Influencer por accidente. La anti-romantica.

Colapso de app.

Las cámaras estaban encendidas, los micrófonos listos y la audiencia expectante. Daniela “La Dani” Salazar sonreía como quien sabe que está a punto de capturar el clip más viral del mes.

Camila, con el celular en la mano, respiró hondo. El reto era claro: abrir una cuenta en MiMore frente a todos, pero con su verdadera identidad. Lisandro sabía que posiblemente tendría una, porque una vez uno de sus fans se lo había propuesto.

—Bueno, aquí está —dijo con voz firme, mostrando la pantalla—. La anti-romántica también sabe instalar apps.

Sofía, detrás de ella, grababa cada movimiento con su celular. Camila, con esa mezcla de nervios y picardía, se demostró a si misma sus habilidades: cerró a tiempo la sesión de la cuenta de “Valery Gatita” nadie podía saber que era ella y luego desinstaló la app y la volvió a instalar en segundos. Todo con la seguridad de quien sabe que la tecnología no la intimida.

—Listo. Cuenta nueva, cero filtros, cero romanticismo —dijo, levantando el celular como si fuera un trofeo.

Las cámaras captaron su sonrisa confiada. Camila se mostraba segura, convencida de que ganaría el reto. Pero todos sabían lo que estaba en juego: si fallaba, tendría que hacer una disculpa pública por cada comentario ácido que había lanzado contra MiMore y si ganaba, ya recibiría un premio.

Leonardo, sentado frente a ella, la observaba con calma. No había enojo en su mirada, sino algo más: curiosidad, reto, y esa chispa que se encendía cada vez que ella hablaba.

—Perfecto —dijo él, con voz firme—. Ahora empieza el verdadero desafío.

Camila arqueó una ceja, desafiante.

—Prepárate para tu derrota pública, CEO.

La Dani sonrió, sabiendo que tenía oro puro para su podcast.

La entrevista terminó con aplausos y risas. Camila se levantó, lista para irse, cuando Leonardo se acercó.

—Camila, Sofía… me gustaría invitarlas a cenar.

Camila abrió la boca para rechazar de inmediato.

—No, gracias. No necesito cenas de cortesía.

Pero Sofía saltó antes de que pudiera terminar.

—¡Aceptamos! —dijo con entusiasmo y luego susurró bajo dandole un codazo a Camila—. Mi querida influencer no va a rechazar semejante oferta.

Camila la miró con ojos de “te voy a matar después”, pero Sofía solo le guiñó un ojo.

—Es un restaurante lujoso, uno de los mejores de la ciudad, al menos eso es lo que me han contado —añadió Leonardo, con esa calma que parecía esconder un plan.

Camila suspiró, resignada.

—Está bien. Pero que quede claro: yo voy por la comida, no por el amor.

Óscar, que había estado observando todo desde un rincón, soltó una carcajada.

—¡Eso es lo que me gusta! Que la chama sea clara. Pero cuidado, sobrino, que las guaras no se conquistan con algoritmos, sino con arepas bien rellenas.

Leonardo sonrió, mientras Tomás Rivas revisaba la agenda en su tablet. Todo estaba listo.

Todos se fueron en el auto de Leonardo, el lugar era un lujo: mesas de mármol, copas brillantes, música suave de fondo. Camila entró con paso firme, aunque por dentro sentía que estaba en un escenario más peligroso que cualquier cita fallida. Sofía, emocionada, grababa clips discretos para sus historias.

Un mesero las recibió con cortesía, guiándolas a la mesa reservada. El ambiente estaba cargado de tensión invisible. Leonardo y Camila caminaban casi que juntos. No había contacto físico, pero cada mirada era un reto, cada palabra un juego.

Camila, fiel a su estilo, no tardó en soltar la primera broma:

—Espero que el menú no tenga “match del día”.

Leonardo rió suavemente.

—No, pero si lo tuviera, seguro sería con pabellón.

Camila lo miró, sorprendida por la respuesta. Sofía, detrás de su celular, murmuró:

—Esto se está poniendo bueno.

La cena comenzó. Entre platos exquisitos y frases ácidas, la tensión creció. No era amor todavía, pero era algo. Algo que ninguno de los dos podía negar.

Pero la cena apenas había comenzado cuando el celular de Camila empezó a vibrar. Primero un “ping” tímido, luego otro, y de repente una avalancha de notificaciones que no paraban. El aparato parecía poseído.

—¡Naguara! ¿Qué es esto? —murmuró, mirando la pantalla que se llenaba de mensajes.

Sofía, emocionada, se inclinó sobre la mesa.

—¡Es la app! ¡Mimore está explotando!

Camila abrió la aplicación y se quedó helada. Miles de solicitudes de hombres queriendo salir con ella. Mensajes que iban desde lo cursi hasta lo ridículamente gracioso:

> “Camila, yo también odio el amor, pero contigo haría la excepción.”
> “Si me aceptas, te invito a una arepa de pabellón con guasacaca.”
> “No soy poeta, pero sé freír tajadas.”

El celular vibraba tanto que parecía un tambor de tamunangue.

—¡Esto no puede ser! —exclamó Camila, con los ojos abiertos como platos—. ¿De dónde salió tanta gente? ¿No se supone que la mayoría solo habla mal del amor? ¿por que querrán salir conmigo?

Sofía se doblaba de la risa.

—Ajá, pero es que ahora todos quieren ser el héroe que conquiste a la anti-romántica. ¡Esto es mejor que un reality show!

Mientras tanto, Leonardo revisaba su propio dispositivo. Tomás Rivas, con su tablet en mano, le mostraba las estadísticas en tiempo real.

—Leo, mira esto. En menos de una hora, las descargas aumentaron de manera exponencial. El tráfico es tan alto que los servidores están al borde del colapso.

Leonardo sonrió, satisfecho.

—Sabía que ella tenía impacto, pero esto… esto es histórico.

Óscar, con su copa de vino, intervino con humor.

—¡Esto es más grande que cuando subieron el pasaje en Caracas! Sobrino, tu app está más caliente que una arepa recién salida del budare.

Leonardo asintió, sin quitar la mirada de Camila. Ella, al otro lado de la mesa, seguía perpleja, intentando procesar lo que estaba ocurriendo.




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