual. Perfecto para que el caraqueño piense que aquí en Barquisimeto también sabemos de estilo.
Camila se probó el conjunto y se miró en el espejo. Por primera vez en todo el día, sonrió.
—Está bien. Este es el outfit.
Sofía levantó el celular y grabó un clip improvisado:
—Señoras y señores, la anti-romántica se prepara para recibir al CEO del amor. Outfit listo, frases ácidas ensayadas. Que tiemble Caracas, porque Barquisimeto tiene reina.
Camila se tapó la cara, riéndose.
—Eres insoportable.
—Y tú estás nerviosa. Pero tranquila, amiga. El algoritmo no sabe con quién se está metiendo.
Camila se dejó caer en la cama, mirando el techo. El corazón todavía le latía rápido, pero ahora había una mezcla extraña: miedo, emoción y curiosidad.
—Esto no es amor —susurró—. Esto es un reto.
Sofía se acostó a su lado, con la mandarina en la mano.
—Bueno, que sea lo que sea. Pero que nos deje buen contenido.
Ambas rieron. Y en ese momento, Barquisimeto parecía más vivo que nunca.
Mientras tanto en Caracas, Leonardo cerró la laptop con calma, como quien ya tomó una decisión que no tiene vuelta atrás. El viaje estaba confirmado. No sería una reunión más de negocios, ni una campaña más para levantar métricas: esta vez, el reto tenía nombre y apellido.
En el estacionamiento privado, su auto esperaba: un sedán negro de lujo, de esos que parecían sacados de una revista de millonarios. El brillo de la carrocería reflejaba el sol caraqueño, y Óscar, con su estilo relajado, ya estaba acomodado en el asiento trasero con una bolsa de golfeados y un periódico doblado bajo el brazo.
—¡Esto sí es vida, sobrino! —exclamó Óscar, mientras abría la bolsa y el olor dulce llenaba el carro—. Viajar en carro de lujo, con aire acondicionado que no se daña, y rumbo a Barquisimeto. ¿Qué más se puede pedir?
Leonardo sonrió, ajustando el reloj en su muñeca.
—Se puede pedir que no me dejes migas de golfeado tío en los asientos, por favor.
Óscar levantó las manos en señal de inocencia.
—Tranquilo, sobrino. Yo soy cuidadoso. Además, ¿qué es un viaje sin golfeados? Eso es como un romance sin arepas.
En el asiento del copiloto, Tomás Rivas, el programador estrella y mano derecha de Leonardo, revisaba su tablet. Sus lentes reflejaban las gráficas de descargas y engagement de la app.
—Leo, ya confirmé todo con “La Dani” Salazar. Ella está emocionada con la entrevista. Dice que será el episodio más escuchado de su podcast de citas. Y ya reservé el espacio en el hotel. Todo está listo.
Leonardo asintió, mientras arrancaba el auto y se incorporaba a la autopista.
—Perfecto. Quiero que todo esté impecable. La Dani tiene influencia, y si logramos que Camila acepte la entrevista en ese formato, será un golpe maestro.
Óscar se inclinó hacia adelante, con picardía.
—Ajá, pero dime la verdad, sobrino. ¿Esto es por la campaña… o por la muchacha?
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Editado: 25.11.2025