Influencer por accidente. La anti-romantica.

Tablet

Camila lo miró fijamente, con los ojos brillando de nervios y esperanza. El shawarma seguía intacto sobre la mesa, pero lo único que importaba era lo que acababa de escuchar. Respiró hondo y, con voz temblorosa, dijo:

—Está bien… quiero intentarlo, Leonardo.

Leonardo sintió que el aire volvía a sus pulmones. Por primera vez en mucho tiempo, podía respirar normal. Una sonrisa se dibujó en su rostro, amplia, sincera, imposible de ocultar.

—Gracias, Camila. No sabes lo feliz que me haces con esa respuesta.

Ella bajó la mirada, jugando con la servilleta entre sus dedos.

—¿No estás molesto? El hecho de que Valery sea yo y no otra persona… ¿no te decepciona?

Leonardo negó con la cabeza, con firmeza.

—No, para nada. Al contrario, es lo mejor que me ha pasado. Conocerte así, descubrir que detrás de Valery Gatita estabas tú… no tengo nada que reclamarte. Yo tampoco te dije quién era en realidad.

Camila lo miró sorprendida. Sus palabras eran un bálsamo para sus dudas. Recordó todas esas noches en las que esperaba ansiosa sus mensajes, el sonido de la notificación que le aceleraba el corazón, las conversaciones que la hacían reír y pensar. Se dio cuenta de que se había enamorado desde hacía tiempo, solo que no lo aceptaba.

—Yo… siempre esperaba tus mensajes —confesó en voz baja—. Me hacían sentir acompañada, aunque no quisiera admitirlo.

Leonardo la observó con ternura.

—Y yo esperaba los tuyos. Cada palabra tuya me hacía sentir que estaba hablando con alguien auténtico, alguien que no tenía miedo de ser ella misma.

Camila sonrió tímidamente, pero enseguida frunció el ceño al recordar algo.

—¿Y qué pasará con el reto? Al final, lo perdí ¿no?

Leonardo se inclinó hacia ella, con calma.

—Por mi parte diría que el reto ya se completó. Yo soy tu cuarta cita. Y ahora te dejo la decisión de qué quieras expresar al público lo que tú decidas.

Camila se quedó en silencio, procesando esas palabras. Una sensación de responsabilidad se instaló en su pecho. No era solo un juego, no era solo un reto. Había miles de personas pendientes de cada paso que daba, esperando sus videos, sus frases sarcásticas, su postura de anti-romántica. Y ahora, todo había cambiado.

—¿Quieres que les diga la verdad? —preguntó, insegura.

Leonardo la miró con serenidad.

—No tienes que hacer nada que no quieras. Si decides contarles, será tu decisión. Si prefieres guardarlo, también está bien. Lo importante es lo que tú sientas.

Camila mordió su labio, pensativa.

—Es que… siento que tengo una responsabilidad. La gente me sigue porque creen en lo que digo sobre el anti amor, porque se ríen de mis frases, porque me ven como alguien que no cree en el amor. Y ahora… ahora resulta que sí creo en el.

Leonardo sonrió suavemente.

—No es una traición, Camila. Es evolución. La gente cambia, las historias cambian. Y si tú decides mostrarles que incluso la anti-romántica puede enamorarse, entonces les estarás dando algo más valioso: esperanza.

Camila lo miró, con los ojos brillando de emoción.

—¿Esperanza?

—Sí. Porque si alguien como tú, que siempre se burló del amor, puede encontrarlo… entonces cualquiera puede. Todos tienen un amor Camila.

El silencio volvió a llenar la mesa, pero esta vez estaba cargado de reflexión. Camila sentía que el peso del reto se transformaba en algo más grande: un mensaje que podía cambiar la manera en que sus seguidores la veían.

Respiró hondo, tomando un sorbo de su bebida.

—No sé si estoy lista para eso.

Leonardo le tomó la mano con suavidad.

—No tienes que estarlo ahora. Solo sé tú misma. Eso es lo que siempre te ha hecho especial.

Camila lo miró, y por primera vez, dejó que la idea se instalara en su corazón: tal vez el verdadero reto no era cumplir con las citas, sino aceptar que el amor podía ser real.

Mientras Camila y Leonardo vivían su propio momento en el Contenedor Plaza, en la casa de Daniela las cosas tenían otro ritmo.

La Dani como todos la llamaban— se paseaba de un lado a otro en la sala, con un aire nervioso y coqueto. Su mirada se dirigía constantemente hacia Tomás, esperando que al menos le regalara una sonrisa, un gesto, cualquier señal de interés.

Pero Tomás parecía tener un único amor verdadero: la maldita tablet que siempre tenía en las manos. Sus dedos se movían con rapidez sobre la pantalla, como si el mundo entero dependiera de lo que estaba haciendo allí.

Óscar, sentado en un sillón, observaba la escena con una sonrisa contenida. Se le notaba a simple vista que estaba disfrutando del espectáculo. La periodista, con toda su seguridad y encanto, estaba muriendo por Tomás, pero él ni se inmutaba.

«Pobrecita» pensó Óscar, con humor. «Si supiera cómo es de verdad este muchacho, ni se hubiera esforzado tanto.»

La Dani, sin rendirse, se acomodó el cabello, caminó frente a Tomás y hasta dejó caer un bolígrafo cerca de él, esperando que se agachara a recogerlo. Pero nada. Tomás seguía absorto en su pantalla, como si el bolígrafo hubiera caído en otro planeta.

Óscar no pudo contenerse más. Se aclaró la garganta con fuerza, buscando llamar la atención del joven.

—¿Todavía sigues trabajando, muchacho?

Tomás levantó la vista, sorprendido por la interrupción. Miró al viejo y negó con calma.

—No, tío. Solo estoy jugando.

La Dani abrió los ojos, incrédula. ¿Jugando? ¿Todo ese tiempo pegado a la tablet era para un juego?

Óscar soltó una carcajada, disfrutando aún más de la situación.

—¡Ah, bueno! Y yo que pensaba que estabas resolviendo los problemas del país.

Tomás sonrió apenas, pero enseguida miró la hora en la esquina de la pantalla. Su expresión cambió de inmediato.

—¡Rayos! —exclamó, levantándose de golpe.

Sin dar más explicaciones, salió como una flecha de la casa, dejando a Dani con la boca abierta y a Óscar riéndose a carcajadas.




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