Influencer por accidente. La anti-romantica.

Citas.

Leonardo había tomado su decisión: quedarse en Barquisimeto, porque eso no sería un viaje de paso, ni una visita rápida. Quería supervisar personalmente que todas las citas de Camila se efectuaran, pero había algo más que lo hacía quedarse.

Camila lo miró con incredulidad, mientras se ajustaba los zarcillos frente al espejo del auto.,

—¿Y eso? ¿Es que tienes miedo de perder? —preguntó con tono burlón, cruzando los brazos.

Leonardo, impecable como siempre, respondió con calma:

—No es miedo. Es que me gusta ver que las cosas se lleven a cabo. Los proyectos, los retos… y este reto en particular.

Camila rodó los ojos, aunque por dentro sentía esa mezcla incómoda de reto y curiosidad.

Mientras tanto, los días empezaron a pasar y en su celular, Camila seguía usando la cuenta de Valery Gatita para hablar con LeoTehc. No sabía quién era realmente, porque jamás encontró alguna pista, salvo las iniciales que concordaban con las del Ceo, pero cada vez esperaba sus mensajes con más ansias. Era como una necesidad.

Las conversaciones no eran románticas ni profundas: hablaban de cosas cotidianas. El clima, la comida, las colas interminables en los supermercados, los memes del día. Pero en esa sencillez había algo que la atrapaba.

—Es raro —pensó Camila, mientras escribía—. A pesar del tiempo que llevamos chateando. No me habla de amor, no me habla de matches. Solo… conversa. Y yo espero cada mensaje como si fuera un café en la mañana.

Sofía, que la observaba desde la cama, no pudo evitar reír.

—Ajá, y tú que decías que no necesitabas nada. Mira cómo estás, pendiente de un chat como si fuera novela turca.

Camila la fulminó con la mirada.

—No es nada. Es solo… cotidiano, raro pero común.

Pero sabía que no era tan simple.

Al día siguiente tuvo que prepararse para la primera cita oficial que llegó. Camila la aceptó más por desgana que por verdadero interés. El elegido era un influencer fitness, dueño de un gimnasio en la ciudad. Su propuesta: hacer crossfit en el Parque del Este.

—¿Crossfit? —murmuró Camila, mirando el mensaje—. ¿Quién cree que el amor se construye con abdominales?

Sofía la animó, grabando todo para sus seguidores.

—Dale, amiga. Esto es contenido. Si te desmayas, mínimo nos hacemos virales.

Camila llegó al parque con ropa deportiva improvisada, más nerviosa que emocionada. El influencer la recibió con una sonrisa perfecta y músculos que parecían tallados en mármol.

—¡Vamos! —dijo él, entusiasta—. El amor es disciplina, esfuerzo y sudor.

Camila lo siguió, intentando mantener el ritmo. Burpees, sentadillas, saltos. A los diez minutos, ya sentía que sus piernas eran de plomo. A los veinte, un dolor agudo la atravesó.

—¡Ay! —gritó, llevándose la mano a la espalda—. ¡Esto no es amor, esto es tortura!

El influencer intentó ayudarla, pero Sofía ya estaba grabando el momento. Camila, entre risas y dolor, miró directo a la cámara y gritó:

—¡El amor no es abdominales!

El video se subió esa misma tarde y explotó en redes. Los comentarios eran un festival de risas y solidaridad:

> “Camila tiene razón, el amor no se mide en repeticiones.”
> “Prefiero un pabellón antes que un burpee.”
> “¡Embajadora del anti-match, te amamos!”

Mientras tanto en el hotel, Leonardo observaba las estadísticas junto a Tomás. La cantidad de descargas de MiMore seguía aumentando. Cada video de Camila era gasolina para el algoritmo. Despues de todo, esa entrevista no fue una mala idea y mucho menos improvisar un reto que no había planeado.

—Leonardo, esto es impresionante —dijo Tomás, mostrando las gráficas—. En menos de un día, la app ha duplicado usuarios activos.

Leonardo sonrió, mirando la pantalla.

—Ella cree que está ganando el reto. Pero lo que no sabe es que ya está cambiando las reglas del juego.

Óscar, sentado con su café, intervino con humor:

—Bueno, sobrino, si el amor no es abdominales… entonces mínimo que sea arepas con queso de mano.

Leonardo rió suavemente, pero su mirada seguía fija en Camila. En su voz, en su ironía, en esa energía que parecía desafiarlo a cada instante.

El reto apenas comenzaba.
Y ninguno de los dos estaba dispuesto a perder.

Y así la agenda de citas de Camila seguía como un reality show improvisado. Leonardo, fiel a su palabra, se quedó en Barquisimeto para supervisar cada encuentro. Camila lo miraba con ironía cada vez que aparecía cerca.

—No te preocupes tanto, ya sabemos quién ganará, o sea yo —le dijo Camila mientras salia de una nueva cita fallida.

—No te preocupes, aún quedan citas, quizás una de ellas se encuentra, la indicada para ti.

Camila rodó los ojos, pero por dentro sentía que esa seguridad la descolocaba.

La siguiente cita fue un verdadero espectáculo criollo. El candidato era un tipo que se autodenominaba “coach espiritual gastronómico”. Su propuesta: llevarla a un restaurante de comida rápida y leerle su carta astral mientras pedían hamburguesas.

—Mira, Camila, tu mes me dice que el amor te llegará con salsa tártara —dijo él, mientras sacaba un cuaderno lleno de dibujos de constelaciones.

Camila lo miró con cara de “¿qué hago yo aquí, si no creo en estas cosas? ”.

—Ajá, ¿y si soy ascendente pabellón? —preguntó con sarcasmo.

El tipo, muy serio, respondió:

—Eso significa que tu alma busca equilibrio entre la carne mechada y las tajadas.

Sofía, que estaba grabando desde lejos, casi se cae de la silla de la risa. El video terminó con Camila diciendo frente a la cámara:

—¡El amor no es salsa tártara!

El clip se volvió viral en minutos, con comentarios como:

> “Camila tiene razón, el amor no se lee en la carta astral de una hamburguesa.”

> “Ascendente pabellón es mi nuevo estado de WhatsApp.”

Después del desastre gastronómico, llegó otra cita. Esta vez, un chico tímido, gamer declarado, que la invitó a jugar Mario Kart en una sala de videojuegos. Camila aceptó con desgana, pensando que sería otra pérdida de tiempo.




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