Influencer por accidente. La anti-romantica.

Match

Leonardo estaba tan nervioso que parecía un adolescente antes de su primer baile. Abría el clóset, sacaba una camisa, la miraba, la dejaba. Probaba con una chaqueta, luego con otra. Caminaba de un lado a otro como si estuviera resolviendo una ecuación imposible.

Óscar, su tío, lo observaba desde el sofá con una sonrisa burlona.

—Mira nada más al cerebrito de la familia, que sabe de algoritmos, de apps, de negocios… y ahorita no sabe ni siquiera que interior ponerse.

Tomás, que estaba revisando unos papeles, levantó la mirada y soltó una carcajada.

—De verdad, Leo, nunca pensé verte así.

Leonardo se pasó la mano por el cabello, frustrado.

—Es que quiero que todo salga bien.

Óscar se levantó y le dio una palmada en el hombro.

—No te angusties tanto, sobrino. Ni que fueras a concursar en Mister Venezuela. Si esa chica es Camila, lo que importa no es la ropa, sino lo que ambos puedan sentir por el otro.

Leonardo respiró hondo, como si esas palabras le devolvieran un poco de calma. Finalmente decidió por algo más casual: jeans, franela y zapatos deportivos. Nada de exageraciones. Quería ser él mismo.

La cita estaba pautada para las 4 de la tarde en Contenedor Plaza, un lugar distinto, lleno de color y vida. Una feria gastronómica con puestos de comida variada, pista de karting incluso tenían un concepto infantil que lo hacía perfecto para crear recuerdos en familia. Leonardo lo había escogido porque quería que ese momento fuera único, no solo para él, sino también para ella.

Camila salió de su casa a la 1 de la tarde, con el corazón latiendo fuerte. Vestía un short jeans corto, zapatos deportivos y una blusa fresca. Había decidido dejar su cabello suelto, y se maquilló con cuidado, resaltando sus ojos. No quería esconderse detrás de una peluca ni de un disfraz. Esta vez sería ella misma.

Leonardo, por su parte, salió de la casa de Daniela dos horas antes. El trayecto se le hizo eterno, cada semáforo parecía una prueba de paciencia.

Cuando Camila llegó, el vigilante la saludó con amabilidad.

—Bienvenida, señorita.

Ella respondió con una sonrisa nerviosa y dio pasos temblorosos hacia la entrada. El lugar estaba tranquilo, apenas cinco mesas ocupadas. El aire olía a comida recién hecha, y en la zona la música que sonaba era una melodía suave que acompañaba el ambiente.

Camila fijó su mirada en un chico sentado de espaldas, observando el escenario donde tocaban. Su corazón dio un salto. ¿Será él?

Pero al mirarlo con más detalle, algo no encajaba. Su espalda no le parecía conocida. Una sensación de tristeza se instaló en su pecho. ¿Y si no es Leonardo? ¿Y si todo esto fue un error?

Justo cuando estaba a punto de avanzar, una voz detrás de ella la detuvo.

—¿ValeryGatita97?

Camila se congeló. El aire se le escapó de los pulmones. Lentamente giró la cabeza y ahí estaba él: Leonardo, no con su típico traje de diseñador.Su mirada fija en ella, con una mezcla de nervios y esperanza.

Camila sintió que el mundo se detenía. El nombre que había usado para esconderse, para protegerse, ahora estaba expuesto en la boca de él.

—¿Eres tú? —preguntó Leonardo, con voz baja pero firme.

Camila tragó saliva, incapaz de responder de inmediato. El corazón le golpeaba el pecho como si quisiera escapar.

El silencio entre ellos era tan intenso que parecía que todo el Contenedor Plaza se había quedado quieto, esperando su respuesta.

Camila volvió a tragar saliva, sus manos temblaban ligeramente mientras asentía. Con un hilo de voz, apenas audible, respondió:

—Sí… yo soy Valery Gatita.

Y, como si quisiera reafirmar lo que hasta ahora había sido un secreto, lo llamó por el nombre que tantas veces había escrito en la pantalla:

—LeoTech.

Leonardo sonrió. Sus ojos brillaban con una felicidad que no podía ocultar. Era como si en ese instante todo el peso de las dudas se desvaneciera.

—Sabía que eras tú —dijo con voz firme, pero cargada de emoción.

Ambos se sentaron en una mesa cercana, el aire cargado de nervios y expectación. Pidieron una bebida, un licor suave que ayudara a romper la tensión. El silencio inicial fue abrumador, como si cada palabra que no se decía pesara más que las que podían pronunciar.

Leonardo, decidido a no dejar que la incomodidad los venciera, rompió el silencio.

—¿Cómo te ha ido en el trabajo?

Camila lo miró sorprendida. Esa pregunta sencilla, cotidiana, era justo lo que necesitaba para respirar. Sonrió con timidez.

—Bien… aunque ya sabes, siempre con mis diseños, mis cosas. A veces siento que vivo más en mis ideas que en la realidad.

La conversación comenzó a fluir. Natural, ligera, como tantas veces lo habían hecho en el chat de MiMore. No había reclamos, no había reproches. Solo esa conexión que parecía crecer con cada palabra.

Camila, animada por la confianza que sentía, se inclinó hacia él.

—¿Y cómo te ha ido con esa amiga? —preguntó, con un tono que mezclaba curiosidad y un poco de sarcasmo, pero era más para poder disipar ese miedo que estaba instalado en su pecho.

En ese momento, llegó la comida que habían pedido: un shawarma guaro. El plato era abundante: 300 gramos de proteína al grill —pollo, lomito, mixto—, acompañado de tocineta, queso mozzarella, queso parmesano Kraft, papas fritas y salsa de ajo. El aroma llenó la mesa, creando un ambiente más cálido, más íntimo.

Leonardo la miró fijamente, con una sonrisa que desarmaba cualquier defensa.

—Esa amiga… eres tú, Valery.

Camila se quedó sin palabras. El corazón le dio un salto, y por un instante no supo cómo reaccionar. Bajó la mirada hacia el shawarma, como si el plato pudiera darle una respuesta.

—Yo… —murmuró, con voz temblorosa—. Yo soy un desastre en el amor.

Leonardo negó con la cabeza, con una firmeza que la sorprendió.

—No, Camila. No eres un desastre. Lo que yo amo de ti es tu autenticidad. Esa manera de hablar, de ser, de no esconder lo que sientes. Eso es lo que me ha hecho enamorarme. Porque más allá de Valery Gatita, tu esencia no puede ser escondida.




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