Influencer por accidente. La anti-romantica.

Laberinto de amor.

Sofía estaba sentada en la cama, mirando a su amiga caminar de un lado a otro por la habitación. Camila llevaba puesta su típica pijama de Piolín, pantuflas de Piolín y abrazaba un peluche mediano del mismo personaje como si fuera un escudo contra el mundo.

Sofía quería reír, porque la escena era digna de un sketch, pero se contuvo. Sabía que Camila estaba en un dilema que no tenía nada de gracioso.

—Amiga, pareces un ratón atrapado en un laberinto del amor sin salida —dijo Sofía, tratando de suavizar el ambiente.

Camila se detuvo, apretó el peluche contra su pecho y suspiró.

—Es que lo es, Sofía. No sé qué hacer. Si LeoTech es Leonardo Méndez… entonces todo esto es peor.

Sofía arqueó una ceja, intentando ver el lado positivo.

—Bueno, si es el mismo hombre, te has ganado el cielo con semejante creación. O sea, ¿qué más quieres? Un tipo que diseña una app para conectar corazones y que encima se conecta contigo. Eso es como ganarse el Kino Táchira.

Camila rodó los ojos, aunque no pudo evitar sonreír un poco.

—No lo entiendes. Si es él, me va a odiar por haberle mentido. Yo me escondí detrás de Valery Gatita, y ahora… ahora siento que me enamoré de LeoTech.

Sofía se inclinó hacia adelante, con tono serio.

—¿Y qué tiene de malo? El corazón no pregunta quién está detrás de la pantalla. Solo siente.

Camila se dejó caer en la cama, aún abrazando al peluche.

—Pero si es Leonardo, yo pierdo. Pierdo el reto, pierdo la credibilidad, y peor… pierdo lo que siento.

Sofía la miró con ternura.

—O capaz ganas. Porque si es él, entonces todo esto no fue un error, sino destino.

Camila cerró los ojos, como si quisiera escapar de sus propios pensamientos. El peluche de Piolín parecía mirarla con ironía, como si supiera que estaba atrapada en un juego que no podía controlar.

—Yo no creo en el destino, Sofía. Pero sí sé que estoy metida en un problema.

El silencio llenó la habitación. Afuera, la ciudad seguía con su bullicio, pero dentro, Camila estaba atrapada en su propio laberinto del amor.

Camila se dejó caer en la cama, aún con su pijama de Piolín y el peluche apretado contra el pecho. Miró a Sofía con ojos cansados.

—Él me dijo que está enamorado de una chica… de su amiga. Así que ya por ahí también sería una pérdida.

Sofía no pudo evitar reírse, aunque trató de contenerse.

—¡Camila, basta de ver novelas! Deja de pensar en cosas que no sabes si van a suceder. Al final la app MiMore cumplió su rol: emparejar a dos almas. Y si de verdad estuviera enamorado de una “amiga”, no hubiera abierto una cuenta.

Camila frunció el ceño, dudando.

—¿Y si es cierto? ¿Y si no soy yo? ¿por que me diría eso?

Sofía se acercó, con esa seguridad que la caracterizaba.

—Yo más bien pienso que es una táctica para que al fin se vean. Mira, amiga, el armagedón no va a venir solo porque estés paralizada de miedo por cosas del amor. La vida es una sola, hay que gozarla.

Camila la miró, queriendo creer lo que decía. Sofía, como buena community manager, sabía lo que las redes podían hacer. Por un momento lo había olvidado, pero ahora estaba decidida a darle apoyo a su amiga para que no se desmoronara ni le temiera a la exposición.

Le puso el celular en la mano.

—Escribe la respuesta. Hazlo antes de que llegue el día de tu cuarta cita.

Camila dudó, pero el brillo en los ojos de Sofía la convenció.

En ese momento, la puerta se abrió y entró Maritza, la madre de Camila, con una bandeja de bebidas de chocolate y pan recién hecho. El aroma llenó la habitación.

—Aquí tienen, mis niñas —dijo con una sonrisa pícara. Miró a su hija y añadió— Ese muchacho tiene cara de angel con ascendente a amor verdadero.

Camila se sonrojó, mientras Sofía soltaba una carcajada.

—¿Ves? Hasta tu mamá lo dice.

Camila respiró hondo, tomó el celular y escribió despacio.

> Está bien. Nos vemos en persona.

Al enviar el mensaje, sintió que el corazón le daba un salto. Era como abrir una puerta que había estado cerrada demasiado tiempo.

Sofía la abrazó, Maritza le pasó el pan con chocolate, y por primera vez en mucho tiempo, Camila sintió que no estaba sola en ese laberinto del amor.

Sofía se separó de ella para disfrutar de esa exquisita merienda mientras que Camila se quedó mirando la pantalla del celular después de enviar el mensaje. El corazón le latía tan fuerte que parecía que se le iba a salir por la boca.

Luego Sofía, sentada a su lado, la observaba con una mezcla de orgullo y picardía.

—¿Ves? No pasó nada. El mundo sigue girando, el chocolate sigue estando rico y Piolín sigue siendo amarillo —dijo Sofía, tratando de romper la tensión.

Camila soltó una risa nerviosa, abrazando su peluche.

—No sé, Sofía. Siento que acabo de abrir una puerta que no sé si quiero cruzar.

Sofía le dio un golpecito en el brazo.

—Amiga, basta de dramas. Tú misma dijiste que el amor no era para ti, pero mírate ahora, paralizada por un mensaje. Eso ya dice mucho.

En ese momento, Maritza entró con otra bandeja, le trajo unas arepitas dulces.

—Aquí tienen, para que no se me desmayen de tanto pensar en el amor —dijo con su sonrisa pícara.

Camila la miró con resignación.

—Mamá, ¿tú también?

Maritza se sentó en la orilla de la cama, mirándola con ternura.

—Claro, hija, ya te dije que ese muchacho tiene cara de ascendente a amor verdadero. Y tú, aunque te hagas la dura, ya estás metida hasta el cuello.

Camila se tapó la cara con el peluche de Piolín, mientras Sofía estallaba en carcajadas.

—¡Ascendente a amor verdadero! Señora Maritza, deberías abrir una cuenta en Instagram.

Maritza se levantó, orgullosa.
—No necesito Instagram, yo leo las caras mejor que cualquier coach emocional.

El ambiente se llenó de risas, pero Camila seguía con el corazón apretado. Sabía que había dado un paso importante. El mensaje estaba enviado, y ahora no había vuelta atrás.




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