Leonardo estaba sentado en el lounge del hotel, con un café negro intacto frente a él. La mente no le daba tregua. Cada vez que recordaba la cita de Camila con el gamer tímido, algo se revolvía dentro de él. No era enojo, no era frustración… era otra cosa. Una especie de celos que no entendía.
La imagen de Camila riendo, con el control en la mano, celebrando cada victoria en Mario Kart, lo perseguía como un eco. Esa risa no era la misma que usaba para burlarse de las citas absurdas. Era genuina, ligera, como si por un momento hubiera olvidado que era la “anti-romántica”.
Leonardo se pasó la mano por el cabello, incómodo.
—¿Qué me pasa? —murmuró para sí mismo—. No debería importarme. Es solo parte del reto.
Pero sabía que no era solo eso. Cada vez que estaba cerca de ella, sentía una tensión que no podía explicar. No era amor, no era atracción simple. Era como si Camila lo desarmara con su ironía, con su autenticidad, con esa manera de desafiarlo sin miedo.
En medio de sus pensamientos, apareció Tomás Rivas, con su inseparable tablet en la mano.
—Leonardo, tenemos un problema —dijo, sentándose frente a él—. He estado investigando quién es “Valery Gatita”, pero aún no logro nada concluyente. Sin embargo… tengo una sospecha.
Leonardo levantó la mirada, serio.
—¿Cuál?
Tomás bajó la voz, como si compartiera un secreto.
—Creo que podría ser Camila.
Leonardo no respondió de inmediato. Solo asintió lentamente, como si esa idea ya hubiera estado rondando en su cabeza.
—Yo también lo pienso —dijo al fin—. Hay algo en cómo se expresa Valery… esa mezcla de sarcasmo y sinceridad. Es muy parecido a Camila.
Tomás lo miró con atención.
—¿Y si es ella? ¿Qué harás?
Leonardo se quedó en silencio unos segundos, mirando por la ventana hacia las luces de Barquisimeto. El Ávila no estaba allí, pero la ciudad tenía su propio ritmo, su propia energía.
—No lo sé —respondió con voz baja—. Pero cada vez que hablo con Valery, siento lo mismo que cuando estoy cerca de Camila. Esa… conexión.
Tomás asintió, guardando la tablet.
—Entonces quizás ya tienes tu respuesta.
Leonardo se recostó en la silla, pensativo. El reto seguía en pie, las citas continuaban, la campaña crecía. Pero ahora había algo más: una sospecha que lo acercaba aún más a ella.
Y unos celos silenciosos que no podía controlar.
Mientras tanto Camila cerró la puerta del cuarto con fuerza. El celular vibraba en la mesa, lleno de notificaciones, pero ella lo ignoró. Se dejó caer en la cama, con el rostro cansado, como si todo el peso del mundo estuviera encima.
Sofía entró detrás de ella, aún con el celular en la mano, lista para grabar cualquier reacción.
—Amiga, esto está explotando. El video del gamer ya tiene más de medio millón de vistas. ¡Somos tendencia!
Camila se levantó de golpe, con los ojos encendidos.
—¡Ya basta, Sofía! —le reclamó, con voz firme—. Deja de grabar todo. Estoy cansada de este drama. ¿No entiendes? Mi vida dio un giro que yo no pedí. Antes tenía una vida tranquila, podía reírme sin que nadie me juzgara. Ahora todos esperan que yo sea la anti-romántica, la que nunca se ríe, la que siempre tiene una frase ácida. ¡Ni siquiera puedo disfrutar un estúpido juego sin que me digan que me estoy enamorando!
Sofía bajó el celular, sorprendida por la explosión de su amiga. Se quedó en silencio unos segundos, hasta que recordó la encuesta que había hecho en Instagram.
—Camila… —dijo con voz baja—. Yo sé que la embarré. La encuesta fue una tontería. Puse “¿Camila se está enamorando?” y las opciones eran “Sí / Obvio / Ya cayó”. No pensé en lo que estabas sintiendo. Solo pensé que era divertido, que la gente quería ver más de ti.
Camila la miró con rabia contenida.
—¿Divertido? ¿Tú crees que es divertido que me conviertan en un meme nacional? Que no pueda ni reírme sin que digan que estoy cayendo. ¡Yo no soy un show, Sofía!
Sofía se acercó, con los ojos brillando de arrepentimiento.
—Perdóname. De verdad. Yo solo pensé que estabas feliz mostrando lo que sabes del anti-amor. Nunca me detuve a pensar en todo lo que estabas afrontando.
Camila respiró hondo, tratando de calmarse. Se pasó la mano por el cabello y cerró los ojos.
—Basta, Sofía. Ya no quiero más cámaras, ni más encuestas, ni más drama. Si voy a enfrentar este reto, lo haré a mi manera. Pero necesito que me apoyes, no que me expongas.
Sofía asintió, bajando la mirada. Guardó el celular en el bolsillo y se sentó a su lado.
—Está bien. Te prometo que voy a parar. No más grabaciones sin tu permiso.
Camila abrió los ojos y la miró, todavía con dolor en la voz.
—Gracias. Porque si sigo así, voy a terminar odiando no solo el amor… sino también todo esto.
El silencio llenó la habitación. Afuera, Barquisimeto seguía con su bullicio, pero dentro, Camila y Sofía se enfrentaban a la realidad: la fama no era solo risas y likes. Era presión, era juicio, era perder la tranquilidad que alguna vez tuvieron.
Minutos después el silencio fue interrumpido por el sonido de la puerta cuando se cerró con un golpe suave. Sofía se había ido, dejando a Camila sola en la casa. El silencio era tan pesado que parecía llenar cada rincón. Camila se dejó caer en el sofá, abrazando un cojín como si fuera un salvavidas.
Su mente era un torbellino. Todo por una risa. Una risa inocente en un juego con un chico tímido, y ahora medio país pensaba que estaba enamorada. El título de “anti-romántica” se le había convertido en una cárcel. Ya no podía ser simplemente Camila. Tenía que ser el personaje, la voz ácida, la que nunca se deja tocar por el amor.
—¿Qué hago con todo esto? —susurró, mirando el celular que vibraba con notificaciones.
Decidió escribirle a Leonardo. El reto seguía, y tenía que demostrar que no había caído.
> Leonardo, anuncia la próxima cita. Esta también falló.
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Editado: 25.11.2025