La noche había sido mágica. Las miradas entre Camila y Leonardo decían más que cualquier palabra, y los pequeños roces —una mano que rozaba la otra, un hombro que se inclinaba apenas— estaban cargados de electricidad. La tensión se sentía en el aire, como si ambos estuvieran al borde de un precipicio que no sabían si saltar.
Cuando Leonardo la llevó a su casa, el silencio entre ellos era cómodo, casi íntimo. Frente a la puerta, se miraron unos segundos más, como si ninguno quisiera que el momento terminara. Entonces, él se inclinó y le dio un beso en la mejilla. Fue un gesto sencillo, pero suficiente para que ambos sintieran mariposas revoloteando en todo el cuerpo.
Camila entró a su casa con el corazón acelerado, mientras Leonardo se alejaba con una sonrisa que no podía ocultar. Todo parecía perfecto. Una tarde-noche fabulosa, un inicio que prometía algo más.
Pero la perfección duró poco.
Al día siguiente, el sol no salió a dar su resplandor, más bien Barquisimeto amaneció con un cielo gris, como si supiera de la tormenta digital que estaba en pleno desarrollo.
Cuando sus ojos se abrieron lo primero que hizo fue encender su celular, Camila se encontró con un alboroto en las redes sociales. Varios influencers habían comenzado a hablar de ella, cuestionando su autenticidad. Los titulares improvisados en historias y publicaciones eran bastantes duros:
—“Camila es una doble cara.”
—“Siempre supimos que eso de estar del lado contrario de Cupido era una vil mentira.”
—“La anti-romántica cayó en su propia trampa.”
Los comentarios se multiplicaban a una velocidad vertiginosa y el público estaba dividido.
Unos la apoyaban:
—“Déjenla vivir, todos tenemos derecho a cambiar.”
—“Si encontró el amor, mejor para ella. Eso no la hace menos auténtica.”
—“Camila siempre fue sincera, y ahora también lo está siendo.”
Otros, en cambio, se sentían traicionados:
—“Nos mintió todo este tiempo.”
—“Yo la seguía porque representaba a los que no creemos en el amor, y ahora resulta que sí.”
—“Esto es puro show, una estrategia para ganar seguidores.”
Camila leyó cada palabra con el corazón encogido. La magia de la noche se empañaba con la tormenta digital que se desataba en su contra.
Se dejó caer en el cama, abrazando su peluche de Piolín, como tantas veces hacía cuando necesitaba consuelo. El contraste era brutal: hacía apenas unas horas había sentido mariposas con un beso en la mejilla, y ahora sentía un nudo en el estómago por la avalancha de críticas.
—¿Por qué no pueden dejarme en paz? —susurró, con frustración.
Sofía, que estaba conectada y vio el alboroto, le envió un mensaje de voz.
—Amiga, no te preocupes. Esto era inevitable. La gente siempre va a opinar. Lo importante es lo que tú sientas.
Camila escuchó el audio varias veces, tratando de convencerse de que Sofía tenía razón. Pero la presión era real. Su personaje de “anti-romántica” había sido su escudo, su identidad pública. Y ahora, al mostrarse vulnerable, al aceptar que podía enamorarse, ese escudo se resquebrajaba.
Camila, pasaba de una app a otra, se quedaba mirando la pantalla del celular, con los comentarios desfilando sin parar. Recordó las palabras de Leonardo en el Contenedor Plaza.
«No es una traición, es evolución. La gente cambia, las historias cambian.»
Quizás tenía razón. Quizás lo que estaba viviendo no era una contradicción, sino una transformación.
Respiró hondo, cerró el celular y se recostó en el cama. El beso en la mejilla aún ardía en su piel, recordándole que, más allá del ruido digital, había algo real, algo que valía la pena.
La mañana comenzó con un aire distinto para Leonardo. Desayunó rápido, apenas probando el café y el pan que Óscar había puesto sobre la mesa. Su mente estaba en otro lugar. Mientras masticaba distraído, pensaba en Camila, en lo que había visto a primera hora de ese día en las redes, en cómo la tormenta digital podía estar afectándola.
Su primera reacción fue de enojo: quería defenderla, salir a decir que todo lo que estaban viviendo era real. Pero luego pensó que no debía apresurarse. Primero debía tomar en cuenta a Camila, antes de decir algo que quizás le pudiera afectar más.
Asi que antes de salir, se acercó a su tío y a Tomás.
—Necesito que ustedes manejen lo de las redes. Yo voy a verla.
Óscar lo miró con complicidad, como quien entiende que hay cosas más importantes que cualquier comentario en internet.
—Anda, sobrino. Eso no se arregla con likes ni con bloqueos. Se arregla estando ahí.
Tomás, sin levantar mucho la vista de su tablet, asintió.
—Tranquilo, yo me encargo de monitorear y de hacerle pagar a quienes se han atrevido a hablar mal.
Leonardo tomó las llaves y salió directo hacia la casa de Camila. El trayecto se le hizo eterno, cada semáforo parecía un obstáculo innecesario. Su corazón latía con fuerza, no por nervios de una cita, sino por la necesidad de estar cerca de ella en ese momento.
Al llegar, tocó el timbre. La puerta se abrió lentamente y apareció Maritza, la madre de Camila. Su expresión era de tristeza, como si llevara en el rostro el reflejo del dolor de su hija.
—Buenos días, Leonardo —dijo con voz suave.
Él la saludó con respeto, notando la preocupación en sus ojos.
—¿Cómo está señora?
Maritza suspiró, apartándose para dejarlo pasar.
—Ella está en su habitación. Ve, por favor.
Leonardo caminó por el pasillo siguiendo las indicaciones y cada paso que daba sentía que estaba cargado de tensión. Al llegar frente a la puerta, respiró hondo y tocó suavemente.
—Mamá, déjame sola por favor.
Leonardo volvió a tocar con más insistencia.
Segundo después la puerta se abrió despacio. Camila estaba allí, con los ojos llorosos, el maquillaje corrido y una expresión que mezclaba tristeza y cansancio. El contraste con la mujer fuerte y sarcástica que solía mostrar al mundo era devastador.
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Editado: 28.11.2025