Camila llevaba días sin ver a Sofía. Entre las salidas con Leonardo, los videos para las redes y la tormenta digital que había tenido que enfrentar, sentía que le debía tiempo a su amiga. Así que decidió ir a su casa, con la excusa perfecta de ponerse al día.
Cuando Sofía abrió la puerta, la recibió con una sonrisa enorme.
—¡Al fin apareces! —exclamó, abrazándola con fuerza.
Camila entró, se acomodó en el sofá y la miró con picardía.
—Bueno, bueno… ¿qué es lo que te traes? Porque te noto distinta. Y dime la verdad: ¿hay algo entre tú y Tomás?
Sofía se sonrojó, pero no pudo ocultar más la situación. Sus ojos brillaban de emoción.
—Sí… —dijo con voz baja, pero firme—. Nos estamos conociendo. Antes de dar el paso oficial, queremos asegurarnos de que todo fluya.
Camila pegó un grito de emoción, levantándose del sofá como si hubiera recibido la mejor noticia del año.
—¡No puede ser! ¡Sofía, qué maravilla! Tú también mereces ser feliz.
Sofía rió, contagiada por la energía de su amiga.
—Es que no quería decir nada hasta estar segura.
Camila la miró con complicidad, pero no pudo evitar soltar un sarcasmo larense, con ese humor criollo que la caracterizaba:
—Ajá, pues. Y yo pensando que el único romance aquí era el mío con Leonardo… ¡y resulta que tú estabas como arepa en budare, calentica y escondida!
Sofía estalló en carcajadas, tapándose la cara.
—¡Camila, por favor!
—¿Qué? —respondió Camila, con tono burlón—. Tú sabes que aquí en Lara todo se sabe tarde o temprano. No creas que ibas a esconder ese brillo en los ojos.
Sofía se dejó caer en el sofá, aún riendo.
—Es que Tomás es distinto. No sé cómo explicarlo… tiene esa calma que me hace sentir segura.
Camila la miró con ternura.
—Eso es lo que importa. Que te haga sentir bien. Y si Tomás es capaz de sacarte esa sonrisa, entonces ya ganó.
La conversación siguió entre risas y confesiones. Camila le contó detalles de sus salidas con Leonardo, de cómo había sentido mariposas con un simple beso en la mejilla, y de cómo se sintió al ver a su Piolín y los girasoles que habían sido parte de la sorpresa más romántica que había recibido.
Sofía, por su parte, compartió cómo Tomás la escuchaba con paciencia, cómo se interesaba en sus ideas y cómo, poco a poco, habían construido una complicidad que la hacía sentir especial.
—Es raro —dijo Sofía, pensativa—. Nunca pensé que me fijaría en alguien como él. Pero aquí estoy.
Camila la abrazó, emocionada.
—Amiga, lo raro es lo que hace que todo valga la pena.
Esa noche, mientras regresaba a su casa, Camila pensó en lo que acababa de escuchar. Se dio cuenta de que la felicidad no era exclusiva, que no solo ella estaba viviendo un cambio. Sofía también estaba encontrando su propio camino, y eso la llenaba de alegría.
—Al final —pensó Camila—, Cupilandia tiene espacio para todas.
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Leonardo había tomado una decisión práctica: comprar un apartamento en Barquisimeto. Su estancia se había alargado mucho más de lo que había planificado, y aunque la casa de Daniela había sido un refugio cálido, la situación empezaba a complicarse.
Pues el notó que la mujer estaba claramente enamorada de Tomás, y Leonardo sabía que lo mejor era tomar cierta distancia antes de que los celos se convirtieran en un problema. Porque su amigo no le prestaría atención a ella.
Así que aquella tarde, Leonardo, Tomás y Óscar se reunieron en el nuevo apartamento. El lugar aún olía a pintura fresca, con cajas apiladas en las esquinas y muebles recién instalados. Era un espacio moderno, sencillo, pero con la calma que Leonardo necesitaba para organizar su vida en la ciudad.
Tomás estaba sentado en el sofá, con su inseparable tablet en las manos, mientras Óscar revisaba una botella de ron que había traído “para estrenar el apartamento como se debe”. Leonardo, en cambio, caminaba de un lado a otro, pensando en todo lo que había pasado en las últimas semanas.
—Bueno, muchachos —dijo Óscar, rompiendo el silencio—. Aquí estamos, estrenando casa. Y yo que pensaba que esto iba a ser una visita corta.
Leonardo sonrió.
—Yo también lo pensé. Pero ya ves tio, las cosas cambiaron.
Leonardo se sentó frente a Tomás, observándolo con atención.
—Y hablando de cambios… no puedo creerlo, Tomás. Tú, mi amigo robótico, el que siempre está pegado a esa tablet, también fuiste flechado por Cupido.
Tomás levantó la mirada, sorprendido por el comentario. Una sonrisa leve se dibujó en su rostro, una sonrisa que rara vez mostraba.
—No soy tan robótico como crees, Leo, también tengo un corazón en mi pecho como cualquier otro.
Óscar soltó una carcajada.
—¡Ajá! Eso sí es noticia. El muchacho que parecía casado con la tecnología ahora anda con brillo en los ojos.
Leonardo lo miró con picardía.
—¿Sofía? ¿Es ella la que te flecho?
Tomás bajó la tablet, como si quisiera demostrar que, al menos por ese momento, podía dejarla a un lado.
—Nos estamos conociendo. No quiero apresurar nada, pero… ella me hace sentir distinto.
Leonardo arqueó las cejas, divertido.
—Distinto, ¿eh? Eso es mucho decir viniendo de ti.
Tomás asintió, con calma.
—Es que Sofía tiene esa manera de hacerme hablar, de sacarme de mi rutina. Con ella no siento la necesidad de esconderme detrás de la tablet.
Óscar levantó la copa de ron que acababa de servir.
—¡Brindo por eso! Porque hasta los cerebritos necesitan un poco de amor.
Leonardo se recostó en el sofá, pensativo.
—Es curioso. Yo siempre pensé que tú serías el último en caer. Y mírate ahora, con esa sonrisa que ni Daniela logró sacarte.
Tomás lo miró con seriedad.
—Daniela es buena persona, pero no hay conexión. Sofía, en cambio… ella me entiende, es una mujer tan... única.
Leonardo asintió, comprendiendo.
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Editado: 28.11.2025