Influencer por accidente. La anti-romantica.

Tres citas.

La primera de las cuatro citas que Leonardo había pactado llegó más rápido de lo esperado. Camila, aún con la resaca emocional de todo lo que había pasado, se presentó con desgana. Pero apenas vio al candidato, se quedó helada: era un ex de Sofía.

—¿Tú? —dijo Camila, con los ojos abiertos como platos.

—¿Tú? —respondió él, igual de sorprendido.

El silencio fue incómodo, hasta que él se levantó de la mesa.

—Lo siento, pero... pensé que no eras la amiga de Sofía.

—No puedo. Esto sería un desastre —dijo Camila reaccionando—. Obviamente que no saldría contigo ni a la esquina.

Luego Camila, con su sarcasmo intacto, grabó un video después de la cita:

—Ni con un toro que mete más cacho que un becerro en feria me voy yo pa’ algún lado.

La frase se volvió viral. Los comentarios explotaron con risas y memes, y Sofía, al ver el video, solo pudo taparse la cara de la vergüenza.

—¿Como es que no te diste cuenta que era el parásito?

—Leonardo los seleccionó —Camila se encogió de hombros—. Pero, según el parásito, no me reconoció en la app por mi foto.

—Es que sinceramente, ¡Hombre no es gente amiga! —exclamó Sofía algo irritada.

La segunda cita fue aún más surrealista. El candidato era un hombre con más labia que político en campaña. Desde que se sentaron, no dejó de hablar sobre promesas, frases bonitas, discursos que le parecían interminables.

—Camila, contigo yo construiría un futuro brillante, lleno de oportunidades, donde cada día sería mejor que el anterior…

Camila lo miraba con cara de aburrimiento, pensando que estaba en una rueda de prensa más que en una cita. Apenas tuvo oportunidad, se levantó con rapidez.

—Gracias, pero yo no vine a escuchar un mitin.

Salió huyendo, y Sofía, que la esperaba afuera, no pudo contener la risa.

—Amiga, ese tenía más labia que un candidato en elecciones. ¡Que Dios me libre de caer en algo así!

Camila solo rodó los ojos.

—Y yo no vine a votar. Ni que fueran elecciones de don cupido.

La tercera cita fue una sorpresa. El candidato era nada más y nada menos que Yorman Gutiérrez, el chico del delivery. Camila lo conocía bien: era simpático, algo chismoso, y siempre aparecía en el momento menos indicado con una bolsa de comida rápida en la mano.

—¡Camila! —dijo Yorman, emocionado—. No puedo creer que me hayas aceptado una salida.

Ella sonrió, porque en el fondo le caía bien. Habían compartido más de una conversación casual en la puerta de su casa, entre hamburguesas y pizzas.

La cita fue sencilla, sin pretensiones. Hablaron de cosas cotidianas, de los pedidos más raros que Yorman había entregado, de las veces que había tenido que correr bajo la lluvia para no mojar la comida. La química era buena, pero no pasaba de lo amistoso.

—Mira, yo sé que esto no es romántico, porque no te veo así, pero es que desde que te volviste famosa, es casi imposible no verte —dijo Yorman, sincero—. Pero si quieres, te invito a dar un paseo por Las Trinitarias. Aunque sea pa’ despejar la mente.

Camila lo miró con una sonrisa.

—Eso sí me parece un buen plan.

No había amor, no había tensión, pero sí un respiro. Y en medio de tantas citas fallidas, ese paseo prometía ser al menos un momento de calma.

Pero las noches se habían convertido en un ritual para Camila. Porque bajo el nombre de Valery Gatita, esperaba los mensajes de LeoTech como quien espera un café caliente en la madrugada. Eran conversaciones cotidianas, ligeras, pero cada vez más frecuentes, y algo más necesarias de lo que deberían ser.

Esa noche, sin embargo, algo cambió.

LeoTech escribió:
—Creo que estoy enamorado de una chica. Es mi amiga… y temo romper lo que hay entre nosotros.

El corazón de Camila dio un vuelco. Sintió un vacío en el estómago, como si el aire se le escapara. Era obvio que esa chica no era ella.

Camila respondió con rapidez, intentando sonar tranquila:

—Eso está genial. Seguro debe ser una chica buena, para que llame tu atención.

Pero al enviar el mensaje, se quedó mirando la pantalla, sin ideas de qué más decir. Una parte de ella se rompía, aunque no quería admitirlo.

LeoTech insistió y envió otro mensaje.

—No sé cómo hacerlo. Como decirle que siento algo por ella ¿Qué me aconsejas?

Camila respiró hondo, sus dedos temblaban sobre el teclado.

—No debes temer. Lo mejor es ser sincero. Si de verdad sientes algo, dilo. Y si ella corresponde, felicidades, has ganado una partida en el amor.

Intentó cambiar el tema, desviando la conversación hacia cualquier cosa, pero LeoTech no la dejó escapar.

—Por favor, dame consejos. No sé cómo acercarme.

Camila cerró los ojos, pensando en todas las veces que había aconsejado a otros y en cómo ahora esas palabras le pesaban más que nunca.

—Sé honesto. No uses frases bonitas ni discursos genéricos, no se si me hago entender. Solo dile lo que sientes. A veces lo simple es lo más fuerte. Y dejar que el corazón hable.

Hubo un silencio digital. La pantalla quedó quieta unos segundos, hasta que apareció un nuevo mensaje.

LeoTech:
—Quiero conocerte. ¿Por qué no nos vemos? Así los consejos me los das en persona y quizás si algo llega a pasar entre mi amiga y yo, seas la madrina de mi boda.

Camila se quedó inmóvil. Sus ojos recorrieron esas palabras una y otra vez. El corazón le latía tan fuerte que parecía que iba a romper el silencio de la habitación.

Camila:
—¿Conocerme?

LeoTech:

—Sí. Hemos hablado tanto… siento que ya te conozco, pero quiero verte, en persona. No quiero que me envíes foto ni yo de mí. Que nos conozcamos en persona. Estoy seguro que pasaré un rato agradable contigo.

Camila mordió su labio, dudando. Una parte de ella gritaba que era Leonardo. La manera en que se expresaba, las pausas, la mezcla de lógica y emoción. Todo coincidía. Pero no estaba segura.




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