Influencer por accidente. La anti-romantica.

Sin peluca

Daniela había logrado convencer a Leonardo de que se alojara en su casa durante su estadía en Barquisimeto. No era que necesitara un techo porque el hotel estaba reservado y disponible, pero ella insistió en que sería más divertido compartir con ellos, que así se sentirían menos como unos extraños en la ciudad. Leonardo siempre estaba dispuesto a afianzar lazos amistosos, aceptó encantado.

La casa estaba llena de movimiento. Daniela, con su energía inagotable, se encargaba de todo: la comida, las conversaciones, las risas. Sin embargo, aunque ella parecía tenerle el ojo puesto a Tomás, este no le prestaba la mínima atención.

Tomás estaba demasiado ocupado en sus propios asuntos, revisando documentos, respondiendo correos, y apenas levantaba la mirada cuando Daniela intentaba coquetearle con alguna frase larense. Leonardo observaba la escena con cierta diversión, pensando que la vida tenía sus ironías: Daniela, tan segura de sí misma, no lograba captar la atención de alguien que parecía vivir en otro mundo.

Esa tarde, Leonardo estaba sentado en la mesa junto a su tío Óscar, disfrutando de un dulce típico que Daniela había preparado. El ambiente era cálido, familiar, lleno de pequeñas conversaciones que se cruzaban de un lado a otro. Óscar, con su humor característico, hacía comentarios sobre la comida, exagerando como siempre:

—Este dulce está tan bueno que debería tener su propio canal de televisión.

Leonardo sonrió, pero en ese instante, su celular vibró. Una notificación. El nombre que apareció en la pantalla lo hizo sobresaltarse: Valery.

Su corazón dio un salto. Con rapidez, dejó el dulce a un lado y tomó el celular. Sus manos temblaban ligeramente mientras abría el mensaje.

> Está bien. Nos vemos en persona.

Por un momento, Leonardo se quedó inmóvil, procesando esas palabras. Era como si el mundo se hubiera detenido. La mujer misteriosa, la voz que lo había acompañado en tantas noches de conversación, había aceptado. No era un sueño, no era una ilusión. Era real.

El corazón le latía con fuerza, acelerado como un caballo que corre sin parar en plena carrera. Una mezcla de felicidad y ansiedad lo invadió. Tenía que responder, tenía que hacerlo antes de que ella se arrepintiera.

Con rapidez escribió:

—¿De dónde eres?

La respuesta llegó en cuestión de segundos, como si ella hubiera estado esperando la pregunta.

—Barquisimeto.

Leonardo sonrió, sintiendo que la confirmación era una señal. El destino estaba jugando sus cartas. Él también estaba en Barquisimeto. No había excusas, no había barreras.

—Yo también soy de Barquisimeto —respondió mintiendo un poco sobre su origen y junto a eso envió la fecha y la hora.

No quería esperar. No podía. La cita sería a la mañana siguiente.

Mientras escribía, su mente se llenaba de imágenes. ¿Y si era Camila? ¿Y si todo este tiempo había estado hablando con ella bajo el nombre de Valery Gatita? La manera en que se expresaba, las frases cargadas de sarcasmo, la mezcla de dureza y vulnerabilidad… todo coincidía. Pero aún no tenía pruebas.

Lo único que sabía era que necesitaba verla. Necesitaba asegurarse de que su corazón lo llevaba hacia el verdadero amor.

Óscar lo miró desde el otro lado de la mesa, notando su expresión.

—¿Qué pasó, sobrino? ¿Te ganaste la lotería o qué?

Leonardo levantó la mirada, con una sonrisa que no podía ocultar.

—Algo mejor, tío. Mañana tengo una cita.

Óscar arqueó las cejas, divertido.

—¡Ajá! Con razón dejaste el dulce. Eso sí es serio.

Leonardo volvió a mirar la pantalla del celular. El mensaje de Valery brillaba como una promesa. Mañana sería el día. El día en que descubriría si la mujer detrás de las palabras era la misma que lo había desafiado en la vida real.

El resto de la noche transcurrió entre conversaciones y risas, pero Leonardo apenas podía concentrarse. Su mente estaba en otro lugar, en otro tiempo. En la mañana siguiente.

Cuando finalmente se recostó en la habitación que Daniela le había preparado, se quedó mirando el techo, incapaz de dormir. El corazón seguía acelerado, como si supiera que estaba a punto de enfrentarse a algo que cambiaría su vida.

La noche cayó sobre Barquisimeto y, aunque la ciudad seguía con su bullicio, en la habitación de Camila reinaba un silencio extraño. Ella estaba sentada en la cama, con el celular en la mano, leyendo una y otra vez el mensaje de LeoTech:

—Yo también soy de Barquisimeto.

Camila no podía creerlo. Su corazón se agitaba, pero al mismo tiempo una sombra de tristeza la envolvía.

—No puede ser… —murmuró para sí misma—. Leonardo Méndez es de Caracas y Tech es...

Esa contradicción la atormentaba. Si LeoTech era Leonardo, entonces había mentido. O peor, estaba jugando con ella. Pero si no lo era, ¿por qué sentía esa conexión tan fuerte?

Sofía, que estaba recostada en el sillón con una almohada, la observaba con atención. Conocía demasiado bien a su amiga como para no deducir lo que pasaba por su cabeza.

—Camila, cálmate —dijo con firmeza—. Todo va a salir bien. No te adelantes a los hechos.

Camila levantó la mirada, con los ojos brillando de ansiedad.

—¿Y si no? ¿Y si mañana descubro que todo esto fue un error?

Sofía se levantó y se sentó a su lado.

—Basta de esos pensamientos que no colaboran ni para sacar la basura. Mira, si de verdad es Leonardo, entonces ya tienes la respuesta que buscabas. Y si no lo es, pues igual vas a saber quién está detrás de esa cuenta. Lo importante es que no sigas atrapada en la duda.

Camila suspiró, abrazando su peluche de Piolín como si fuera un escudo.

—No sé qué ponerme mañana.

—¿Qué vas a usar? —preguntó Sofía, con tono práctico.

Camila respondió sin dudar:

—La peluca no me puede faltar, aunque Leonardo ya la conoce.

Sofía abrió los ojos como platos y negó con la cabeza.




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